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Ciudadanos y prostitutas

Albert Rivera ha propuesto legalizar la prostitución. Regularizar el comercio sexual, primero, permitiría “acabar con las mafias, la trata de blancas y perseguir delitos”; segundo, “las personas que la ejerzan de manera voluntaria tendrían derechos sociales, obligaciones tributarias y se sacaría la prostitución de la calle” ; y, tercero, “hay una vertiente económica. Hay cálculos que dicen que la tercera actividad económica de Europa podría ser esta”, con lo que podríamos recaudar hasta 6.000 millones de euros.

La mayoría de partidos ha respondido con hostilidad. Se oponen a que “se comercie con los cuerpos de las mujeres” (PSOE), a la “explotación” de las mujeres (PP), a que “se utilice ni a las mujeres o a sus hijos para obtener recursos económicos” (UPyD) y a que la prostitución sea considerada “una actividad laboral” (Izquierda Plural).

Antes que nada, sea bienvenido en España un debate que lleva tiempo en la agenda política de muchos países. Es un debate importante, pues, además de su “vertiente económica”, la prostitución afecta a una de las grandes lacras del siglo XXI, una de las caras más oscuras de la globalización: el tráfico de seres humanos con fines sexuales. En esto están de acuerdo casi todos los estudiosos de la prostitución.

Y ahí acaba el consenso. Pues, para algunos expertos, la legalización de la prostitución reduce el tráfico de seres humanos, al sustituirse un mercado negro por un mercado blanco. Es lo que se llama “efecto sustitución”. No haría falta reclutar a mujeres traficadas si la prostitución atrajera a mujeres, tanto domésticas como extranjeras, que eligieran la profesión de forma libre. Por el contrario, otros expertos subrayan el efecto contrario, el “efecto escala”: legalizar la prostitución expande el comercio sexual, tanto el legal, como el que está en los márgenes de la legalidad y el que está mucho más allá, como el sexo con menores. De acuerdo con estos investigadores, el comercio sexual legal estimula el ilegal e inhumanitario.

Durante años, partidarios y detractores de la prostitución se han lanzado todo tipo de soflamas con poca cobertura empírica. Que si la experiencia de tal lugar indica que la prostitución equivale a abusos, que si la mayoría de prostitutas que conoce el investigador ejercen voluntariamente, y un largo etcétera de historias que, siendo útiles para ilustrar, no son suficientes para validar científicamente.

Estamos lejos de una refutación científica sólida sobre los efectos de legalizar la prostitución, porque obtener datos en este tema es complicado, dada la naturaleza de la actividad. Pero, durante los últimos años ha habido intentos rigurosos de comprobar si legalizar la prostitución contrae o estimula el tráfico de seres humanos, con la ayuda de los mejores datos disponibles. Datos que no son perfectos. Pero obviamente mejores que las especulaciones.

Uno de los estudios más conocidos es el de Cho, Dreher y Neumayer (2013). Sus resultados son bastante contundentes: el efecto escala domina al efecto sustitución. Dicho en cristiano, los países con una prostitución legal sufren más el problema del tráfico ilegal de seres humanos que aquellos países donde la prostitución no es legal.

Otro de los estudios, de Jakobsson y Kotsadam (2013), llega a unas conclusiones parecidas: la legalización de la prostitución hace más atractivo el tráfico de seres humanos. Tanto en este estudio, como en el anterior, los resultados son sometidos a controles estadísticos rigurosos y, además, son complementados con evidencia de casos individuales, donde se examina cómo era el tráfico de personas en un país antes y después de un cambio legislativo en la prostitución. Y de nuevo todo parece indicar que legalizar la prostitución incrementa el tráfico de seres humanos. Mientras que, por el contrario, criminalizar la compra de sexo lo reduce.

