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EEUU, ¿decidirán los indecisos?

Miguel Ángel Simón

Doctor en Ciencia Política por la Universidad Complutense de Madrid —

Charleroy es un pequeño pueblo de Pensilvania de poco más de 4.000 habitantes, apenas un tercio de los más de 12.000 que llegó a tener. Es una de las muchas localidades del Rust Belt que se vieron golpeadas por la crisis de la industria del acero y que lucha por salir adelante. Entre esos 4.000 habitantes está S. Shannon, de 49 años y que trabaja en la compañía metalúrgica alrededor de la cual ha girado durante décadas la actividad económica del municipio. Como casi todos sus compañeros de trabajo, Shannon siempre ha votado al mismo partido: es demócrata de toda la vida.

En el otro extremo del país, pero a varios mundos de distancia, William Johnson va a comer con un grupo de conocidos en un restaurante de Los Ángeles. Johnson es un convencido defensor del medioambiente; como lo es su amigo Eric, vendedor de paneles solares aficionado a la hipnoterapia, la meditación y el yoga. Pero no es a una reunión ecologista a lo que hoy asisten, sino a un encuentro del American Freedom Party, un partido ultranacionalista y supremacista cuyo objetivo es convertir a Estados Unidos en una nación blanca.

Hasta para un país de tantos contrastes como EEUU, la distancia entre la extrema derecha supremacista y la base trabajadora e industrial del Partido Demócrata –entre los Shannon y los Johnson- es insalvable. Aunque compartan nación, sus identidades, sus tradiciones y costumbres, su forma de ver el mundo y la política no pueden estar más alejadas. Y sin embargo, la papeleta que mañana introducirán en la urna tendrá un mismo nombre: Donald Trump.

Estas elecciones son diferentes de las anteriores por muchas cosas. Entre los cambios más evidentes: la presencia de un candidato que, a base de reunir contradicciones, llega al final de la campaña con alguna opción de victoria; también es nueva la posibilidad de que una mujer presida EEUU. El cambio más profundo: la cristalización de un desplazamiento en las plataformas electorales que, al menos desde el movimiento por los derechos civiles y la Southern Strategy de Nixon que tanto capitalizó Reagan, han sostenido a los partidos demócrata y republicano.

Ese desplazamiento no es, sin embargo, algo de última hora, sino un proceso de años que parece haber aflorado en este momento electoral. Tampoco responde a una única causa, sino a un conglomerado de ellas -económicas -dicen algunos parafraseando a James Carville- sin duda, pero también culturales, por supuesto raciales, educativas y demográficas- que, a lo largo de estos meses, han sido suficientemente analizadas en numerosos artículos.

Si tuviésemos que dibujar un perfil tipo, diríamos que mañana se enfrenta una coalición demócrata de hombres y mujeres jóvenes, de diferentes orígenes raciales y culturales, asentados en los Estados de las costas, con formación y valores plurales y cosmopolitas; y una coalición republicana homogéneamente blanca, de hombres, mayores de cincuenta años, que viven en los Estados del interior, con menos formación y, en el mejor de los casos, recelosos ante el cambio cultural y económico que suponen la multiculturalidad y la globalización.

Un último cambio, que puede ser decisivo, es que ambos candidatos mantienen récords históricos de impopularidad. Algo que dista de ser irrelevante ya que, como consecuencia de todo lo anterior, hay un porcentaje significativo de votantes que se encuentra en tierra de nadie, que no sabe a quién votar y no confía en ninguno de los dos candidatos principales. Como se puede ver en el siguiente cuadro, apenas unos días antes de las elecciones, el grupo de indecisos y de quienes van a optar por un tercer partido seguía situándose entre el 9 y el 17%.

Cuadro 1. Porcentaje de votantes que optaría por un tercer partido y que no tiene decidido el voto

Comparativamente, en 2012, ese mismo grupo se situaba entre el 3 y el 5%. Dicho de otro modo: respecto a elecciones anteriores, el grupo de electores que no sabe a quién votar se ha duplicado. Y sin embargo, ese es el grupo que puede ser decisivo mañana.

En los últimos días, las encuestas se han ido ajustando y Trump se ha ido acercando a Clinton en voto popular. En este momento, la media de encuestas de RealClearPolitics arroja una ventaja de 1’7 puntos en voto popular para Clinton, mientras que el New York Times le da 2’4 puntos de ventaja, FiveThirtyEight 3 puntos y CNN 5 puntos.

