Piedras de papel es un blog en el que un grupo de sociólogos y politólogos tratamos de dar una visión rigurosa sobre las cuestiones de actualidad. Nuestras herramientas son el análisis de datos, los hechos contrastados y los argumentos abiertos a la crítica.
¿Es la sociología una ciencia del agravio? Lo que podemos aprender del proyecto sobre la impostura intelectual en ciertas disciplinas propensas a la pseudociencia publicado en
Recordarán o sabrán algunos de nuestros lectores que en 1996 el físico Alan Sokal escribió un maravilloso artículo daliniano, Trasgrediendo los límites: hacia una hermenéutica trasformativa de la gravedad cuántica , que derramaba salsa posmoderna sobre la física contemporánea con argumentos tan deliberadamente ridículos como compactos y seductores para quienes tuvieran el oído hecho a las boludeces, y el más cuestionable hábito de tomárselas en serio. Su objetivo era exponer, por vía de la burla, la debilidad intelectual de los “estudios culturales”, cosa que un poquito logró cuando el trabajo fue publicado por Social TextSocial Text, una revista académica relevante dentro de ese área, que picó en la broma.
Habrán sabido ya que tres académicos con bastante sentido del humor, James Lindsay, Helen Pluckrose, y Peter Boghossian, se han pasado casi un año escribiendo 20 artículos igualmente delirantes e intentándolos publicar, con bastante éxito, en determinadas revistas académicas. Ahora veremos cuáles. Han explicado el proyecto en Areo, una revista digital dirigida por Pluckrose.
Cuando el proyecto tuvo que detenerse por haberse revelado el fraude tenían siete artículos aceptados y unos cuantos más en revisión. Suficiente para anecarse. Tanto los artículos como los comentarios editoriales de los revisores están disponibles en internet (tal vez no todos los comentarios editoriales, ahora vuelvo sobre esto). Valen bastante la pena. Para los conocedores de los procesos de revisión por pares académica, la lectura de los dictámenes que les han enviado es una golosina.
Empecemos admitiendo lo que sí tiene gracia. Como ejemplo supino, hay que apreciar cómo lograron colar un artículo seudocientífico paranoide sobre la “rape culture” canina ('Reacciones humanas a la cultura de la violación y performatividad queer entre los perros urbanos de los parques de Portland, Oregon') con observaciones inventadas y conexiones con cierta literatura supuestamente feminista, entre lo desternillante y lo embarazoso, y que no lo colocaron en una revistilla, sino en un “Q1”, la octava en el ranquin académico mundial de los Estudios de Género de acuerdo con su factor de impacto (más sobre esto luego). La revista hizo una mención especial a la excelencia científica de este artículo y lo seleccionó para su colección conmemorativa de su 25 aniversario. La muerte.[1]
Lo que tiene menos gracia es que el proyecto no parece estar bien diseñado, los objetivos no están claros -parecen consistir en levantar toda la polvareda posible- y sus conclusiones no están presentadas de manera útil. El diagnóstico o explicación tampoco me parecen muy convincente. Tal y como está no pasa de ser otra broma que hace las delicias de “la derecha” y disgusta a “la izquierda” (a cierta izquierda) y que se olvidará como se olvidó a Sokal.
¿Qué podemos aprender?
La presentación de los resultados del proyecto que hacen los autores se lleva a cabo desde el punto de vista de los artículos escritos -cuál ha sido su fortuna editorial- y no desde el de las revistas “atacadas”: cómo han respondido. Debería ser obvio que esto último es lo esencial. Sin embargo, no se especifican los criterios para seleccionar las revistas. Y tal vez no se hayan siquiera divulgado los nombres de todas, no queda claro si hubo algún rechazo en un momento inicial del “experimento” que no haya sido anotado al final. No digo que sea por voluntad de ocultar o distorsionar, sino porque los autores del montaje se han concentrado en contar su aventura más que en diagnosticar el funcionamiento del sistema editorial.
En cierto modo, los autores son culpables de haber emprendido su proyecto de la misma forma en la que se lanzan a escribir aquellos a los que -con razón- critican por su impostura intelectual: se arrojan a ello sin método, partiendo de intuiciones compartidas pero mal conceptualizadas y buscando corroboraciones puntuales allí donde se encuentren, en lugar de datos sistemáticos que puedan refutar o reforzar una conjetura que quepa en una frase con términos bien definidos.
