“Atropello a la democracia”, “asedio al parlamento”, “golpe de estado”, “gobierno ilegítimo”, “tiranía del presidente del gobierno” (“aprendiz de dictador”), “crisis constitucional”, “el estado de derecho está en peligro”. Son frases que nuestros representantes políticos se han acostumbrado a utilizar a diario en una hiperbólica escalada de crispación entre el gobierno y sus socios por un lado, y la oposición por el otro. Y lo peor de todo es que el uso de este vocabulario excesivo no se limita a lo-as representantes de la ultraderecha, sino que se extiende como la pólvora a lo-as diputada-os de la derecha clásica y la derecha liberal. Y en un boomerang diabólico, se devuelve desde algunos sectores de los partidos de la coalición gobernante.
Este lenguaje envenenado se refleja a diario en los medios de comunicación así como en las redes sociales, incluidos los influencers cuyos discursos se viralizan con natural facilidad. Con este panorama, los estudiosos de la opinión pública nos preguntamos a menudo ¿Cómo perciben los ciudadanos el mundo de la política? En el marco del proyecto de investigación GENDEREDPSYCHE que lidero hemos realizado dos estudios que muestran que la mayoría de la gente identifica el mundo de la política con las palabras “lucha por el poder”(75%) “competición”(60%) o “promoción personal”(57%) mientras que sólo una minoría la identifica con palabras como “conseguir acuerdos”(31%), “servicio a la ciudadanía”(25%), o “resolución de problemas” (23%). Estos resultados son aún más exagerados cuando preguntamos por los objetivos que persiguen nuestros representantes: Una abrumadora mayoría piensa que las personas que se dedican a la política persiguen conseguir poder (88%), promocionarse (72%) o enriquecerse (71%), mientras que sólo una minoría cree que nuestros representantes persiguen servir a los ciudadanos (7%), mejorar el mundo (7%), o resolver los problemas de la gente (5%).
Pero tal vez lo peor no sea la imagen que evoca el mundo de la política a la gente. Lo peor es que de acuerdo a la evidencia de los barómetros del CIS, desde Mayo de 2020 la ciudadanía señala a los políticos y la política más en general como uno de los principales problemas en España. A menudo incluso por encima de problemas económicos o sociales como el paro o la pandemia.
En los años sesenta el sociólogo Seymur M. Lipset reflexionó sobre los factores que proporcionan estabilidad a los sistemas democráticos y entre los mismos destacó especialmente uno: la legitimidad. Es decir, la capacidad de un sistema político para forjar y mantener entre sus ciudadanos el convencimiento de que las instituciones políticas existentes son las mejores y más apropiadas para la sociedad a la que pertenecen. ¿Cómo perciben los ciudadanos las instituciones democráticas en España a día de hoy? ¿Las perciben de forma más positiva que hace un par de décadas? La evidencia que arroja la encuesta social europea (cuya primera ola se recogió en el invierno de 2002-3 en España y la más reciente entre Enero y Mayo del presente año 2022) [1] permite responder a esta pregunta: la ciudadanía es mucho más crítica con las instituciones actualmente de lo que lo era a principios del siglo XXI.
La Figura 1 muestra el porcentaje de gente que declara sentir desconfianza [2] hacia dos instituciones fundamentales en cualquier sistema democrático que se precie: el parlamento (lado izquierdo de la figura) y el sistema legal (lado derecho). A lo largo de las dos décadas que aquí se describen se observa un progresivo aumento de la desconfianza cuyo vértice se produjo en el año 2012 unos meses después del surgimiento del masivo y popular movimiento de protesta 15M, cuando hasta un 52% de la gente declaraba sentir desconfianza hacia el parlamento. Dicho porcentaje descendió paulatinamente en los siguientes años unos diez puntos porcentuales para volver a crecer de nuevo en 2022 de forma preocupante hasta un 45%. La evolución es parecida para el caso del sistema legal (ver el lado derecho de la Figura 1), aunque con oscilaciones más pronunciadas probablemente asociadas a la percepción de los episodios de corrupción más llamativos a la opinión pública protagonizados por miembros de distintos partidos políticos. En cualquier caso, se vuelve a observar un aumento significativo de la desconfianza hacia el sistema legal en 2022, si bien aún no ha llegado a los niveles de 2012.
Figura 1. Desconfianza hacia las instituciones
¿Qué ocurre con los partidos políticos y los políticos, nexo imprescindible en el mecanismo de representación de la ciudadanía en un sistema democrático liberal como el nuestro? La Figura 2 muestra los mismos porcentajes de desconfianza declarada, pero esta vez hacia los partidos políticos (lado izquierdo de la figura) y los políticos (lado derecho). De nuevo mostramos un aumento paulatino de la desconfianza tanto hacia los partidos como hacia los políticos, con niveles cercanos al 80% del total de lo-as entrevistado-as coincidiendo con en el año 2012. Lo que implica que una abrumadora mayoría de la gente desconfía de los principales agentes de representación en las instituciones. Dicho porcentaje descendió relativamente en los siguientes años para volver a crecer de nuevo en 2022 hasta los preocupantes niveles de 2012, e incluso superándolos ligeramente.
