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Cuando la solución no cabe en un minuto de silencio

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Hace dos semanas, cinco mujeres y un niño fueron asesinados por violencia machista. Una vez más se ha reaccionado con minutos de silencio. Pero ya no basta. Ya no alcanza. Ya no consuela.

La violencia de género no es una suma de casos aislados. Es un fenómeno estructural que nace del machismo, se alimenta de la desigualdad y se perpetúa por la inacción.

La respuesta institucional sigue siendo pobre, lenta y descoordinada. En el ámbito judicial, las medidas de protección llegan tarde o mal. Se archivan denuncias por falta de pruebas cuando lo que falta, en realidad, es comprensión del fenómeno. Se prioriza la literalidad de los hechos sobre el contexto de control, miedo y coerción que define muchas relaciones abusivas. En el ámbito policial, los protocolos se aplican con desigual eficacia según el territorio, y los errores de valoración siguen costando vidas. En sanidad, las intervenciones siguen centradas en curar heridas o etiquetar síntomas psicológicos, sin asumir el papel estratégico que podría tener la atención primaria y las enfermeras comunitarias para detectar, acompañar, promocionar y prevenir. En lo social, los recursos son insuficientes, precarizados, mal distribuidos. Las mujeres que intentan salir del ciclo de la violencia encuentran puertas entreabiertas y escaleras sin barandilla. La red de apoyo institucional hace aguas. En educación, no se logra un verdadero cambio cultural y moral.

Mientras tanto, el machismo mata, el negacionismo avanza, sobre todo entre los más jóvenes. Entre quienes se están educando en un entorno donde las redes sociales trivializan el machismo, banalizan el consentimiento, difunden discursos de odio y presentan la igualdad como una amenaza. Crece una juventud que cree que la violencia de género no existe, que las mujeres denuncian “por despecho”, que el feminismo es “radical”, que todo es “ideología”.

Las instituciones no ejercen políticas reales, rigurosas, valientes de igualdad. Se llenan la boca de compromisos, pero recortan presupuestos, vacían de contenido los planes de igualdad, desmantelan servicios. Se firman pactos sin cumplimiento, se legisla sin presupuesto, se promete sin evaluar. Se utiliza la violencia de género como arma arrojadiza. Se instrumentaliza el dolor. Se subastan los discursos. Se juegan los votos mientras se entierra a las víctimas. Se enfrentan posicionamientos ideológicos en lugar de construir políticas públicas eficaces. Las víctimas son utilizadas como escudo o como munición, pero raramente como el centro de las decisiones. Y eso, además de indecente, es inhumano.

Respondemos a un problema estructural con herramientas parciales. Abordando la violencia cuando ya ha estallado, en lugar de trabajar para dejar de ver el feminismo como un movimiento en contra de los hombres. Porque el feminismo no es una cuestión de mujeres, ese es el problema. Es una actitud de tolerancia, de respeto, de igualdad de libertad.

Pero, la violencia de género es mucho más. Son los estereotipos, los micromachismos, las brechas laborales, la sexualización de las niñas, la normalización de la pornografía, la invisibilidad de los cuidados, el lenguaje que desprecia, la moda que esclaviza, el humor que insulta, la tolerancia al abuso. No es solo una cuestión de “seguridad”. Es una cuestión de justicia social.

Necesitamos cambiar el modelo. Un modelo de cuidados que ponga a las personas y sus contextos en el centro. Que entienda que la salud de una mujer está determinada por tener techo, ingresos, red de apoyo, respeto y libertad. Que asuma que la violencia de género no se combate solo con órdenes de alejamiento, sino con educación en igualdad, con políticas sociales dignas, con implicación intersectorial. Porque las respuestas deben ser transversales, intersectoriales, profundas. No vale remendar. Hay que transformar.

Mientras sigamos mirando solo la superficie, seguirán matando. Mientras el silencio sea más fuerte que el compromiso real, seguirá la suma de víctimas. Mientras no entendamos que el machismo no ataca solo a las mujeres, seguiremos fracasando como sociedad.

No bastan los minutos de silencio. Hace falta una sociedad en pie. Que escuche, que crea, que acompañe, que actúe. Que cuide. Que defienda. Que no mire hacia otro lado. No se trata solo de condenar la violencia. Se trata de construir una vida sin miedo. Y eso, no se hace solo con palabras. Se hace con políticas, con recursos, con justicia, con coraje. Con convicción y no tan solo por convención.

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