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Carta novena: Tan lejos y tan cerca

22 de abril de 2018

Siempre que viajo en tren me encuentro caminando alrededor de las mismas ideas, imágenes, preguntas. Siento una especie de ternura y pena cuando las vías del ave pasan tan cerquita de tantos pueblos. Intento imaginar que supone en el día a día de alguien el paso de un tren de alta velocidad tan cerca y tan lejos a la vez.

Cerca, porque entra de una manera quizás, demasiado tajante en la vida de los habitantes, muchas veces pienso cuántos de ellos usan este tipo de servicios, y el desplazamiento que tienen que realizar a la ciudad más cercana para montarse en él y realizar el trayecto, usar el servicio que ven y sienten todos sus días.

Y de ahí, también, lejos. Las vías se imponen pero no paran. Aquí no, vosotros no.

¿Y los muertos? Hay tantos cementerios tan cerca... tanto que las paredes de cal y sus cipreses casi lindan con las vías, como si fuesen una especie de seguro, una forma de certeza con la velocidad.

¿Se sacudirán ellos dentro de las cajitas cada vez que pasa el tren? ¿Serán conscientes los pájaros? ¿Podría ser diferente la forma de construir el nido de la cigüeña del campanario desde que el forastero atraviesa varias veces al día su hogar? ¿Temblarán? ¿Pensarán en ello? ¿Cómo lo ven, cómo lo imaginan?

Volviendo, intentado escribir, mi padre me ha escrito un mensaje por Whatsapp para decirme que se ha acordado mucho de mí al descubrir hoy en el campo un nido de cojugada (Galerida cristata) con cuatro huevos.

También la inmediatez tiene sus cosas buenas: escribir palabras como echar de menos, pensar, querer, recordar... que nos cuesta a veces tanto decirlas. Otra especie de idioma que surge, mientras el tren sigue hacia adelante y cierro el ordenador. Luego he sonreído, cuando me he encontrado a Jim Harrison guiñándome un ojo desde su libro Dalva: la necesidad de dejar algo por escrito llega después del hecho en sí; el suceso registrado con tranquilidad lleva una carga de tranquilidad superior a la merecida.

En el cuarto donde he pasado la noche, me vigilaba atenta un collage precioso de Carmen Berasategui. Cómo no pensar en todo lo que llevo conmigo, en mis abuelas, en mi madre, en las mujeres que quiero y admiro. En esa genealogía tan necesaria que no deja de crecer.

Carta décima: Sobrevivir escribiendo y peleando

22 de abril de 2018