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El símbolo Nadal

Kevin Coves

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La semana pasada, Rafa Nadal acudió al Hormiguero como invitado y, de entre todo lo que dijo en su entrevista con Pablo Motos, ha trascendido especialmente su respuesta a la pregunta: “¿Qué cambiarías de España actualmente?” La pregunta, formulada estratégicamente por el presentador al final de la entrevista, cuando el ambiente ya era más distendido y Nadal se mostraba relajado y locuaz, obtuvo un “no te lo puedo decir” por respuesta, acompañado de una carcajada cómplice de las que ensalzan o rompen mitos. Porque Nadal, guste o no, es un mito, un símbolo que trasciende su propia figura y sobre el que ni él mismo tiene ya el control. Un símbolo, además, muy poderoso por todos los valores positivos que encarna y que se le atribuyen.

Por eso, no es de extrañar que, al día siguiente de la entrevista, su nombre fuera de lo más comentado en las redes y que se le colocara en el centro del debate ideológico entre quienes apoyan al Gobierno y quienes lo critican y demonizan, a menudo con más vísceras que razones. Se trataba, una vez más, de ver qué bando podía apropiarse el símbolo, como ocurre con la bandera, con la Constitución, con el himno y con la propia palabra España, entre tantos otros. Así, quienes critican al Gobierno ven en la respuesta de Nadal y en su carcajada un refuerzo casi legitimador a sus ideas, a su rabia, mientras que la izquierda canaliza su decepción por ver cómo se les escapa tratando de desmitificar la figura del mallorquín, saboteando su condición de símbolo a través de la viralización de noticias sobre su presunta insolidaridad fiscal.

El caso de Nadal es un síntoma del contexto de politización y polarización ideológica en el que nos encontramos actualmente, tanto en España como en Europa y en Estados Unidos, que sitúa el campo de batalla de las ideas no en el terreno argumental y racional, sino en el simbólico y emocional. De ahí la importancia de los símbolos y del interés de la derecha y la extrema derecha por apropiárselos, algo que llevan décadas haciendo con no poco éxito. Y de ahí, también, la incongruencia de aportar valor a las ideas políticas de un tenista que no tiene más preparación o conocimientos al respecto de los que puede tener cualquier ciudadano.

Lo peligroso de la situación es que, cuando el debate público se coloca en las coordenadas de lo simbólico y lo emocional, la extrema derecha se refuerza, pues es el único combustible de una ideología que se alimenta del odio y los prejuicios y a la que los argumentos y los datos le sientan francamente mal. Lamentablemente, nuestra condición de seres emocionales juega en nuestra contra en esta batalla y, por cada símbolo que se apropia la extrema derecha, hacen falta decenas de buenos argumentos para revertir sus efectos, pues la resignificación es muy complicada. Por eso es fundamental proteger los símbolos, y por eso duele tanto la carcajada de Nadal. 

La semana pasada, Rafa Nadal acudió al Hormiguero como invitado y, de entre todo lo que dijo en su entrevista con Pablo Motos, ha trascendido especialmente su respuesta a la pregunta: “¿Qué cambiarías de España actualmente?” La pregunta, formulada estratégicamente por el presentador al final de la entrevista, cuando el ambiente ya era más distendido y Nadal se mostraba relajado y locuaz, obtuvo un “no te lo puedo decir” por respuesta, acompañado de una carcajada cómplice de las que ensalzan o rompen mitos. Porque Nadal, guste o no, es un mito, un símbolo que trasciende su propia figura y sobre el que ni él mismo tiene ya el control. Un símbolo, además, muy poderoso por todos los valores positivos que encarna y que se le atribuyen.

Por eso, no es de extrañar que, al día siguiente de la entrevista, su nombre fuera de lo más comentado en las redes y que se le colocara en el centro del debate ideológico entre quienes apoyan al Gobierno y quienes lo critican y demonizan, a menudo con más vísceras que razones. Se trataba, una vez más, de ver qué bando podía apropiarse el símbolo, como ocurre con la bandera, con la Constitución, con el himno y con la propia palabra España, entre tantos otros. Así, quienes critican al Gobierno ven en la respuesta de Nadal y en su carcajada un refuerzo casi legitimador a sus ideas, a su rabia, mientras que la izquierda canaliza su decepción por ver cómo se les escapa tratando de desmitificar la figura del mallorquín, saboteando su condición de símbolo a través de la viralización de noticias sobre su presunta insolidaridad fiscal.