En las viejas escuelas de Europa los cisnes negros se ponían como ejemplo didáctico de un ente posible pero cuya existencia es empíricamente falsa, hasta que se descubrieron en Australia y Nueva Zelanda. Los datos observados en el pasado nunca nos harían esperar que algunas cosas sucedan, pero a veces lo hacen. El dato en el que todos estamos pensando, naturalmente, es en el asombroso crecimiento de Podemos en dos trimestres, de cero a primera fuerza en intención de voto directa, con el 17,6% del censo, según el barómetro del CIS publicado ayer. (Para aclarar los términos puede verse aquí). Es también la primera fuerza en la suma de intención declarada de voto y simpatía o identificación con sus ideas (19,3%); y superar en este indicador al PSOE tiene cierto mérito, pues por esa virtud que llamamos centralidad casi siempre queda el primero, incuso cuando pierde. El crecimiento de Podemos en este trimestre, en intención directa, es de 5,7 puntos. Para ese mismo periodo, de julio a octubre, Metroscopia ha medido 8,8 puntos, pero recogió sus datos en los días finales del mes de octubre; el CIS lo hizo durante las dos primeras semanas. Alcanzar el 17,6% en seis meses es algo insólito y que se estudiará durante un tiempo.
Siguen dos glosas al barómetro. Qué ha cambiado y cómo puede ser que, después de todo, Podemos quede tercero en el pronóstico electoral del CIS, y que el primero sea el PP. En la parte final sugiero una posibilidad no del todo irrazonable.
De lo primero, se diría que la noticia es que los dos principales partidos han tocado el fondo y que la aparición de un tercero cierra el paso, sobre todo, a los demás aspirantes. Está por ver quiénes recuperan al electorado desalineado más deprisa o con mayor eficacia, pero este barómetro anuncia que IU y UPyD pueden quedarse definitivamente atrás. Es un sondeo negro para el gobierno, y muy oscuro para el PSOE, pero para aquellos se presenta como un cuervo.
La encuesta apunta a que la desmovilización electoral está remitiendo, en octubre “solo” el 42% del electorado no ha declarado tener alguna intención de voto. La ventana se está cerrando. En nueve meses, la suma de blancos, abstenciones e indecisos (en este blog los llamamos BAI) ha caído más de 14 puntos, desde su máximo histórico del 56,4% de enero de este año. Tal descenso es, seguramente, mérito de Podemos y de una repolitización del descontento, que también se canaliza en cierta recuperación del PSOE, dentro de una situación sombría. El resto de los partidos caen pese a la movilización. Con un 42% todavía queda juego, pero nos acercamos a las cifras “normales”, por ejemplo, de los gobiernos de Aznar, algo por debajo del 40%; y no son mucho mayores que durante los gobiernos de Zapatero, cuando el espacio ocupado por los indefinidos solía rondar el 35%. No es probable que a estos los movilicen los antiguos aspirantes, justo ahora.
Ha dicho el líder de IU, Cayo Lara, que este barómetro es la consecuencia de la corrupción y que pagan justos y pecadores. No estoy seguro. Nótese que el PP y el PSOE ya estaban hundidos en su intención de voto, y lo mismo se puede decir de la confianza que despiertan en sus papeles institucionales de gobierno y oposición. De hecho, sus peores cifras las obtuvieron hace algunos trimestres (aunque seguimos teniendo el gobierno y la oposición peor valorados de la historia). El crecimiento del apoyo electoral a Podemos ha llegado con cierto retardo, como un eco del trastazo. No quiere decir retraso, quiere decir que recoge mucho más que empuja, que cobra fuerza cuando el desgaste ya está servido y hasta en tímido curso de recuperación. A los únicos partidos que realmente parece que empuja hacia abajo es a IU y a UPyD. Fíjense en las transferencias: el 46 % de los exvotantes de IU y el 29% de los exvotantes de UPyD tienen intención de votar a Podemos o dicen identificarse con Podemos (voto más simpatía, en definitiva). Le siguen en magnitud relativa el 26% de los exvotantes del PSOE (la mayor despensa para Podemos) el 26% de exvotantes de otras minorías, incluyendo nacionalistas, el 20% de nuevos votantes (menores de 18 en 2011), el 18% de antiguos abstencionistas y el 6% de antiguos votantes del PP (ojo, estos serían un 2,7% de todos los votos emitidos, ¡para sí los quisieran muchos!). En el caso del PSOE, Podemos está recogiendo votantes que ya lo habían abandonado, y que el PSOE también está recuperando, aunque lentamente, pues su saldo es de crecimiento positivo; en el caso de IU podemos es un agente directo de erosión, como también para UPyD.
