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¿Se batirá el récord histórico de abstención el 10N?

Nunca antes tantas personas habían dicho que no iban a votar en una encuesta preelectoral del CIS anterior a unas elecciones generales. Para hacernos una idea, en la encuesta preelectoral anterior a las elecciones de junio de 2016, en las que se dio la participación más baja del actual período democrático, un 11% de las personas entrevistadas indicaba que “no votaría” cuando se le preguntaba por su intención de voto. En los datos que el CIS presentó ayer este porcentaje era del 11,8%. Del mismo modo, en aquella repetición electoral del 2016, un 8,5% indicaba que no iría a votar “con toda seguridad”, mientras que en esta segunda repetición ese porcentaje ha subido al 10,3%. Por tanto, todo haría pensar que estas elecciones podrían batir el récord negativo de abstención y situar esta en torno al 35%, muy por encima del 28% registrado en abril de este año. A la participación electoral parece sentarle mal las repeticiones electorales. Sin embargo, esto podría cambiar algo con todo lo sucedido en la segunda mitad de octubre y lo que pueda pasar de aquí al 10 de noviembre. En esta entrada voy a situar primero la evolución de la abstención declarada en las encuestas del CIS en perspectiva histórica y, a continuación, revisaré dos estudios que nos pueden dar pistas de cómo podría remontar la bajísima participación que el reciente CIS hace presagiar.

El gráfico 1 muestra el porcentaje de personas que indican que “no votarían” en 124 encuestas del CIS desde mediados de 1993. La abstención declarada en cada encuesta viene representada por un punto. Además, se muestran las nueve elecciones generales que han tenido lugar desde entonces, incluyendo las próximas elecciones del 10N. Hasta el 2015 se dan ciclos electorales normales de cuatro años y lo que vemos es que, en cada ciclo, la abstención va subiendo a medida que nos alejamos de las elecciones anteriores hasta llegar a un punto máximo desde el que va descendiendo a medida que se acercan las siguientes elecciones. Lo interesante es que, excepto en las dos elecciones repetidas, el punto más bajo de la abstención declarada siempre coincide con la encuesta inmediatamente anterior a las elecciones. Este parece que era el comportamiento “regular” de la abstención declarada hasta el 2016. El caso del ciclo electoral 2011-2015, que coincidió con los peores momentos de la crisis económica y el cambio en el sistema de partidos resulta especialmente interesante. La abstención declarada subió hasta cotas del 25%, lo que hubiera supuesto una abstención de más del 50% en unas hipotéticas elecciones generales. Sin embargo, llegadas las elecciones de 2015 las aguas volvieron a su cauce y las últimas encuestas antes de las mismas ya mostraban una abstención declarada muy normalita. En el ciclo 2016-2019 el patrón fue muy similar a los anteriores.

Si nos fijamos ahora en las dos repeticiones electorales, vemos que no da tiempo a que se repita la subida y posterior bajada de la abstención de otros ciclos y lo que ocurre es que las elecciones coinciden con el momento ascendente de la desmovilización. Pasó en junio de 2016 y está pasando en este momento. Todos los indicadores apuntan a que la abstención estaría ahora incluso por encima del 33% de aquella cita. Pero el trabajo de campo del reciente barómetro preelectoral del CIS tuvo lugar antes del anuncio de la sentencia del juicio contra los dirigentes independentistas catalanes, las movilizaciones posteriores y la exhumación de Franco y el debate público que generó. ¿Podría cambiar esto la tendencia negativa de participación que anticipa el barómetro?

