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Abandono educativo, origen social y crisis económica

¿Seguir estudiando o empezar a trabajar? Esta pregunta se la puede plantear por primera vez cualquier joven de 16 años, edad a partir de la cual la educación deja de ser obligatoria en España. Aunque la mayoría de los que se encuentran en esta situación opta por seguir en el sistema educativo, en torno a uno de cada diez decide dejar de estudiar para, en teoría, probar suerte en la búsqueda de empleo. Esta cifra, sin embargo, varía dependiendo del periodo. La oportunidad de ganar dinero en los años de la burbuja inmobiliaria fue un aliciente para acceder al mercado de trabajo en el momento en que uno cumplía la edad mínima para hacerlo. Sin embargo desde 2008, y sobre todo con la paralización del sector de la construcción, la tasa de abandono se ha atenuado.

Una de las ventajas que proporciona la educación es el grado de protección contra el desempleo. La actual crisis económica ha afectado al conjunto de la población, pero el impacto ha sido muy distinto entre los distintos grupos educativos. La pérdida de empleo entre aquellos que poseen estudios universitarios ha sido notablemente más baja. Este patrón, lejos de ser excepcional, se ha venido repitiendo en anteriores fases recesivas, en las que el nivel de ocupación ha caído de forma escalonada entre colectivos de trabajadores en función de su cualificación.

Con estos antecedentes parece prudente apostar por alargar la vida en el sistema educativo como estrategia individual a la hora de capear las crisis económicas que se vienen sucediendo de forma cíclica en nuestro país. La importancia del origen familiar sobre las oportunidades vitales continúa siendo clave tal y como se explicaba en una entrada reciente de este blog. Por tanto, aquí nos preguntamos quiénes son aquellos que abandonan el sistema educativo cuando por primera vez pueden hacerlo. Y, en concreto, en qué medida la pauta de abandono está condicionada por el origen social de esos jóvenes.

Al comenzar un nuevo curso académico, aquellos que en ese año natural cumplen 16 años tienen diferentes opciones. Para los que han superado la educación obligatoria, la continuación en el sistema educativo puede producirse en bachillerato o en algún curso de grado medio (lo que conocemos como formación profesional). Para los que han repetido algún curso académico, las opciones se reducen a una, continuar en la ESO. Este último grupo, lejos de ser pequeño, representa un porcentaje considerable. En 2012 un 34% de los jóvenes españoles de 15 años que realizaron la prueba PISA habían repetido al menos una vez, una de las tasas más altas de todos los países de la OCDE, cuya media se sitúa en el 16%. Tanto para los que han completado la ESO como para los repetidores, la alternativa a las anteriores opciones es dejar de estudiar y buscar trabajo en el mercado laboral.

Para conocer en qué grado el origen social influye en la decisión de abandonar los estudios se han seleccionado los primeros trimestres de la Encuesta de Población Activa (EPA) entre 2008 y 2013. Los individuos que componen la muestra son aquellos que tienen 16 o 17 años y que se encuentran justo en el año posterior al que cumplieron la edad a partir de la cual no están obligados a estudiar. En el primer trimestre de ese año pueden por tanto estar cursando algún estudio reglado (ESO para los repetidores, bachillerato o grado medio para los que superaron la educación obligatoria) o haber abandonado el sistema educativo. El porcentaje de jóvenes que se encuentra en esta última situación es un 8,3%.

Para conocer la influencia del origen social se ha escogido como aproximación el capital cultural del hogar. Teniendo en cuenta el nivel educativo más alto de uno de los progenitores se han creado cuatro categorías: i) origen social alto (educación universitaria), ii) medio-alto (secundaria superior), iii) medio-bajo (secundaria básica) y iv) bajo (primaria o menos). Para tratar de captar el efecto neto, en los análisis se ha tenido en cuenta otros factores que pueden ser relevantes a la hora de decidir dejar de estudiar, como son el sexo, la nacionalidad, el origen étnico de los padres, la situación laboral en el hogar, si es una familia monoparental y si hay menores en el hogar.

Cuando tenemos en cuenta sólo a los que han finalizado la educación obligatoria en el tiempo previsto, vemos que el riesgo de dejar de estudiar es superior para los jóvenes que proceden de un origen familiar más desfavorecido (Cuadro 1). La probabilidad de abandonar el sistema educativo es un 6% mayor para los de origen social bajo en comparación con los de origen social alto. El mismo análisis se ha calculado para los que son repetidores y que por tanto no han finalizado la educación obligatoria a su debido tiempo. En este grupo la incidencia del abandono es más alta: de entre todos los jóvenes que deciden dejar de estudiar, el 79% lo hace sin haber superado la educación obligatoria. Es decir, accede al mercado de trabajo sin poseer el título de la ESO. Al igual que veíamos anteriormente, en el colectivo de repetidores también encontramos que el riesgo es mayor para los que proceden de un entorno familiar con un menor capital cultural, pero la distancia en este caso es mucho más grande: 20,3% para los de origen social bajo y 10,2% para los de medio-bajo.