Lo segunda cuestión que sin duda suscitará mucha atención del público es por qué el CIS apuesta a que el PP ganaría las elecciones, seguido del PSOE y de Podemos, cuando la intención directa de voto dice justo lo contrario. La respuesta corta es que no lo sé, pero sí existe un camino razonable que conduce a una predicción como la del CIS. No lo sé porque ni el CIS, ni nadie, explica siquiera los términos generales de los procedimientos de ajuste, filtrado, depuración o ponderación de datos que emplea. Que esos procedimientos se usen es legítimo, y nadie tiene que dar a conocer todos los detalles: es natural que cada quien tenga un cierto grado de libertad técnica. El problema es que cuando se sabe poco se requiere confianza, y para muchas personas la desconfianza en el gobierno se extiende a sus agencias, como el CIS. Es ley de vida que así sea. Personalmente yo preferiría que el CIS no estuviera tan cercano a la disciplina del gobierno, pero sí confío en sus datos. Es un caso típico de lo mucho que se podría ganar si se despolitizara la administración, pero eso nos lleva lejos (lean siempre a Víctor Lapuente sobre esto). Volvamos al tema.
Cuadro: datos electorales en el barómetro de octubre del CIS.
La receta más antigua de las encuestas, el rancho de refectorio, es“ voto más simpatía ponderado por recuerdo de voto”. Contarlo con detalle sería demasiado tedioso. En breve, significa asignar a los indecisos en función de su simpatía partidista, ignorar la cuestión de la participación -asignando los restantes en forma proporcional y no restando de ningún partido- y corregir el resultado haciendo que los totales del voto recordado de la encuesta coincidan, o se aproximen, a los totales del voto pasado en la realidad, para lo que hay que encontrar unos coeficientes de ponderación adecuados.
Les cuento un camino que lleva a unos resultados parecidos a los que ha publicado el CIS (puede haber otros). Si ya han jugado con encuestas, lo pueden intentar en casa. Consiste, en primer lugar, en asignar a los simpatizantes como votantes probables al PP y al PSOE pero no a Podemos. Esto tiene cierta lógica, los simpatizantes de un partido recién creado son más volátiles que los que se identifican con la marca de partidos bien establecidos, que son votantes latentes. Es una hipótesis. En segundo lugar, tomamos como votantes totales la suma de los votantes declarados y de los simpatizantes a los partidos tradicionales, esa será nuestra estimación de participación (algo por debajo del 70%). También es una hipótesis razonable. La tercera decisión consiste en ponderar al alza el voto al PP con motivo de que su recuerdo de voto está muy menguado en la encuesta, pero no hacerlo con otros partidos. La hipótesis aquí es que en la encuesta hay voto oculto al PP, pero no al PSOE ni a Podemos, y ese voto se oculta o bien entre las no-respuestas que no han podido asignarse, o entre personas que han preferido no responder a la encuesta en su totalidad. Para cortar por lo sano ante la disyuntiva, se eleva su voto por un multiplicador obtenido por (o inspirado en) la diferencia entre el voto recordado y el voto real (empleen el que ajusta el recuerdo al PP como porcentaje del censo). La cuestión es que el voto al PSOE no se suele olvidar, y el voto a Podemos no se puede olvidar, pero el del PP sí, por lo que hacer la operación anterior no es del todo loco, aunque sí inelegante. Sin hacer otra cosa, el PP obtendría cerca del 28% de los votos (el CIS predice 27,5) el PSOE cerca del 25% (el CIS predice 23,9) y Podemos el 24% (el CIS predice 22,5). Algunas cuestiones menores, especialmente en el tratamiento del conjunto de “otros partidos” pueden fácilmente reducir los tres porcentajes para ajustarlos a los del CIS, pero el orden y las distancias aproximadas ya están ahí.
Lo anterior tiene sentido mirando al pasado. La experiencia nos dice el voto al PP no se hunde, se oculta. Pero eso también podría ser un cisne negro.
En las viejas escuelas de Europa los cisnes negros se ponían como ejemplo didáctico de un ente posible pero cuya existencia es empíricamente falsa, hasta que se descubrieron en Australia y Nueva Zelanda. Los datos observados en el pasado nunca nos harían esperar que algunas cosas sucedan, pero a veces lo hacen. El dato en el que todos estamos pensando, naturalmente, es en el asombroso crecimiento de Podemos en dos trimestres, de cero a primera fuerza en intención de voto directa, con el 17,6% del censo, según el barómetro del CIS publicado ayer. (Para aclarar los términos puede verse aquí). Es también la primera fuerza en la suma de intención declarada de voto y simpatía o identificación con sus ideas (19,3%); y superar en este indicador al PSOE tiene cierto mérito, pues por esa virtud que llamamos centralidad casi siempre queda el primero, incuso cuando pierde. El crecimiento de Podemos en este trimestre, en intención directa, es de 5,7 puntos. Para ese mismo periodo, de julio a octubre, Metroscopia ha medido 8,8 puntos, pero recogió sus datos en los días finales del mes de octubre; el CIS lo hizo durante las dos primeras semanas. Alcanzar el 17,6% en seis meses es algo insólito y que se estudiará durante un tiempo.
Siguen dos glosas al barómetro. Qué ha cambiado y cómo puede ser que, después de todo, Podemos quede tercero en el pronóstico electoral del CIS, y que el primero sea el PP. En la parte final sugiero una posibilidad no del todo irrazonable.