Saldremos de la crisis económica. De eso parece no haber dudas. Algunos llevan tiempo intentando convencernos de que lo peor ha pasado con clases de botánica básica: brotes verdes, raíces vigorosas, rebrotes… Sin embargo, lo importante no es saber si saldremos y cuándo, sino cómo saldremos.
Hay suficientes evidencias e instituciones internacionales (como el FMI, el Banco Mundial o la OCDE) que demuestran que el crecimiento económico por sí sólo no reduce los niveles de desigualdad y de pobreza de un países. De hecho en algunas ocasiones los incrementa, creando sociedades duales en las que unos pocos poseen mucho, mientras una gran mayoría se reparte las migajas. Sociedades en las que la movilidad social, es decir, la capacidad de los individuos para prosperar está truncada desde la base por un desigual acceso a oportunidades como una educación o una sanidad de calidad.
España no escapa a esta tendencia. Somos el segundo país más desigual de la UE después de Letonia y las medidas de austeridad, aplicadas incluso cuando desde arriba se pregona una mejoría en las cifras macroeconómicas, están destruyendo las redes de protección social necesarias para reequilibrar la balanza a favor de los más vulnerables.
La paradoja es que para unos cuantos la crisis nunca ha existido. Hace muy poco denunciábamos que las 85 personas más ricas del planeta poseían una fortuna equivalente a la mitad más pobre de la población mundial. Es decir, tienen tanto como 3.500 millones de personas. Y la brecha sigue incrementándose a pasos agigantados. Pobres más pobres y ricos cada vez más ricos. No parece una buena receta para crear sociedades igualitarias en las que las personas aporten en función de sus capacidades, ni un buen caldo de cultivo para el florecimiento de sistemas democráticos participativos.
De hecho, la extrema acumulación de riqueza tiene como consecuencia el secuestro del poder político por una élite reducida que tuerce las leyes en su propio beneficio y en detrimento de la mayoría de las personas. Pasa aquí y en muchos otros países, porque las causas de la desigualdad son globales. Y sus soluciones también.
Las soluciones pasan por implantar sistemas fiscales justos, que recauden más de quienes más tienen. Asegurar que el gasto se destina a políticas públicas que redistribuyen esa riqueza entre los más vulnerables (educación, salud, ayuda al desarrollo…). Luchar decididamente contra el fraude fiscal y la evasión de capitales, que detraen miles de millones de los sistemas fiscales del todos el mundo. Acabar con los paraísos fiscales y las prácticas empresariales que permiten que las grandes compañías no tributen donde realizan la actividad ni en prácticamente ningún país.
Si como país no comenzamos a poner en práctica de forma decidida soluciones para frenar este crecimiento de la desigualdad y reducirla, no habremos salido de la crisis por muchos datos macroeconómicos que demuestren lo contrario. La desigualdad es evitable y se puede revertir. Sólo hace falta voluntad política.
Nota:
Hoy es el Blog Action Day y miles de blogueros del mundo entero se han sumado a esta iniciativa para hablar de desigualdad, desde distintas perspectivas y distintos países.
Saldremos de la crisis económica. De eso parece no haber dudas. Algunos llevan tiempo intentando convencernos de que lo peor ha pasado con clases de botánica básica: brotes verdes, raíces vigorosas, rebrotes… Sin embargo, lo importante no es saber si saldremos y cuándo, sino cómo saldremos.
Hay suficientes evidencias e instituciones internacionales (como el FMI, el Banco Mundial o la OCDE) que demuestran que el crecimiento económico por sí sólo no reduce los niveles de desigualdad y de pobreza de un países. De hecho en algunas ocasiones los incrementa, creando sociedades duales en las que unos pocos poseen mucho, mientras una gran mayoría se reparte las migajas. Sociedades en las que la movilidad social, es decir, la capacidad de los individuos para prosperar está truncada desde la base por un desigual acceso a oportunidades como una educación o una sanidad de calidad.