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Que se vayan todos, que lleguen ellas

Marcelino Cotilla Vaca

28 de octubre de 2024 19:28 h

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Tengo más de cincuenta años y en España sólo he votado una vez. Dieciséis de esos años los pasé en Italia, donde también voté una sola vez. Nunca en unas generales, nunca a ningún hombre.

La primera en 2014, en Italia, por la circunscripción de Milán, a Eleonora Evi, que perteneció a un grupo, el Movimiento Cinco Estrellas, que en sus primeros años antes de corromperse, cuando hacía una política de abajo para arriba, en donde se defendía el agua pública, la educación pública, la sanidad pública, la igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres, la vivienda digna, la ecología, consiguió grandes logros de los que fui testigo de primera mano. Yo estaba allí cuando nació el movimiento en 2009 justo un mes después de que naciera mi hijo. Con ellos a nivel local logramos las primeras basuras diferenciadas de compost en 2011 y las primeras bicicletas urbanas de una ciudad a la vanguardia de bicicletas eléctricas de las ciudades del sur de Europa. Con Eleonora Evi celebré el ascenso de una mujer que luchó por sacar a la luz el engaño y la corrupción de los motores Volkswagen en Europa y la contaminación de las macrogranjas, entre otros logros. Que abandonó el Movimiento y luego su siguiente partido de izquierdas por presiones machistas. Hechos concretos, ecología concreta y real. Feminismo real y concreto.

La segunda vez lo hice diez años después por Irene Montero, en 2024, también en Europa, ya ex ministra de Igualdad. A ver: yo soy lingüista. Como ninguna de mis compañeras lingüistas, nunca soporté las tropelías a la morfología de la lengua española de sus “ellas, ellos y elles”. Se me ponía la carne de gallina cuando la escuchaba. Pero seamos sinceros: siempre me pareció más honesta que Pablo Iglesias (y ahora no confundo sus relaciones personales, que deberíamos aprender a dejar de relacionar en lo público), a quien nunca le perdoné que se aliara con Pedro Sánchez. Por más que no hacerlo hubiera supuesto la llegada de la derecha al poder. Porque lo que pactaron Sánchez e Iglesias en enero de 2020 fue, simplemente, un retraso de la llegada de la derecha aliada con la ultraderecha. Pactaron engordar a la bestia. Desde entonces, Díaz mediante, la han engordado de lo lindo.

Sin embargo, siempre reconocí, aunque nunca la había votado, que Irene Montero, por muy analfabeta que fuera en cuestiones lingüísticas, era quizás una de las mejores personas políticas de la historia de lo que va de siglo XXI. Feminista real de acciones reales. Íntegra y coherente. Y por ella interrumpí mis dos principios (no votar en España mientras hubiera monarquía y no hacerlo por alguien que no supiera las reglas más básicas de la gramática española). Supe que tenerla en Europa era una garantía de que su voz molestando al “establishment” machista molestaría y serviría de pequeño dique de contención a la caspa política.

Aunque me he perdido pocas manifestaciones feministas en los últimos tiempos confieso que en ellas siempre me he sentido un convidado de piedra. No es fácil ser varón feminista en este país, aunque siento que, como profesor, serlo y reivindicarlo puede educar mucho y constituir un gesto fuerte. Ahora, después de lo de Errejón, que nunca me gustó, como nunca me gustó Más Madrid ni Más País, ese conglomerado de chuliguáys hijos de papá dejando que Florentino Pérez se haga con su imperio inmobiliario en Madrid, después de ver cómo Yolanda Díaz ningunea a Montero y deja que España mande armas Ucrania y a Israel (¡bonito ejemplo de izquierdas!), mucho más.

Sigo quedándome con Montero. Con la dignidad de su mensaje feminista y pacifista de verdad y con su acción demostrada en el tiempo. Ella sí que no pasará ni su obra tampoco. No hay errejones posibles que le lleguen ni a la altura del tacón.

Que se vayan todos, como habíamos gritado en la Puerta del Sol el 15 de mayo de 2011. Todos los varones, de derecha y de la supuesta izquierda. El rey también, aquel rey, otro ejemplo de machismo recalcitrante. Errejón e Iglesias, que estaban allí, también. Se nos olvidó gritar: que lleguen ellas, sólo ellas. Otro gallo habría cantado.

Tengo más de cincuenta años y en España sólo he votado una vez. Dieciséis de esos años los pasé en Italia, donde también voté una sola vez. Nunca en unas generales, nunca a ningún hombre.

La primera en 2014, en Italia, por la circunscripción de Milán, a Eleonora Evi, que perteneció a un grupo, el Movimiento Cinco Estrellas, que en sus primeros años antes de corromperse, cuando hacía una política de abajo para arriba, en donde se defendía el agua pública, la educación pública, la sanidad pública, la igualdad de oportunidades entre mujeres y hombres, la vivienda digna, la ecología, consiguió grandes logros de los que fui testigo de primera mano. Yo estaba allí cuando nació el movimiento en 2009 justo un mes después de que naciera mi hijo. Con ellos a nivel local logramos las primeras basuras diferenciadas de compost en 2011 y las primeras bicicletas urbanas de una ciudad a la vanguardia de bicicletas eléctricas de las ciudades del sur de Europa. Con Eleonora Evi celebré el ascenso de una mujer que luchó por sacar a la luz el engaño y la corrupción de los motores Volkswagen en Europa y la contaminación de las macrogranjas, entre otros logros. Que abandonó el Movimiento y luego su siguiente partido de izquierdas por presiones machistas. Hechos concretos, ecología concreta y real. Feminismo real y concreto.