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Los valores democráticos, junto las RRSS y diarios digitales, como mejor arma en la guerra de Ucrania

Enrique Moltó Ríos

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Bajo el principio de nemine discrepante, los poderes han acordado alejarse de toda negociación posible y apostar por la guerra.

Desde un punto de vista maniqueísta, permítanme posicionarme en defensa de las democracias. Pese a no ser un sistema perfecto, sí ofrecen unos estándares de libertades, transparencia, igualdad, derechos y diversidad. Desafortunadamente, las autocracias duras y moderadas, junto con los regímenes híbridos, suman actualmente alrededor de 100 países en el mundo, los cuales congregan a la mayor parte de la población. A pesar de las carencias en derechos humanos y los controles que ejercen sobre sus ciudadanos estas formas de gobierno más autoritarias, hay que recordar que las relaciones comerciales son multidireccionales entre las democracias y las dictaduras; y salvo en casos muy concretos, todos aportan lo que el sistema necesita a cambio de dinero. Es esta variable, el dinero, la que ocasiona una carencia de sensibilidad moral en quienes toman decisiones, una especie de nihilismo existencial, y de ahí, los lazos y alianzas comerciales de ahora.

Cabe recordar que Rusia está considerada una autocracia dura y Ucrania un régimen híbrido, por lo que mi denuncia no es el ataque de Rusia a un país democrático, sino a la ruptura de la independencia de ese territorio, la paz y la estabilidad que ha provocado la invasión rusa. El Kremlin ha reventado la legalidad internacional.

También quiero apelar al sentido común y denunciar los escasos, por no decir nulos, llamamientos de paz y de entendimiento. Los riesgos que pueden acarrear entrar en guerra directa con Rusia, la cual cuenta con el apoyo de China como aliada, pueden ser nefastos para los europeos.

Los europeos no tenemos capacidad para implicarnos directamente en cada uno de los conflictos armados que hay en el mundo, pero sí tenemos capacidad para ofrecer ayuda humanitaria cuando se requiera y ser referente en democracia, un ejemplo al que otros países puedan mirarse, por mucho espacio de mejora que quede.

Sabemos que las redes sociales son esenciales en las elecciones de países democráticos a la hora de decantar el voto de ciertos perfiles. Las redes y los medios pueden ser nuestra arma más poderosa, y quizá, bien dirigidas, podrían impulsar movilizaciones sociales y subversiones de los pueblos contra las élites totalitarias gobernantes.

¿Y si parte de esos miles de millones dedicados a armamento militar se dedicasen a bombardeos mediáticos en la población civil oprimida por un sistema dictatorial? ¿Y si las empresas occidentales que han sacado beneficio como consecuencia de la guerra, estuviesen obligadas a dedicar un porcentaje a ayuda humanitaria y a financiar mensajes de comunicación, o a la apertura de nuevos canales para llegar al máximo número de personas posibles?

Dicen que el dinero casi todo lo puede cambiar. Podríamos empezar por invertir más en esta vía virtual y dialéctica como medida pacificadora.

Bajo el principio de nemine discrepante, los poderes han acordado alejarse de toda negociación posible y apostar por la guerra.

Desde un punto de vista maniqueísta, permítanme posicionarme en defensa de las democracias. Pese a no ser un sistema perfecto, sí ofrecen unos estándares de libertades, transparencia, igualdad, derechos y diversidad. Desafortunadamente, las autocracias duras y moderadas, junto con los regímenes híbridos, suman actualmente alrededor de 100 países en el mundo, los cuales congregan a la mayor parte de la población. A pesar de las carencias en derechos humanos y los controles que ejercen sobre sus ciudadanos estas formas de gobierno más autoritarias, hay que recordar que las relaciones comerciales son multidireccionales entre las democracias y las dictaduras; y salvo en casos muy concretos, todos aportan lo que el sistema necesita a cambio de dinero. Es esta variable, el dinero, la que ocasiona una carencia de sensibilidad moral en quienes toman decisiones, una especie de nihilismo existencial, y de ahí, los lazos y alianzas comerciales de ahora.