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¿Hay un cisma entre burguesía y ‘clerecía' en Cataluña?

Empecé a escribir esto pensando que iba a ofrecer sustento empírico para la tesis sobre El cisma entre burguesía y “clerecía” que hace algunos meses defendieron en una tribuna Benito Arruñada y mi compañero de blog y amigo Víctor Lapuente. Me he dado cuenta de que los datos me llevan a rechazar una parte importante de su tesis, lo suficiente como para enredar un poco y someterlo a su juicio.

Llamamos clerecía a “quienes viven de crear, preservar y diseminar la cultura nacional. En la Cataluña de hoy, eso incluye a funcionarios, escritores, académicos y demás profesionales dedicados a una amplia serie de actividades, que abarca desde escribir poemas a diseñar balanzas fiscales, desde dar clases de bachillerato a presentar noticias o producir teleseries.” Esta caracterización es sugerente, aunque poco precisa, porque los “funcionarios” no necesariamente se identifican, sino de forma forzada, con la clerecía así definida. Pueden hacerlo, pero no por ser funcionarios, sino por su oficio dentro del sector público, como administradores de ideas, saberes, recreo, etc. (A pesar de ello, los tendremos en cuenta al final).

La tesis, o más bien hipótesis, tiene dos partes. La primera dice que “el estamento que más ha promovido el independentismo no ha sido la burguesía ni el proletariado radical, sino la clerecía”. La segunda es que su empresa de emancipación nacional “da pánico a la burguesía. Esta contraposición de intereses es esencial para entender el devenir de Cataluña.”

La primera puede verificarse con los datos de opinión pública: la “clerecía”, tomada en su conjunto, es más independentista que cualquier otro grupo social. Esto es un hecho nada desdeñable. Sin embargo, la segunda, sobre el cisma, no tiene respaldo en los datos. La “burguesía”, bajo cualquier acepción razonable del término, no se espanta de la empresa independentista, sino que la apoya con parecido entusiasmo al de la clerecía nacional. No sé si a alguien en Cataluña le da pánico la causa secesionista, pero el grupo social que tiene más síntomas de rechazo es el de los trabajadores: trabajadores de cuello blanco de perfil bajo y trabajadores manuales. Además de las clases pasivas (trabajo doméstico, jubilados y parados), salvo cuando también se identifican como clerecía.

En la categoría de clerecía se han introducido todos los oficios culturales, educativos y recreativos. Para el resto se ha utilizado una agrupación bastante estándar, realizada por el INE, de las categorías de ocupación. Los datos corresponden a la agregación de todos los barómetros con preguntas políticas de la legislatura 2011-2015 (salvo los dos primeros, que utilizaron una codificación diferente de profesiones). De este modo, tenemos 5152 personas entrevistadas en Cataluña. Tomo como indicador de independentismo la respuesta “Un Estado en el que se reconociese a las comunidades autónomas la posibilidad de convertirse en estados independientes” como forma de organización preferida para el Estado.

Como muestra el gráfico 1, la clerecía es predominantemente independentista, tanto si pertenece al grupo dirigente, a los cuadros medios o a las clases pasivas. Lo es de forma casi constante. Pero hay poca diferencia con respecto a la clase dirigente y a los propietarios, y no demasiada con los cuadros medios. De quienes se diferencian es los trabajadores, así como de los jubilados y parados que no se vinculan con el estamento. La oposición de intereses con respecto a la independencia, hoy por hoy, parece que debe buscarse en lo que separa a los “burgueses y clérigos” de los trabajadores. Esto no es nuevo: la lengua y el origen familiar determinan fuertemente el independentismo, y ambas cosas están muy segmentadas por la clase social en Cataluña.

Para percibir mejor la textura real de la distribución social que estamos presentando podemos observar cuáles son, en el máximo nivel de desglose que tenemos, las categorías de ocupación que más y que menos se asocian con el independentismo en Cataluña. El corazón de la clerecía está claramente representado en el grupo de cabeza, pero también los sectores clásicos de la burguesía, tanto la clase dirigente como los proverbiales botiguers, así como diversos oficios medios. Las categorías profesionales que menos afinidad muestran con el independentismo comprenden solamente a obreros, sin excepción.

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A. Lista de profesiones con una mayor asociación estadística con el independentismo (en orden decreciente) en Cataluña (La diferencia entre el número de casos encontrados y el número esperado si no hubiera relación entre estas profesiones y el independentismo es positiva y estadísticamente significativa). La clerecía va en negrita:

Profesores de enseñanza primaria; Directores de departamentos administrativos; Comerciantes propietarios de tiendas; Profesores de enseñanza secundaria (excepto materias específicas de formación profesional); Otros profesores y profesionales de la enseñanza; Escritores, periodistas y lingüistas; Asistentes administrativos y especializados; Artistas creativos e interpretativos; Especialistas en organización y administración; Otros trabajadores de los servicios de protección y seguridad (no: Seguridad privada, Policía, Guardia Civil o Bomberos); Delineantes y dibujantes técnicos; Arquitectos, urbanistas e ingenieros geógrafos; Otros profesionales del derecho (no: jueces, magistrados, abogados o fiscales); Otros agentes comerciales (no: representantes); Agentes de aduanas, tributos y afines que trabajan en tareas propias de la Administración Pública; Deportistas, entrenadores, instructores de actividades deportivas; monitores de actividades recreativas. 

