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Catalanofobia

Déjenme que empiece este artículo con mi anécdota favorita sobre la catalanofobia. En invierno del 2005, Isabel Pantoja viajó a Barcelona para promocionar su nuevo álbum, 'Sinfonía de la Copla'. En su paso por Radio Teletaxi, cuando el periodista Justo Molinero se interesó por su opinión acerca de la campaña de boicot a los productos catalanes, la tonadillera respondió: “estas navidades brindaré con cava catalán y, luego, con champán del bueno”. Meses más tarde Pantoja quiso aclarar en el diario ABC su postura sobre la cuestión y añadió que “los que tengan más dinero que brinden con champán, y los que menos, con cava”. No se trataba, pues, de un desliz anticatalanista sino de una cuestión de estatus social. Aún con ello, Pantoja nos regaló uno de los momentos más hilarantes de la triste campaña de boicot al espumoso catalán.

El boicot al cava es sólo uno de los numerosos episodios que ejemplifican la escasa simpatía que despiertan los catalanes en el resto de España. La catalanofobia viene de lejos, sin duda. No obstante, la virulencia de la crisis territorial que vivimos desde el inicio del proceso soberanista puede hacernos pensar que seguramente el anticatalanismo esté hoy más extendido que nunca. ¿Realmente es así?

Hace unas semanas el Centre d'Estudis d'Opinió (CEO), el CIS catalán, publicó una encuesta sobre conflicto territorial en España en la que se incluían preguntas sobre el grado de simpatía por los habitantes de las distintas comunidades autónomas. Según el CEO, los catalanes son, de lejos, los ciudadanos que más rechazo generan entre los españoles. En una escala de 0 (caen muy mal) a 10 (caen muy bien), los catalanes alcanzan un aprobado justo (5,6), una cifra notablemente inferior a la del resto de comunidades autónomas, la mayoría de las cuales alcanzan valoraciones por encima del 7 sobre 10.

¿Por qué los catalanes no gozan de buena prensa? En cierto modo, existen razones para esperar que los españoles sientan una menor simpatía hacia Cataluña que hacia otras comunidades autónomas. Los prejuicios y estereotipos negativos tienden a ser más intensos cuanto mayores son las diferencias culturales, lingüísticas o religiosas. Debido a ello, es esperable que los territorios con lengua propia y mayores hechos diferenciales acaben activando más fácilmente la confrontación de “nosotros vs. ellos” y, en consecuencia, acaben fomentando más prejuicios.

Esta explicación parece cumplirse en el caso de por ejemplo el País Vasco y Cataluña, con lenguas propias, pues son precisamente estas comunidades autónomas las que gozan de menos simpatía entre los españoles. Sin embargo, no ocurre lo mismo con Galicia. A pesar de que alrededor del 40 por ciento de su población tiene el gallego como lengua materna, los gallegos son el tercer colectivo que más simpatía genera, sólo por detrás de los andaluces y los asturianos. La diferencia entre Galicia y Cataluña o País Vasco sugiere que en las filias y fobias territoriales van algo más allá de la lengua o de los hechos diferenciales. Es necesario también tomar en consideración la confrontación política y por los recursos entre territorios.

En efecto, el anticatalanismo perece estar estrechamente vinculado a la confrontación política. En el pasado el rechazo a los catalanes estaba muy vinculada al papel de CiU en la conformación de mayorías en el Congreso de Diputados. Los cánticos de “Pujol, enano habla en castellano” en frente de Génova 13 en 1996 no sólo respondían al rechazo a Cataluña como comunidad con rasgos nacionales diferenciados, sino también a la sensación de injusticia que provocaba la estrategia de CiU de intercambiar estabilidad parlamentaria a cambio de mejoras para Cataluña y su autogobierno.

Con el inicio del proceso soberanista en 2012, los partidos nacionalistas catalanes dejaron atrás ese tradicional rol pactista y apostaron por una agenda rupturista. En este sentido, es probable que la actual hostilidad que provocan los catalanes hoy esté a más vinculada a la crisis constitucional que al “mercadeo” de competencias por estabilidad.

La virulencia de la confrontación política tras el proceso soberanista puede llevarnos a pensar que la catalanofobia hoy es mayor que en otras épocas. Pero, ¿realmente es así? ¿nos encontramos ante una ola de hostilidad hacia los catalanes sin precedentes? Si comparamos la encuesta reciente del CEO con la que el CIS publicó en 1996, los datos parecen indicar incluso lo contrario*. En general, los catalanes caen algo mejor hoy, pues la simpatía ha pasando del 4,9 al 5,6 sobre 10. Entre 1996 y 2019 no solo ha mejorado la imagen de los catalanes, sino también la de la práctica totalidad de las gentes del resto de las comunidades autónomas, especialmente la de los vascos. Los catalanes siguen siendo el colectivo que genera mayor rechazo, pero hoy el rechazo es menor del que era casi dos décadas atrás.

