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El camino de la independencia en Escocia y Cataluña

Entre las muchas cuestiones que diferencian a España del Reino Unido una importante es su distinta sensibilidad ante la cesión de soberanía. En España la controversia está en la transferencia de poder hacia abajo, y no hacia Europa. La opinión pública española es capaz de asistir impasible a la enésima lectura de cartilla por parte del comisario Olli Rehn y anotar pacíficamente la lista de deberes pendientes, mientras las histerias colectivas se desbocan cada cierto tiempo ante cualquier asunto relacionado con la cuestión territorial.

En cambio, lo que duele en Gran Bretaña es diluir su autonomía en las instituciones europeas. Los británicos están dispuestos a marcharse de Europa con tal de proteger su soberanía, mientras de puertas para adentro son capaces de pactar un referéndum sobre la independencia de Escocia.

La coincidencia en el tiempo de la eclosión independentista en Cataluña y Escocia invita a establecer ciertos paralelismos. Por ejemplo, los avances en el nivel de autogobierno que se han producido en los dos casos se explican en gran medida por las dinámicas de competición electoral entre los partidos nacionales y los de ámbito regional. También son similares en su relativa prosperidad, en que las fuerzas conservadores nacionales han sido más reticentes que la izquierda a apoyar los procesos de descentralización y en que la independencia es más popular entre los jóvenes. Sin embargo, más allá de estas similitudes, los procesos en uno y otro lado son distintos.

Los sentimientos identitarios y las preferencias por mayor autonomía son menos intensos en Escocia que en Cataluña. Hay un menor porcentaje de ciudadanos que se sienten sólo escoceses (un 24% frente a un 29% en Cataluña[1]). Además, el apoyo a la independencia no solo es significativamente menor que en Cataluña (un 54,7% votaría a favor de la independencia en Cataluña y un 34% lo haría en Escocia[2]), sino que su progresión ha sido más oscilante a lo largo del tiempo (ver gráfico aquí).

Seguramente la diferencia más importante entre Escocia y Cataluña se encuentra en la propia naturaleza del independentismo. Entre los escoceses que votarían a favor de la independencia, una abrumadora mayoría (88%) apoyan la propuesta llamada “Devolution Plus”, que plantea más poderes para Escocia (especialmente más autonomía sobre sus impuestos), permaneciendo dentro del Reino Unido. Todas las encuestas indican que esta sería la opción ganadora si se incluye finalmente en la pregunta que se someta a referéndum. Dicho de otra manera, en Escocia existe un independentismo “light”, más proclive a considerar otras alternativas a la secesión.

Sin embargo, en Cataluña solo un 15% de los que votarían a favor de la independencia prefiere un modelo territorial federal, frente a un 80% que prefiere que Cataluña se convierta en un Estado independiente[3].

Estas diferencias explican el distinto significado de la consulta en uno y otro caso. Los pasos hacia la independencia de Escocia pueden acabar convirtiéndose en el camino hacia más devolution, mientras que en Cataluña el planteamiento de la consulta es la consecuencia de la ruptura con el marco de descentralización que hasta ahora ofrecía el Estado Autonómico.

Alguien podría añadir que el distinto significado de la consulta en uno y otro caso tiene que ver con que en Escocia existe más espacio para aumentar la descentralización porque parte objetivamente de un nivel de autonomía inferior. Sin embargo, también en el caso de Cataluña existía cierto margen para las reformas en el ámbito de la financiación autonómica cuya negociación acabó siendo víctima de un fracaso anunciado. La polarización que genera la cuestión territorial en España hace que la complacencia miope hacia los electorados sea demasiada tentadora para los partidos, lo que no solo les impide flexibilizar sus posiciones, sino que en muchos casos les anima a seguir cultivando la división entre el electorado.

La consecuencia de todo ello es que gran parte del independentismo en Cataluña es económico, pues la razón más frecuente que aluden quienes votarían por la independencia es conseguir que Cataluña gane autonomía en recursos y en impuestos (un 29% del total según Datos del CEO 1ª ola 2013).

Probablemente no se hubiera llegado hasta aquí si los ciudadanos españoles fueran tan (poco) sensibles a las transferencias de poder hacia Cataluña como lo son respecto a Europa. Quizás un poco más de indiferencia entre el electorado hacia la cuestión territorial liberaría a los partidos del yugo de la miopía electoral en cuestiones que requieren más horizonte político. O al revés. Quizás a los españoles comienza a dolerles Europa tanto como la cuestión territorial y dejan de asistir impasibles al progresivo debilitamiento de la autonomía de sus representantes políticos.

[1] Datos de IPSOS Mori para Escocia (enero de 2012) y del Centre d’ Estudis d’Opinió para Cataluña (1ª ola 2013).

[2] Datos de IPSOS Mori para Escocia (febrero de 2013) y del Centre d’Estudis d’Opinió para Cataluña (1ª ola 2013).

[3] Datos Centre d’Estudis d’Opinió, primera ola 2013.

Entre las muchas cuestiones que diferencian a España del Reino Unido una importante es su distinta sensibilidad ante la cesión de soberanía. En España la controversia está en la transferencia de poder hacia abajo, y no hacia Europa. La opinión pública española es capaz de asistir impasible a la enésima lectura de cartilla por parte del comisario Olli Rehn y anotar pacíficamente la lista de deberes pendientes, mientras las histerias colectivas se desbocan cada cierto tiempo ante cualquier asunto relacionado con la cuestión territorial.

En cambio, lo que duele en Gran Bretaña es diluir su autonomía en las instituciones europeas. Los británicos están dispuestos a marcharse de Europa con tal de proteger su soberanía, mientras de puertas para adentro son capaces de pactar un referéndum sobre la independencia de Escocia.