Los autores mencionan 21 revistas “atacadas”, una de ellas dos veces, por sus 20 textos. Un primer panorama puede contemplarse en esta tabla.
La mitad de las revistas aguanta, la otra no. Diez revistas pican de una u otra forma. Los dictámenes de “revise and resubmitt” suelen conducir a una publicación final, por lo que los contamos como respuesta positiva, aunque todavía tenían, en el momento de la observación, cierta posibilidad de darse cuenta del engaño. Otras diez revistas dieron una respuesta negativa, seis de ellas sin pasar por el proceso de revisión por pares, mediante rechazo editorial, que es el rechazo más “enérgico”, mientras que las otras cuatro lo rechazaron tras haber encomendado a algunos expertos que evaluasen el texto. En algunos casos se demuestra que uno (o dos) de los evaluadores estaban tan pirados como los evaluados, pero el conjunto del proceso evaluador produjo un feliz resultado negativo. Una de las revistas no había dado una respuesta a fecha del cierre, así que le podemos conceder el beneficio de la duda.
Las características “científicas” de las 21 revistas que sabemos que han sido atacadas pueden encontrarse en la siguiente tabla.
Estas son las conclusiones empíricas provisionales de la evidencia recogida:
Ninguna revista clasificada como de Sociología, o como de Ciencias Sociales Interdisciplinares, por el Journal of Citation Reports tiene una respuesta positiva al fraude.
Siete de las diez revistas (70%) clasificadas por el JCR como de women studies en esta muestra responden positivamente al fraude. Dos de las que, por el contrario, rechazaron los artículos, también están clasificadas como sociológicas o de ciencias sociales y la tercera es Signs, una veterana revista editada por la Universidad de Chicago.
De seis revistas fundadas en el siglo XXI, cinco de ellas pican de uno u otro modo (el 83%); de 15 revistas que se publican desde el siglo pasado, pican otras cinco (el 33%).
Las dos únicas revistas editadas por una universidad se libran del fraude. Aunque da miedo hacer juicios sobre las editoriales comerciales, una de ellas (SAGE) parece responder mejor que las otras.
Las revistas incluidas en el JCR tienen un comportamiento mucho mejor que las no incluidas. (Sepan los legos que el JCR es una especie de índice selectivo internacional de las revistas académicas; el más selectivo de todos). Las cuatro revistas elegibles pero no elegidas por el JCR dieron respuestas positivas al timo. (La quinta revista no incluida en el índice es tan reciente (2015) que no sería elegible para el índice, cualquiera que fuese el juicio del JCR sobre su calidad. Tampoco está incluida en otros índices menos selectivos, como Scimago. Esta es la única que da una respuesta negativa, como también es la única joven en rechazar el fraude).
El factor de impacto del JCR algo dice sobre las revistas. Dejando de lado las que no tienen valoración, las seis que sí están evaluadas y responden positivamente al fraude tienen un factor de impacto medio de 1,19; las nueve revistas evaluadas que rechazan los artículos tienen un impacto medio de 1,55. No es mucho, pero va en la dirección correcta.
Sobre la excelencia “dentro de tu propia área” podemos decir esto. Hay cinco revistas “Q1”, del primer cuartil en el ranquin de su área de conocimiento: dos en sociología (ya rozando el Q2) que sobreviven al fraude, y tres en women studies, que sucumben al mismo (la quinta, sexta y octava revistas en el rango de prestigio). La solidez del área es más importante que la reputación dentro del área.
La interdisciplinaridad no parece tener ningún efecto negativo (lo que va contra mi intuición).
Naturalmente, todo esto podría establecerse con cierta fiabilidad solo si la selección hubiera seguido un método científico (por ejemplo, al azar, o por algún criterio sistemático y relevante). [2]
Su diagnóstico y el nuestro
Los autores creen que hay una serie de áreas de conocimiento invadidas por “corrupción política”, dominadas por individuos con una agenda política propia y que, en su opinión -los tres se declaran de izquierdas- obstaculiza la verdadera causa de la liberación de las personas en cuyo nombre dicen hablar los malos. En otra versión (hay dos, vídeo y texto) se destaca que la corrupción es también epistemológica y se señala al “constructivismo crítico” como error culpable. La corrupción avanzaría, entre otros caminos, a través del sistema de revisores expertos de las publicaciones académicas
Este conjunto de saberes que van desde los estudios de género a las ciencias de la gordura o la identidad racial los etiquetan con el nombre común de “estudios del agravio”, si no entiendo mal, porque identifican una cierta obsesión con “los privilegios” como elemento arquitectónico común de todos los razonamientos válidos. La agenda intelectual que supuestamente defienden estos estudios viene a ser la clásica historia del hetero-patriarcado como categoría maestra explicativa de casi cualquier cosa, cuando no precisada en los privilegios de los varones blancos, etc. No es cuestión de repetirlo aquí, porque hoy no me interesa si tienen razón en esto, o si nadie la tiene.