El gráfico 1 muestra la relación entre anticatalanismo e ideología (izquierda vs derecha), comparando 1996 con 2019**. Del gráfico se desprende una conclusión muy llamativa y, en cierto modo, contraintuitiva. Si bien en 1996 el rechazo a los catalanes era transversal, actualmente es una actitud especialmente presente entre los españoles conservadores. Su imagen ha mejorado de forma significativa entre los votantes de centro y sobre todo entre la izquierda, pero se ha mantenido baja entre la derecha.

En definitiva, los datos no parecen compatibles con la tesis de que el proceso soberanista haya alimentado la catalanofobia. En realidad el rechazo a los catalanes era más intenso y más generalizado cuando la confrontación política se centraba en la estrategia de CiU de “mercadear” apoyo en el Congreso de los Diputados a cambio de beneficios o transferencias para Cataluña.

Si bien en 1996 la catalanofobia estaba muy débilmente relacionada con la ideología, en la actualidad ha cobrado un papel crucial. De hecho, entre la izquierda la antipatía que despiertan los catalanes es muy moderada. En el gráfico 2 se puede constatar cómo entre los votantes más progresistas no existen grandes diferencias entre la simpatía que despiertan los catalanes con respecto a los madrileños o los murcianos.

Así pues, la catalanofobia parece estar hoy más relacionada con la ideología que en 1996. Los catalanes caen mal a uno de cada tres españoles de derechas y para el 14% el rechazo es máximo (con valoraciones de 0 sobre 10). Este último porcentaje es tres veces inferior para el caso de la izquierda. Aún así, es importante leer las cifras sin sensacionalismos. La catalanofobia es una actitud minoritaria incluso entre la derecha: es más probable encontrarse por la calle a un español conservador que no tenga una valoración negativa de los catalanes que lo contrario.

¿Por qué la catalanofobia está hoy más relacionada con ser de izquierdas o derechas? Déjenme que ofrezca una respuesta tentativa: la irrupción de Podemos en el espacio de la izquierda. Esta formación ha defendido en numerosas ocasiones la existencia de la plurinacionalidad de España, se ha sentido cómoda en la aceptación de la diversidad lingüística y ha intentado alejarse de discursos homogeneizadores. Además, ha simpatizado con algunos de los postulados más destacados del independentismo, como por ejemplo la aceptación de un referéndum como instrumento para zanjar la crisis catalana. Estas posiciones pueden haber ayudado a que sus votantes no hayan vivido el proceso soberanista con tantos sentimientos de rechazo. Los datos de la encuesta del CEO son en cierto modo compatibles con esta tesis. En efecto, si bien la catalanofobia está casi tan extendida entre los votantes del PSOE como entre los del PP, esta actitud es marginal entre los votantes de Unidas Podemos.

En definitiva, a pesar de la severidad del conflicto territorial no parece que la catalanofobia hoy esté más extendida que en otras épocas. En los tiempos de Jordi Pujol el rechazo que generaban los catalanes era más intenso y más transversal en lo ideológico. La catalanofobia pervive en la misma intensidad entre los españoles conservadores, pero se ha reducido de forma significativa entre los españoles más progresistas.

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Nota metodológica:

*CIS y CEO incluyen la pregunta de simpatía con similar anunciado y escala similiar.

**Los gráficos son valores predichos resultantes de un modelo de regresión lineal en las que se incluyen como variables independientes: edad, sexo, estudios, preferencias territoriales y Comunidad Autónoma dónde se vive.

Déjenme que empiece este artículo con mi anécdota favorita sobre la catalanofobia. En invierno del 2005, Isabel Pantoja viajó a Barcelona para promocionar su nuevo álbum, 'Sinfonía de la Copla'. En su paso por Radio Teletaxi, cuando el periodista Justo Molinero se interesó por su opinión acerca de la campaña de boicot a los productos catalanes, la tonadillera respondió: “estas navidades brindaré con cava catalán y, luego, con champán del bueno”. Meses más tarde Pantoja quiso aclarar en el diario ABC su postura sobre la cuestión y añadió que “los que tengan más dinero que brinden con champán, y los que menos, con cava”. No se trataba, pues, de un desliz anticatalanista sino de una cuestión de estatus social. Aún con ello, Pantoja nos regaló uno de los momentos más hilarantes de la triste campaña de boicot al espumoso catalán.

El boicot al cava es sólo uno de los numerosos episodios que ejemplifican la escasa simpatía que despiertan los catalanes en el resto de España. La catalanofobia viene de lejos, sin duda. No obstante, la virulencia de la crisis territorial que vivimos desde el inicio del proceso soberanista puede hacernos pensar que seguramente el anticatalanismo esté hoy más extendido que nunca. ¿Realmente es así?