Figura 2. Desconfianza hacia los partidos y los políticos
¿Cómo perciben los españoles el funcionamiento de la democracia? La Figura 3 muestra los porcentajes de quienes se declaran insatisfecha-os [3] con dicho funcionamiento. En comparación con la desconfianza que la gente declara frente a políticos e instituciones, la insatisfacción de la ciudadanía con el desempeño democrático nunca fue superior al 15% del total de la-os entrevistada-os hasta el año 2008. A partir de ese momento, el porcentaje ha aumentado de forma significativa hasta alcanzar un máximo de un 41% siempre en el año que siguió a las protestas masivas del 15M en 2012. Este porcentaje ha ido disminuyendo poco a poco hasta situarse en un 30% en 2018. En cambio, la insatisfacción vuelve a subir de forma alarmante 10 puntos porcentuales en 2022.
Figura 3. Insatisfacción declarada
La evidencia aquí resumida sugiere que demoscópicamente hablando el año 2022 se parece bastante al de 2012. Incluso en el único indicador en el que lo-as española-es solemos salir bien parada-os (la felicidad o la satisfacción con la vida en general), observamos un aumento significativo de insatisfecho-as (hasta un 11%-ver lado derecho de la Figura 3). Todo ello plantea la hipótesis de que nuestra democracia no está en buena forma. La salud democrática requiere que los distintos intereses e ideas políticas convivan dialogando y acercando posiciones para así poder ir resolviendo cuestiones claves que dividen a la ciudadanía. Las instituciones deberían estar al servicio de los ciudadanos y, por lo tanto, adaptarse a los cambios que la sociedad demanda. Ninguna institución es perfecta ni debería ser intocable ad infinitum. La realidad social cambia y las instituciones debería adaptarse a dichos cambios. Por supuesto, con toda la cautela y el sosiego que ello requiere.
No nos engañemos: la salud de las democracias se debilita cuando las divisiones entre los distintos sectores sociales se agudizan y radicalizan fomentando la hostilidad entre los distintos partidos que las representan, por mucha audiencia o popularidad que este enfrentamiento genere. Es por ello que nuestros representantes deberían pensárselo mejor antes de difundir sus mensajes grandilocuentes que anuncian el fin de la democracia. Queridos representantes, por favor, dejen de hacerlo. Dejen de invocar el nombre de la democracia en vano y acuérdense de aquel refrán popular que decía “tanto va el cántaro a la fuente, que al final se rompe”.
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[1] La ola más reciente de la ESS en España se realizó cambiando el modo de administración de la encuesta de cara a cara a on line, lo que puede haber tenido algún impacto en los resultados que se muestran en este artículo que aquí no puedo explorar en profundidad.
[2] Aquellos que en una escala de 0 a 10, donde 0 implica total desconfianza y 10 total confianza, se ubican entre el 0 y el 3.
[3] Aquellos que en una escala de 0 a 10, donde 0 implica total insatisfacción y 10 total satisfacción, se ubican entre el 0 y el 3.
“Atropello a la democracia”, “asedio al parlamento”, “golpe de estado”, “gobierno ilegítimo”, “tiranía del presidente del gobierno” (“aprendiz de dictador”), “crisis constitucional”, “el estado de derecho está en peligro”. Son frases que nuestros representantes políticos se han acostumbrado a utilizar a diario en una hiperbólica escalada de crispación entre el gobierno y sus socios por un lado, y la oposición por el otro. Y lo peor de todo es que el uso de este vocabulario excesivo no se limita a lo-as representantes de la ultraderecha, sino que se extiende como la pólvora a lo-as diputada-os de la derecha clásica y la derecha liberal. Y en un boomerang diabólico, se devuelve desde algunos sectores de los partidos de la coalición gobernante.
Este lenguaje envenenado se refleja a diario en los medios de comunicación así como en las redes sociales, incluidos los influencers cuyos discursos se viralizan con natural facilidad. Con este panorama, los estudiosos de la opinión pública nos preguntamos a menudo ¿Cómo perciben los ciudadanos el mundo de la política? En el marco del proyecto de investigación GENDEREDPSYCHE que lidero hemos realizado dos estudios que muestran que la mayoría de la gente identifica el mundo de la política con las palabras “lucha por el poder”(75%) “competición”(60%) o “promoción personal”(57%) mientras que sólo una minoría la identifica con palabras como “conseguir acuerdos”(31%), “servicio a la ciudadanía”(25%), o “resolución de problemas” (23%). Estos resultados son aún más exagerados cuando preguntamos por los objetivos que persiguen nuestros representantes: Una abrumadora mayoría piensa que las personas que se dedican a la política persiguen conseguir poder (88%), promocionarse (72%) o enriquecerse (71%), mientras que sólo una minoría cree que nuestros representantes persiguen servir a los ciudadanos (7%), mejorar el mundo (7%), o resolver los problemas de la gente (5%).