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Carta cuarta: Escribir en sueños pero sin pluma

18 de febrero de 2018

Por culpa de Claudio Bertoni empecé en agosto a escribir mis sueños. No soy constante, a veces lo olvido, a veces escribo de más. Posiblemente el sueño que termino contando en el papel ya se ha deformado demasiado. Llevo meses soñando con una mesa gigante, de madera.

Es robusta, demasiado grande, y no hay nada. Ni siquiera un folio en blanco. Paso la mano por la superficie. Me gusta su ruido, la erosión de la madera que no cobija ni una mota de polvo. En el sueño me muero por escribir pero no tengo con qué. Yo me encuentro en medio, preguntándome una y otra vez que me querrá la vida.

¿Es una más escritora por tener más tiempo para escribir? Escribir como producir, quiero huir de eso. Me vuelven las preguntas en el sueño y en el día a día, otra vez. ¿Querrá la mesa que escriba? ¿Dónde estarán los animales? ¿Dónde estarán todas aquellas mujeres que han pasado de puntillas por la vida y han quedado sin voz y a la sombra? ¿Escribirán ellos y ellas sobre mí? ¿Recuerdan mis manos como yo recuerdo la piel de todos y todas a los que he tocado?

Y en mi cabeza, dos cosas: “ver un paisaje tal como es cuando yo no estoy”, de Bertoni y una canción que se me olvida de Lispector que me canta y no deja de preguntarme si la vida me quiere y me querrá escritora esta semana.

Trabajé por La Rioja y por Castilla y león.

A los pies del Moncayo, paré para tocar la nieve.

Carta quinta: Vértigo ante la pausa

18 de febrero de 2018