B. Lista de profesiones con una mayor asociación estadística negativa con el independentismo, en orden creciente de asociación negativa, en Cataluña (La diferencia entre el número de casos encontrados y el número esperado si no hubiera relación entre estas profesiones y el independentismo es negativa y estadísticamente significativa):

Otros trabajadores de las obras estructurales de construcción (no albañiles y no especializados); Montadores y ensambladores en fábricas; Vendedores en tiendas y almacenes; Peones de las industrias manufactureras; Empleados domésticos; Operadores de instalaciones y máquinas de productos químicos, farmacéuticos y materiales fotosensibles; Moldeadores, soldadores, chapistas, montadores de estructuras metálicas y trabajadores afines; Operadores en instalaciones para el tratamiento de metales; Mecánicos y ajustadores de maquinaria; Camareros asalariados; Albañiles, canteros, tronzadores, labrantes y grabadores de piedras; Personal de limpieza de oficinas, hoteles y otros establecimientos similares.

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En las listas no figuran necesariamente los oficios más (o menos) independentistas, sino aquellos sobre los que tenemos suficientes datos como para afirmar que lo son. Por ejemplo, el único archivero/biblioterario/a que aparece en la muestra es independentista, pero no podemos estar seguros de que no sea una casualidad; sin embargo, once de los catorce “escritores, periodistas o lingüistas” catalanes que aparecen en los barómetros son independentistas, algo que, estadísticamente, es imposible que sea casualidad.

¿Y los funcionarios? Tengo mis dudas de que los funcionarios puedan tratarse como parte del mester de clerecía sin más, pero una cosa sí que tienen en común: los funcionarios y los trabajadores del sector público, en Cataluña, son más independentistas que los trabajadores del sector privado. El 50% de os trabajadores de la Administración Pública en Cataluña son independentistas, según la medida que estamos utilizando, frente a un 26% de los trabajadores en las empresas privadas (y un 31% de los trabajadores de las empresas públicas). Esto introduce una división entre los empleados: especialmente, entre los trabajadores manuales no cualificados y los trabajadores de cuello blanco, que son muy independentistas si trabajan para el sector público. Pero, de nuevo, aunque sumemos a los funcionarios a la fuerza de la clerecía nacional, no se dibuja un cisma con la burguesía, sino con los obreros y el resto de los trabajadores del sector privado de menor rango profesional.

Puede que llegue la hora en la que los “burgueses” se distancien del proyecto de independencia y que este siga contando con el apoyo de la clerecía, en sentido estricto o ampliada para englobar a los funcionarios. Pero no se ven señales de que esto sea así por ahora.

Los profesionales de la educación, de la lengua, la cultura y la recreación, el mester de clerecía y el de juglaría en un único estamento, sobresalen en el sustento del imaginado consenso nacional. Y bien puede ser por las razones apuntadas por Arruñada y Lapuente, por su estricto interés material (*), lo que supone una interesante revisión de las hipótesis clásicas sobre el papel de estos grupos en la gestación de las naciones. Para los clásicos, como Gellner, la clerecía dejaba de ser influyente al pasarse de la sociedad agraria a la industrial, donde la cultura de élite se generaliza como cultura nacional; para Anderson el capitalismo de imprenta, la comunicación de masas, volvía a la clase de los clérigos innecesaria para la construcción de la lealtad nacional.  Con todo, ahí siguen. Junto a los funcionarios, sin ser del todo suplantados o absorbidos por ellos.

Por cierto, que clérigos-clérigos salen solo dos en la muestra, un sacerdote independentista y otro que se conformaría con más autonomía de la que tenemos. También salen justo dos profesionales de las encuestas, y con esas mismas preferencias. Respeto sí que da.

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(*) Cabe matizar un poco la atribución de intereses en la “cultura nacional” que se le hace a la clerecía por su defensa del independentismo. En Madrid, una de las comunidades más centralistas de España, el 8,4% de su clerecía acepta el derecho a la independencia de los territorios, el doble que el resto de los madrileños (4,1%). Para bien o para mal, hay una connotación progresista o liberal en este derecho a la que una parte de la clerecía es sensible, aunque no le vaya nada en ello. 

En una próxima entrega, la clerecía centralista.

Empecé a escribir esto pensando que iba a ofrecer sustento empírico para la tesis sobre El cisma entre burguesía y “clerecía” que hace algunos meses defendieron en una tribuna Benito Arruñada y mi compañero de blog y amigo Víctor Lapuente. Me he dado cuenta de que los datos me llevan a rechazar una parte importante de su tesis, lo suficiente como para enredar un poco y someterlo a su juicio.

Llamamos clerecía a “quienes viven de crear, preservar y diseminar la cultura nacional. En la Cataluña de hoy, eso incluye a funcionarios, escritores, académicos y demás profesionales dedicados a una amplia serie de actividades, que abarca desde escribir poemas a diseñar balanzas fiscales, desde dar clases de bachillerato a presentar noticias o producir teleseries.” Esta caracterización es sugerente, aunque poco precisa, porque los “funcionarios” no necesariamente se identifican, sino de forma forzada, con la clerecía así definida. Pueden hacerlo, pero no por ser funcionarios, sino por su oficio dentro del sector público, como administradores de ideas, saberes, recreo, etc. (A pesar de ello, los tendremos en cuenta al final).