Está claro que existe una brecha social por la que los que proceden de un origen con menos recursos culturales tienen una menor probabilidad de continuar estudiando. ¿En qué medida el cambio del contexto económico ha podido afectar a este tipo de desigualdad? Antes de la crisis y tomando en cuenta el periodo comprendido entre 2001 y 2007, la tasa de abandono a los 16 años era un 13,6%, unos cinco puntos porcentuales más alto que desde 2008. En el Gráfico 1 observamos de nuevo la probabilidad de dejar de estudiar, esta vez con sólo dos categorías derivadas de la reagrupación: i) origen social bajo y medio-bajo; ii) origen social alto y medio-alto. Si bien continúa existiendo una mayor desventaja para los que proceden de un origen menos favorecido, desde el inicio de la crisis económica la brecha se ha ido reduciendo.

De los anteriores resultados se desprenden al menos dos conclusiones. La primera, que el origen social desempeña un papel esencial en decisiones fundamentales como la de continuar o no estudiando al cumplir los 16 años. El efecto es especialmente grande entre aquellos jóvenes que en algún momento de su vida educativa han repetido curso, grupo en el que, precisamente, son mayoría los que proceden de un origen social bajo. En un libro publicado recientemente por los investigadores Héctor Cebolla, Jonas Radl y Leire Salazar se analiza minuciosamente cómo el origen familiar juega un papel decisivo en las competencias, logros, expectativas y oportunidades educativas de las personas. A partir de sus resultados, los autores afirman que es hasta los tres años de edad cuando la inversión en educación tiene una mayor capacidad redistributiva. En otras palabras, la manera más eficiente de mitigar las desventajas de partida es actuando en las edades más tempranas.

La segunda conclusión es que la recesión ha tenido un efecto igualador, al menos en lo que respecta a esta etapa concreta de la vida educativa. En general la opción de abandono se reduce a partir de 2008, pero en mayor medida entre aquellos que proceden de un origen social más bajo. Posiblemente las pocas oportunidades de empleo desde el inicio de la crisis hayan sido un acicate para permanecer en el sistema educativo a la espera de tiempos mejores. Una de las preguntas que surge es cómo evolucionará la brecha detectada cuando la crisis económica se haya superado finalmente. El problema del paro es mucho mayor para quienes poseen niveles educativos bajos, pero la memoria es corta, sobre todo cuando se vuelve posible conseguir salarios elevados en los nichos de trabajo poco cualificado, aunque se trate de una realidad pasajera.

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Nota al gráfico. Efecto marginal del año sobre la probabilidad de dejar de estudiar según el origen social, después de una regresión logística (primeros trimestres de la EPA, 2001-2013). Controlado por sexo, nacionalidad, si ha repetido curso, origen étnico de los padres, situación laboral de los padres, presencia de menores en el hogar y si es un hogar monoparental.

Nota adicional. Un 2,0% de jóvenes de 16/17 años no han sido incluidos en la muestra porque no viven con sus padres y por lo tanto no se puede conocer su origen social.

¿Seguir estudiando o empezar a trabajar? Esta pregunta se la puede plantear por primera vez cualquier joven de 16 años, edad a partir de la cual la educación deja de ser obligatoria en España. Aunque la mayoría de los que se encuentran en esta situación opta por seguir en el sistema educativo, en torno a uno de cada diez decide dejar de estudiar para, en teoría, probar suerte en la búsqueda de empleo. Esta cifra, sin embargo, varía dependiendo del periodo. La oportunidad de ganar dinero en los años de la burbuja inmobiliaria fue un aliciente para acceder al mercado de trabajo en el momento en que uno cumplía la edad mínima para hacerlo. Sin embargo desde 2008, y sobre todo con la paralización del sector de la construcción, la tasa de abandono se ha atenuado.

Una de las ventajas que proporciona la educación es el grado de protección contra el desempleo. La actual crisis económica ha afectado al conjunto de la población, pero el impacto ha sido muy distinto entre los distintos grupos educativos. La pérdida de empleo entre aquellos que poseen estudios universitarios ha sido notablemente más baja. Este patrón, lejos de ser excepcional, se ha venido repitiendo en anteriores fases recesivas, en las que el nivel de ocupación ha caído de forma escalonada entre colectivos de trabajadores en función de su cualificación.