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Sueño que este coronavirus nos de la oportunidad para cambiar el mundo, y a nosotros ¿Por qué no?

José Manuel Oliva Pazo

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Sin revueltas, sin ejércitos masacrando revoluciones, sin pillajes, sin. El mundo y los dirigentes de las principales naciones están consiguiendo, a pesar de medidas drásticas en el modo de vida y de fuerte perdidas económicas de las grandes corporaciones, mantener el pulso de hacer sobrevivir a 7500 millones de personas en el planeta. Sin que el caos acabe con la humanidad, para protegernos de este enemigo invisible.

Será el virus una señal divina que está haciendo despertar la conciencia de lo importante que es preservar en lo que nos rodea, y los principios fundamentales que debe presidir nuestro ser como personas inteligentes. Parece como un ensayo de cómo poner en práctica un protocolo para poder “actuar enérgicamente” ante un escenario de un cambio climático extremo. Ya podremos saber cómo reducir el ritmo de producción, de transportes, de adaptación social y de estilo de vida.

Desprendiéndonos del consumo compulsivo y exacerbado sin fin, repercutiendo todo estos cambios en unas reducciones drásticas en emisiones y vertidos contaminantes. Que reviertan lo que están matando nuestro planeta y nuestras vidas presentes y futuras.

Porque cuando esta epidemia pase, en lugar de poner de nuevo el acelerador para llevar todo al día anterior a la crisis, modulemos y sentemos las bases de otra forma de producir. De otros ritmos sociales, de otra forma de consumir, de otra forma de relacionarnos, de otra forma de transportarnos. Sabemos lo que es frenar drásticamente la economía sin que haya una debacle mundial.

Pues ¿Por qué no nos damos una oportunidad y se convoca una conferencia mundial −asesorada por los mejores expertos que haya en el mundo de todas las materias− que sienten las bases sobre la experiencia que se ha vivido? De poder diseñar una forma de producción, y otra estructura social, que consiga revertir el ritmo que nos lleva al colapso del planeta por el deterioro medioambiental. De un consumo desproporcionado y delimitar el poder económico que prevalece sobre los gobiernos que representa a la población mundial.

Quizás esta experiencia, individual y colectiva, que nos está brindando este maldito virus, si la aprovechamos, nos pueda dar las claves de poder parar, pensar y actuar para redirigir los objetivos de la humanidad. Seguramente esto será un sueño, porque los poderes que siempre han dirigido el mundo desde los primitivos hombres que hablaban con los dioses para preservar la seguridad de la tribu. Los hombres religiosos, los señores feudales, los terratenientes, los reyes, los amos de las grandes corporaciones, etc... harán prevalecer el sentido de Estado y del sentido común para que todo siga igual. Unos pocos dueños de la mayor riqueza con el continuo deterioro de nuestra Tierra, la única que nos queda.

Sin revueltas, sin ejércitos masacrando revoluciones, sin pillajes, sin. El mundo y los dirigentes de las principales naciones están consiguiendo, a pesar de medidas drásticas en el modo de vida y de fuerte perdidas económicas de las grandes corporaciones, mantener el pulso de hacer sobrevivir a 7500 millones de personas en el planeta. Sin que el caos acabe con la humanidad, para protegernos de este enemigo invisible.

Será el virus una señal divina que está haciendo despertar la conciencia de lo importante que es preservar en lo que nos rodea, y los principios fundamentales que debe presidir nuestro ser como personas inteligentes. Parece como un ensayo de cómo poner en práctica un protocolo para poder “actuar enérgicamente” ante un escenario de un cambio climático extremo. Ya podremos saber cómo reducir el ritmo de producción, de transportes, de adaptación social y de estilo de vida.