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Ratas y comisiones

José Luis Martorell | socio de elDiario.es

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Les cuento un experimento clásico en psicología: En 1953 Milner y Olds bajo la dirección del célebre psicólogo Donald Hebb implantaron electrodos en el cerebro de unas ratas. Un poco por casualidad, porque iban buscando otra cosa, resultó que a una de las ratas se le implantó el electrodo en una región del cerebro (septum pelucidum) que al ser estimulada activaba un circuito del placer que producía sensaciones a la rata mucho más potentes que las provenientes de cualquier estímulo natural. O sea, un orgasmo premio Pulitzer, si me permiten la simplificación. Milner y Olds, tipos de pensamiento retorcido como cualquier psicólogo que se precie, implantaron a otras ratas electrodos en la misma zona y, además, las entrenaron para que apretando un botón con sus patas se autoestimulasen. El resultado fue impactante: las ratas llegaban a autoestimularse dos mil veces cada día y había que desconectarlas para que no murieran de hambre.

Nada más lejos de mi intención que asimilar el comportamiento de las ratas al de los honrados comisionistas de la Comunidad de Madrid (no menos honorables que los históricos comisionistas de las comunidades de Valencia, Andalucía o Cataluña) pero me pregunto cuántas veces hay que apretar la palanca, la de la familia, la de la política, la del poder, para generar tantos miles de euros. Cuando compran ropa, comen en sus estupendos restaurantes, disfrutan de sus magníficas casas o, imposible no imaginarlos apretando compulsivamente los botones, sacan directamente el dinero de un cajero ¿se les activa la septum pelucidum, o es otra región de su cuerpo la que se excita? ¿se prestarían a venir a mi facultad a replicar el experimento de Milner y Olds? Claro que habría un problema, tal vez no tengamos ni laboratorios ni personal para trabajar con ellos. Mientras esas obscenas cantidades de dinero desaparecían en plena pandemia, mis alumnos hacen cuentas para ver cuántos créditos pueden pagar y la universidad pública, como la sanidad y los demás servicios públicos, se empobrece humana y materialmente. Ciertamente, es difícil no pensar en ratas.

Les cuento un experimento clásico en psicología: En 1953 Milner y Olds bajo la dirección del célebre psicólogo Donald Hebb implantaron electrodos en el cerebro de unas ratas. Un poco por casualidad, porque iban buscando otra cosa, resultó que a una de las ratas se le implantó el electrodo en una región del cerebro (septum pelucidum) que al ser estimulada activaba un circuito del placer que producía sensaciones a la rata mucho más potentes que las provenientes de cualquier estímulo natural. O sea, un orgasmo premio Pulitzer, si me permiten la simplificación. Milner y Olds, tipos de pensamiento retorcido como cualquier psicólogo que se precie, implantaron a otras ratas electrodos en la misma zona y, además, las entrenaron para que apretando un botón con sus patas se autoestimulasen. El resultado fue impactante: las ratas llegaban a autoestimularse dos mil veces cada día y había que desconectarlas para que no murieran de hambre.

Nada más lejos de mi intención que asimilar el comportamiento de las ratas al de los honrados comisionistas de la Comunidad de Madrid (no menos honorables que los históricos comisionistas de las comunidades de Valencia, Andalucía o Cataluña) pero me pregunto cuántas veces hay que apretar la palanca, la de la familia, la de la política, la del poder, para generar tantos miles de euros. Cuando compran ropa, comen en sus estupendos restaurantes, disfrutan de sus magníficas casas o, imposible no imaginarlos apretando compulsivamente los botones, sacan directamente el dinero de un cajero ¿se les activa la septum pelucidum, o es otra región de su cuerpo la que se excita? ¿se prestarían a venir a mi facultad a replicar el experimento de Milner y Olds? Claro que habría un problema, tal vez no tengamos ni laboratorios ni personal para trabajar con ellos. Mientras esas obscenas cantidades de dinero desaparecían en plena pandemia, mis alumnos hacen cuentas para ver cuántos créditos pueden pagar y la universidad pública, como la sanidad y los demás servicios públicos, se empobrece humana y materialmente. Ciertamente, es difícil no pensar en ratas.