Gráfico 1: Evolución de la abstención declarada en encuestas del CIS (1993-2019)

Numerosos estudios en la ciencia política han tratado de entender el efecto que determinados sucesos singulares de especial relevancia pueden tener sobre la participación electoral. Sin embargo, aislar el efecto de un suceso concreto no resulta sencillo. En España tenemos dos ejemplos que nos pueden dar pistas de cuál sería el alcance de un posible efecto movilizador de todo lo ocurrido en las últimas semanas. En primer lugar, tenemos el caso del incremento de la participación que los atentados del 11M habrían tenido sobre la participación en las elecciones del 14 de marzo de 2004. Los atentados se produjeron solo tres días antes de las elecciones y fueron seguidos de multitudinarias movilizaciones. Pues bien, José García Montalvo estima en este conocido estudio que la participación habría aumentado en 2,7 puntos porcentuales como consecuencia de los atentados. En otro estudio reciente sobre el efecto de los atentados terroristas de ETA sobre la participación declarada en encuestas del CIS, Laia Balcells y Gerard Torrats-Espinosa han mostrado que las personas entrevistadas después de un atentado de ETA tenían entre un 2% y un 3% más de probabilidad de declarar que irían a votar. Un porcentaje muy similar al estimado para el caso de los atentados del 11M. Esto quiere decir que, en casos bastante extremos como son los atentados terroristas, el aumento de la participación es bastante modesto.

La combinación de los datos mostrados ayer por el CIS y de la evidencia que tenemos acerca del limitado efecto movilizador de sucesos de gran impacto mediático hace que la expectativa de participación se sitúe entre un nuevo récord de la abstención en el peor de los casos (por encima del 35%) y una participación relativamente baja en el mejor (por encima del 30%). Una mayor participación rompería los patrones que hemos observado hasta la fecha y sería digna de estudio. Para despejar dudas ya solo quedan apenas once días.

Nunca antes tantas personas habían dicho que no iban a votar en una encuesta preelectoral del CIS anterior a unas elecciones generales. Para hacernos una idea, en la encuesta preelectoral anterior a las elecciones de junio de 2016, en las que se dio la participación más baja del actual período democrático, un 11% de las personas entrevistadas indicaba que “no votaría” cuando se le preguntaba por su intención de voto. En los datos que el CIS presentó ayer este porcentaje era del 11,8%. Del mismo modo, en aquella repetición electoral del 2016, un 8,5% indicaba que no iría a votar “con toda seguridad”, mientras que en esta segunda repetición ese porcentaje ha subido al 10,3%. Por tanto, todo haría pensar que estas elecciones podrían batir el récord negativo de abstención y situar esta en torno al 35%, muy por encima del 28% registrado en abril de este año. A la participación electoral parece sentarle mal las repeticiones electorales. Sin embargo, esto podría cambiar algo con todo lo sucedido en la segunda mitad de octubre y lo que pueda pasar de aquí al 10 de noviembre. En esta entrada voy a situar primero la evolución de la abstención declarada en las encuestas del CIS en perspectiva histórica y, a continuación, revisaré dos estudios que nos pueden dar pistas de cómo podría remontar la bajísima participación que el reciente CIS hace presagiar.

El gráfico 1 muestra el porcentaje de personas que indican que “no votarían” en 124 encuestas del CIS desde mediados de 1993. La abstención declarada en cada encuesta viene representada por un punto. Además, se muestran las nueve elecciones generales que han tenido lugar desde entonces, incluyendo las próximas elecciones del 10N. Hasta el 2015 se dan ciclos electorales normales de cuatro años y lo que vemos es que, en cada ciclo, la abstención va subiendo a medida que nos alejamos de las elecciones anteriores hasta llegar a un punto máximo desde el que va descendiendo a medida que se acercan las siguientes elecciones. Lo interesante es que, excepto en las dos elecciones repetidas, el punto más bajo de la abstención declarada siempre coincide con la encuesta inmediatamente anterior a las elecciones. Este parece que era el comportamiento “regular” de la abstención declarada hasta el 2016. El caso del ciclo electoral 2011-2015, que coincidió con los peores momentos de la crisis económica y el cambio en el sistema de partidos resulta especialmente interesante. La abstención declarada subió hasta cotas del 25%, lo que hubiera supuesto una abstención de más del 50% en unas hipotéticas elecciones generales. Sin embargo, llegadas las elecciones de 2015 las aguas volvieron a su cauce y las últimas encuestas antes de las mismas ya mostraban una abstención declarada muy normalita. En el ciclo 2016-2019 el patrón fue muy similar a los anteriores.