En algún lugar mencionan hasta quince sub-dominos del pensamiento en “estudios del agravio”. Se incluyen “los estudios de género (feministas), estudios de la masculinidad, estudios queer, estudios de la sexualidad, psicoanálisis, teoría crítica de las razas, teoría crítica del ser blanco, estudios de la gordura, la filosofía educativa y la sociología”.
¿Perdón? ¿La sociología? No majos, la broma tiene bastante gracia, pero hay que saber parar.
La sociología, es cierto, es una ciencia excesivamente “diversa” y cabe de todo. Aunque la mayor parte de la mala sociología no sea “políticamente corrupta” sino simplemente banal, aburrida, inservible o estúpida. Muchos sociólogos tienen una agenda ideológica, como muchos abogados, economistas o filósofos, y lo que hay que hacer es juzgarlos por su trabajo -a menudo, flojo- y no por su agenda.
¿Existe una conspiración para crear un coto cerrado que pueda llamarse “estudios del agravio”? Pues es difícil de probar, y de creer. Lo que sí ha podido suceder, como apunta alguien que sabe mucho de gestión académica y más aún de sociología -nuestro editor de 2018, nada menos, Héctor Cebolla- al menos en Europa, es una confluencia entre una serie de sujetos que provienen de las “artes y humanidades” y que aspiran a hacer “trabajo relevante” y otra serie de ellos que, estando formados en las ciencias sociales, simplemente han perdido el ritmo del progreso científico. Los primeros llegarían al estudio de “lo social” acuciados por la necesidad de hacer trabajos “con una aplicación al mundo”, que es lo que ahora se plantea como requisito institucional para conseguir financiación a la “investigación”; los segundos solo tienen en común con ellos su total flexibilidad en cuanto al método científico -o su osadía para lanzarse a cualquier tema sin método alguno- y, posiblemente, cierta afinidad ideológica, pero es más probable que se hagan amigos por lo primero.
Esto no quiere decir que la sociología del género (o los estudios del género) o de la etnicidad o de la gordura sean campos de estudio tóxicos. Ni mucho menos, son problemas tan genuinos como los que más, y muchos sociólogos (y no sociólogos) se aplican a su estudio con método y paciencia. Es solo que -como en otros campos, no les hablaré del estudio de la opinión pública- la pseudociencia se cuela a veces con cierta facilidad.
En general, el sistema académico tiene sus propias defensas, no perfectas, pero firmes. La paraciencia nunca se establece para quedarse, ni siquiera la parasociología, aunque haya individuos que la practiquen, y haya áreas de conocimiento más sensibles a la impustura que otras. Seguramente, necesitamos menos escándalos políticos y más educación científica. Y, tal vez, dejar en paz a los de humanidades para que se puedan dedicar tranquilamente a reflexionar sobre Aristóteles, o incluso sobre si a este le hubiera gustado el cine francés, sin necesidad de tener que explicarnos que esto nos ayuda a entender los desgarros de nuestro mundo.
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[1] Si se quieren más anécdotas, léanse la presentación del proyecto, que abunda en ellas: de cómo colocar “cameos” del Mein Kampf como teoría feminista, de cómo publicar la recomendación de los dildos anales para los hombres como solución a las actitudes machistas, y así hasta 20, con distinto nivel de gracia y de éxito.
[2] En la medida de lo posible, he repetido este pequeño análisis utilizando el índice Scimago, que es más liberal e incluye a todas nuestras revistas menos una (la más joven). El índice de impacto medio SJR (el menos selectivo de Scimago) para las revistas burladas es 0,615, mientras que el de las revistas que salvan el tipo es de 0,948. Por otra parte, 9 de las 14 (64$) de las etiquetadas como Estudios de Género caen en la trampa. En general, 6 de las 8 de sociología (el 80%) salen con bien. Muchas de las revistas están etiquetadas en Scimago como de Estudios Culturales, Artes y Humanidades, Psicología Social y otras muchas áreas de conocimiento, pero no ciencias sociales o sociología.
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