La tabla resume los resultados del segundo estudio. Existen tres grandes tipos de legislación de la prostitución en el mundo. Primero, aquellos lugares donde es ilegal (aunque, para ser justos, en este grupo deberíamos distinguir a aquellos países, como Noruega o Suecia, donde comprar sexo está criminalizado de aquellos, como algunos del Este de Europa, donde la represión no se ejerce precisamente sobre el cliente). Segundo, aquellos lugares, que son mayoría en el mundo, donde sólo el proxenetismo es ilegal, como España y muchos países de nuestro entorno que se debaten entre moverse hacia la criminalización o hacia la legalización. Y, tercero, tenemos a los países donde la prostitución es legal y está regulada, como sucede en Holanda, Austria o Alemania. Como la tabla ilustra, cuanto más tolerante es un sistema legal con la prostitución, mayor es la probabilidad de que el país sufra un nivel alto o muy alto de tráfico de seres humanos.

Países en función del estatus legal de la prostitución e incidencia del tráfico de seres humanos.

Fuente: Jakobsson y Kotsadam (2013),

Y sí, entre esos cuatro países que han legalizado la prostitución, y que tienen niveles muy altos de tráfico de personas, están dos de los países más alabados por intelectuales liberales y progresistas: Holanda y Alemania. Estos dos países, lejos de espantar a las mafias de traficantes, las han atraído legalizando la prostitución.

El caso alemán es sintomático. El tráfico de seres humanos había ido descendiendo en Alemania desde los 90 hasta el año 2001. Pero, a partir de 2002, volvió a subir. ¿Qué pasó en 2002? Sí, acertaste. En 2002 Alemania se anticipó a la sugerencia de Albert Rivera y legalizó la prostitución.

Millones de consumidores alemanes y turistas quizás lo celebran, pero miles de víctimas indefensas no. ¿Es esto lo que queremos para España? Yo no.

Como supongo muchos otros, lo que deseo es que se minimice el sufrimiento de seres humanos. Y, de momento y hasta que nadie me convenza con evidencia de lo contrario, los datos más sólidos apuntan a que la criminalización del cliente es la fórmula más segura para reducir la lacra del tráfico de personas.

No deberíamos pues seguir a Alemania, sino a Noruega, que en 2009 criminalizó la compra de sexo. El resultado fue un descenso sustancial, y documentado, del mercado del sexo. Noruega dejó de ser atractiva para los mercaderes de seres humanos. Como lo había dejado de ser Suecia que, tras la criminalización, ha visto cómo las víctimas de traficantes disminuían notablemente en el país.

De nuevo, bienvenido sea el debate iniciado por Albert Rivera. Y bienvenidos los datos serios que me hagan cambiar de opinión. Pero, hasta que esos datos lleguen (y llevo ya unos años esperándolos), y aunque se nos acuse de puritanos (esto daría para muchos posts), los españoles comprometidos con este gran drama del siglo XXI que es el tráfico de seres humanos deberíamos pedir un cambio en la legislación. Pero un cambio en la dirección opuesta al sugerido por Ciudadanos. Para salvar a los indefensos – y sobre todo indefensas –, no debemos legalizar la prostitución, sino criminalizar al cliente. Aunque sea nuestro votante.

Albert Rivera ha propuesto legalizar la prostitución. Regularizar el comercio sexual, primero, permitiría “acabar con las mafias, la trata de blancas y perseguir delitos”; segundo, “las personas que la ejerzan de manera voluntaria tendrían derechos sociales, obligaciones tributarias y se sacaría la prostitución de la calle” ; y, tercero, “hay una vertiente económica. Hay cálculos que dicen que la tercera actividad económica de Europa podría ser esta”, con lo que podríamos recaudar hasta 6.000 millones de euros.

La mayoría de partidos ha respondido con hostilidad. Se oponen a que “se comercie con los cuerpos de las mujeres” (PSOE), a la “explotación” de las mujeres (PP), a que “se utilice ni a las mujeres o a sus hijos para obtener recursos económicos” (UPyD) y a que la prostitución sea considerada “una actividad laboral” (Izquierda Plural).