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Me tocó ser presidenta el 23J

Elena Villanueva

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Recibo un WhatsApp de mi padre. Pensé que me preguntaría lo típico: ¿Comes en casa? ¿Puedes comprar el pan? Sin embargo me dice que el cartero tiene una carta certificada para mí. Me temo lo peor, una multa, yo que casi no cojo el coche. Cuando llego a casa me la entrega y al abrirla descubro que me ha tocado ser presidenta de la mesa electoral en las elecciones del 23J en mi barrio, en pleno distrito de Salamanca en Madrid. Mi primera reacción, como supongo que en la mayoría de los casos, es preguntarme por qué diantres (es una palabra que siempre usa mi padre) me pasa esto a mí, aunque después, hablando con él, consigo calmarme e intentar ver el lado positivo de las cosas. Algo aprenderé, pienso, mientras cancelo los planes que tenía de viajar con mi mejor amigo a Portugal.

23J. 7:00 de la mañana. Suena el despertador, me ducho, me tomo un café y me preparo para dirigirme al colegio asignado.

8:00. Reunión de los miembros de las mesas, la mía está completa y tengo que organizar todos los formularios y actas a entregar. Al salir al patio para comprobar que estaban las papeletas y sobres en su sitio descubro que, por un azar (de color verano azul), un interventor ha decidido colocar las papeletas en un orden, en el que las papeletas de Sumar y el PSOE se encuentran al final de la mesa pegadas a la pared, mientras que las del PP y Vox están al principio, mucho más visibles y accesibles. Mi instinto (entre otros defectos me repatean los tramposos) me dice que algo no está bien. Pregunto a un miembro de la administración, y efectivamente confirma que ese no es el orden en el que las respectivas papeletas debían estar situadas. Las recoloco y pienso que aquí, como no espabile, algún listo nos la va a clavar doblada.

9:00 de la mañana. Me tomo en serio mi papel de presidenta y grito firme y claro: empieza la votación. Ya hay varias personas esperando para introducir sus votos en las urnas. Aunque sean anónimas, es curioso que puedes ir adivinando la opción política de cada votante con un simple vistazo. Pasan las horas y parece que todo va bien, hasta que otro interventor vestido de cayetano se ofrece a ayudarnos en el posterior recuento de votos. Mi asombro es tan grande que me quedo sin saber qué decir, hasta que, con amabilidad y educación, rechazo su propuesta y le mando a tomar vientos. Me pregunto cuántas veces habrán intentado esto y cuántas habrán conseguido formar parte de una mesa en la que no están ni siquiera acreditados.

20:00. Se cierra la votación y empieza un recuento de votos que parece interminable. Las prisas y la presencia de los interventores nos pone a sudar. Voces, personas corriendo de un lugar a otro, actas que firmar, copias a entregar. Me paro un segundo y me pregunto: ¿quién ha ganado las elecciones?

22:00. Saco el móvil, tecleo y allí están, unas estadísticas que ya se mueven. Veo que el infame “Que te vote Txapote” no termina de despegar y el PSOE aguanta a cara de perro Sanxe. Al ver el escrutinio al 90% suspiro, sonrío y abrazo a mi primera vocal con la que he compartido una jornada intensa, siento su alivio. La ultraderecha no ha conseguido arrebatarnos los derechos por los que hemos luchado estos últimos años y siento orgullo de comprobar que todavía somos muchos españoles que de verdad amamos a nuestra nación. La amamos no porque llevemos la pulserita con la bandera, sino porque trabajamos día a día en proteger a nuestras mujeres, a nuestros mayores, nuestros derechos, nuestra tierra y nuestra naturaleza. Queda mucho por lo que seguir luchando y aún no hemos ganado este combate contra la censura, los bulos y los insultos que han sido el único programa electoral de la derecha.

Agarro los sobres con firmeza, como si me dirigiese a un combate. Conduzco hasta la Junta Electoral que corresponde a mi barrio. Entrego la documentación, saludo con la mirada a los policías que escoltan la sala. No sé por qué pero me siento feliz de formar parte de los muchos españoles que hemos puesto muestro granito de arena para hacer un país mejor. Y ahora sí, murmuro en voz baja: al final no ha sido para nada tan mal día.

Recibo un WhatsApp de mi padre. Pensé que me preguntaría lo típico: ¿Comes en casa? ¿Puedes comprar el pan? Sin embargo me dice que el cartero tiene una carta certificada para mí. Me temo lo peor, una multa, yo que casi no cojo el coche. Cuando llego a casa me la entrega y al abrirla descubro que me ha tocado ser presidenta de la mesa electoral en las elecciones del 23J en mi barrio, en pleno distrito de Salamanca en Madrid. Mi primera reacción, como supongo que en la mayoría de los casos, es preguntarme por qué diantres (es una palabra que siempre usa mi padre) me pasa esto a mí, aunque después, hablando con él, consigo calmarme e intentar ver el lado positivo de las cosas. Algo aprenderé, pienso, mientras cancelo los planes que tenía de viajar con mi mejor amigo a Portugal.

23J. 7:00 de la mañana. Suena el despertador, me ducho, me tomo un café y me preparo para dirigirme al colegio asignado.