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A los 3 meses del desastre en Filipinas aún queda mucho por hacer

Livio Mercurio (@hglivio es Técnico de Seguridad Alimentaria y Medios de Vida de Oxfam Intermón

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Llegué a Filipinas el 27 de noviembre, casi 20 días después del paso del tifón Yolanda. El aeropuerto de Taclobán estaba destruido, y tuvimos que esperar las maletas bajo un techo levantado por el viento. En la montaña el viento soplaba muy fuerte, tenía que sujetarme, era difícil caminar. Yolanda provocó vientos de 315 km por hora, y los trágicos resultados estaban frente a mis ojos.

Situada al final de una profunda bahía, Taclobán fue arrasada por una gran ola. El agua invadió la ciudad y algunas poblaciones cercanas. Como un tsunami. Para llegar al hotel donde se alojaba el equipo de Oxfam y otras agencias internacionales- acampados entre pasillos y salas, sin luz ni otros servicios- tuvimos que hacer una expedición entre árboles tumbados y escombros acumulados.

La maquinaria había limpiado un poco las calles, pero las casas estaban aplastadas. Planchas, maderas, pilares de hormigón, hojas, barro: todo era un conjunto indistinguible entre el cual se movía la gente buscando cosas útiles para cubrir las necesidades inmediatas, en un trabajo que parecía infinito. A veces se encontraban cuerpos. 20 días después vi los sacos azules a los lados de las calles, a la espera de ser trasladados a las fosas comunes. Como marco de esta devastación, los árboles sin una hoja, como árboles de navidad secos y sacudidos.

Así empezaba mi trabajo en Filipinas como responsable del equipo de seguridad alimentaria y medios de vida de Oxfam. Mangas arriba y con la difícil tarea de decidir por dónde empezar a entregar la ayuda, acompañamos a la gente durante esos primeros meses. Nuestro equipo estaba formado por personal de las organizaciones locales que apoyamos, algunos poco formados en respuestas a emergencias pero con los cuales podíamos contar de 6 de la mañana a 11 de la noche. Engrosaban las filas de nuestro equipo decenas de voluntarios reclutados por las parroquias y otros centros sociales de la ciudad: sobrevivientes animados a servir.

En pocos días alcanzamos a tener miles de personas, organizadas para trabajar a cambio de una paga diaria. Liberaban las calles de los escombros, reconstruían sus viviendas y así obtenían recursos para comprar bienes de primera necesidad, y de esta manera, reactivaban los mercados. Respondimos a la petición del Departamento de Agricultura filipino para distribuir semillas de arroz antes de que acabara la estación de siembra y evitar una futura escasez de comida.

A medida que lográbamos resultados, el entorno cambiaba. Para llegar de un punto al otro de la ciudad al fin se podía recorrer en línea recta, y no dar vueltas increíbles. El mercado retomaba su vida normal con los primeros bienes. La electricidad volvía a fluir en algunas zonas de la ciudad. El paisaje se pintaba del verde que los vientos habían despojado.

A los 3 meses del desastre queda mucho por hacer, y es necesario proyectar la reconstrucción a 3 o 5 años. La gente pide refugios y trabajos, y las dos cosas están relacionadas. Reactivar la economía local será un proceso largo que requerirá la cooperación de diferentes actores para lograr una economía más justa. Reconstruir los edificios es otro gran desafío en una zona afectada por desastres como éste todos los años. La prisa para dar un techo a la gente puede ser una mal consejera, cuando es necesario construir según criterios anti tifones y con material adecuado.

Me he ido pronto de Taclobán, aunque en estas situaciones es difícil saber cuándo es el momento adecuado para dar por finalizado tu trabajo. El riesgo de querer permanecer para ver los resultados de nuestro empeño es quedarse indefinidamente, hasta que se cumpla el ideal de justicia social por el cual trabajamos.

Llegué a Filipinas el 27 de noviembre, casi 20 días después del paso del tifón Yolanda. El aeropuerto de Taclobán estaba destruido, y tuvimos que esperar las maletas bajo un techo levantado por el viento. En la montaña el viento soplaba muy fuerte, tenía que sujetarme, era difícil caminar. Yolanda provocó vientos de 315 km por hora, y los trágicos resultados estaban frente a mis ojos.

Situada al final de una profunda bahía, Taclobán fue arrasada por una gran ola. El agua invadió la ciudad y algunas poblaciones cercanas. Como un tsunami. Para llegar al hotel donde se alojaba el equipo de Oxfam y otras agencias internacionales- acampados entre pasillos y salas, sin luz ni otros servicios- tuvimos que hacer una expedición entre árboles tumbados y escombros acumulados.