La indignación que los casos de corrupción provocan en la ciudadanía podría representarse como una escena en tres actos. El primero lo protagoniza la indignación más inmediata, aquella que aparece a medida que se descubren los detalles de cada caso. El segundo surge al poco tiempo como reacción a las decepcionantes respuestas que dan los partidos políticos que están involucrados. El tercero y último es un acto inacabado: son los posos de desconfianza general que unas y otras actuaciones van dejando en la sociedad.
El resultado de todo ello es la desafección política. Se trata de un término poco preciso con el que se intenta describir la creciente desconfianza y el distanciamiento entre la ciudadanía y sus representantes. El dato que mejor ilustra este fenómeno y que más ha captado la atención de los medios es la caracterización de la clase política por parte de la opinión pública como uno de los principales problemas del país. Según el último barómetro del CIS (diciembre de 2012), casi uno de cada tres españoles identifica a los políticos y a los partidos entre los tres problemas más importantes de España. Un año atrás esa misma valoración se daba en uno de cada cinco ciudadanos.
La desafección política es un problema grave. Lo será más si deja de estar vinculada a los acontecimientos coyunturales (los casos de corrupción o las consecuencias de la crisis económica) y se convierte en un aspecto estructural del sistema político. Algunos quizás confíen en que la mejora de la situación económica o el olvido lo cure todo, como ya ocurrió en el pasado. Las series de barómetros del CIS muestran que en el año 1995 aumentó de manera significativa la desconfianza hacia la clase política en un contexto donde también se combinaban corrupción y crisis económica.
Sin embargo, no hay muchos motivos para creer en una recuperación inmediata de la confianza de los ciudadanos hacia sus representantes. En primer lugar, porque la intensidad de la desafección es mayor en la actualidad. Los máximos niveles de desconfianza a mediados de los noventa eran casi diez puntos inferiores a los que tenemos ahora. En segundo lugar, porque en esta ocasión la desconfianza es algo más que la reacción coyuntural de los sectores más vulnerables ante la crisis económica. Los ciudadanos más perjudicados por la coyuntura económica, como los parados, los pensionistas, o los que tienen menos estudios no muestran más desconfianza hacia la clase política que el resto. Más bien al contrario: jubilados y amas de casa o gente sin estudios son los que menos identifican a los políticos como principal problema. Por último, la desafección política se ha incrementado especialmente entre los jóvenes y los estudiantes. Todo ello nos hace pensar que la desafección política en España puede permanecer en el futuro.
A pesar de esto, también existe una lectura positiva de la desafección. La desconfianza hacia la clase política no es sinónimo de pasotismo, como en ocasiones se interpreta, sino de ciudadanos más críticos y exigentes con el sistema. Quienes perciben a los políticos y a los partidos como problema tienen más estudios y se consideran más informados sobre política que el resto. Además, aunque están más insatisfechos con el funcionamiento de la democracia, muestran mayores niveles de apoyo a este sistema como mejor régimen político (barómetro del CIS de Noviembre de 2010).
Por eso, aunque tradicionalmente se asocia la desafección política en España con ciudadanos alejados y desinteresados de la política, no es ese el caso de la creciente desconfianza de la ciudadanía española hacia sus representantes políticos. En definitiva, la desafección no es fruto de la despreocupación o de actitudes negativas hacia la política en general, sino de la insatisfacción con el funcionamiento del sistema de ciudadanos que se interesan por los asuntos públicos.
La indignación que los casos de corrupción provocan en la ciudadanía podría representarse como una escena en tres actos. El primero lo protagoniza la indignación más inmediata, aquella que aparece a medida que se descubren los detalles de cada caso. El segundo surge al poco tiempo como reacción a las decepcionantes respuestas que dan los partidos políticos que están involucrados. El tercero y último es un acto inacabado: son los posos de desconfianza general que unas y otras actuaciones van dejando en la sociedad.
El resultado de todo ello es la desafección política. Se trata de un término poco preciso con el que se intenta describir la creciente desconfianza y el distanciamiento entre la ciudadanía y sus representantes. El dato que mejor ilustra este fenómeno y que más ha captado la atención de los medios es la caracterización de la clase política por parte de la opinión pública como uno de los principales problemas del país. Según el último barómetro del CIS (diciembre de 2012), casi uno de cada tres españoles identifica a los políticos y a los partidos entre los tres problemas más importantes de España. Un año atrás esa misma valoración se daba en uno de cada cinco ciudadanos.