En realidad, esa situación no tiene nada de excepcional, más bien al contrario. Prácticamente todas las elecciones que se han celebrado en EEUU han sido muy reñidas y, desde 1824, el vencedor sólo ha recibido más del 60% del voto popular en ocho ocasiones. Como se puede ver en el siguiente gráfico, la distancia media que ha separado a los candidatos desde el año 2000 ha sido de 3’5 puntos.

Gráfico 1. Porcentaje de voto obtenido por el partido ganador y el segundo partido más votado en las elecciones presidenciales celebradas en Estados Unidos desde 1952

Que el porcentaje de voto popular sea próximo entre ambos candidatos no es por tanto una anormalidad en términos comparados. Cuestión diferente es la valoración que cada uno quiera hacer de esa igualdad a la luz de la opinión que se tenga de los candidatos.

En cualquier caso, no se trata de ganar en el voto popular, sino en el Colegio Electoral y, si atendemos a esos datos, la ventaja de Clinton parece más asentada. Aunque su margen de seguridad se ha estrechado en los últimos días, los principales modelos le dan una posibilidad de ganar que varía entre el 64’7% de FiveThirtyEight y el 84% del New York Times.

¿Quiere decir lo anterior que la elección está prácticamente resuelta? En absoluto. En primer lugar, porque se trata simplemente de probabilidad. Un 35% de probabilidad de ganar no es nada despreciable por mucho que tu rival tenga casi el doble. Un 16% tampoco indica que es imposible ganar, sólo que es menos probable. Conviene recordarlo y tenerlo presente, especialmente después de las perplejidades posteriores al referéndum del Brexit.

En segundo lugar, las elecciones no están resueltas porque, ante una situación sin precedentes y con un candidato tan polémico y poco convencional como Trump, es más difícil afinar en las encuestas. Especialmente cuando el porcentaje de indecisos, como hemos visto, duplica la media histórica. Y aún más cuando las distancias en los Estados en disputa, tal y como está ocurriendo, se estrechan. Y es, precisamente, en ese escenario donde el novedoso y numeroso grupo de indecisos adquiere relevancia.

En el siguiente cuadro se puede ver, en la columna de la izquierda, una lista de los Estados más disputados; figura entre paréntesis el número de votos que le corresponde a cada uno de ellos en el colegio electoral. En la columna central se refleja la ventaja que tiene en este momento cada partido; el color y la letra inicial indican el partido, la cifra señala la ventaja. En la columna de la derecha se recoge el porcentaje de indecisos o votantes que se inclinan por un tercer partido en cada uno de esos Estados.

Cuadro 2. Pulso electoral entre el Partido Demócrata y el Partido Republicano

En este escenario, no es mucha la desviación que debe producirse entre los indecisos para variar la proyección realizada hasta ahora y eliminar la ventaja del candidato que lidera las encuestas en este momento.

No es sencillo aventurar cual será el comportamiento final de los indecisos pero podemos extraer algunos indicios a partir de quiénes son, de su valoración de los diferentes candidatos y de sus segundas preferencias.

El primer indicio indirecto es que, en diferentes encuestas, se ha puesto de manifiesto que en el grupo de votantes indecisos predominan los jóvenes, y ese es precisamente uno de los grupos de votantes entre los que Trump obtiene peores resultados. También entre estos indicios podemos contar con el hecho de que, sistemáticamente, Clinton ha superado a Trump en valoración sobre “experiencia necesaria para ser presidente”, “capacidad para trabajar con ambos partidos”, “buen juicio ante una crisis”, “preocupación por la gente como yo” y capacidad para manejar el Gobierno; mientras que Trump supera a Clinton en Honestidad, algo notable para un candidato que, según datos de PolitFact, ha mentido en un 70% de sus afirmaciones.

En segundo lugar, hace unas semanas YouGov presentaba los resultados de una encuesta en la que se preguntaba a los indecisos cuál sería su opción en caso de que tuviesen que elegir por Clinton o Trump. Entre los que manifestaron una preferencia, el 48% lo hizo a favor de Clinton y el 44% a favor de Trump. Los votantes del Partido Libertario de Gary Johnson están divididos por igual entre Clinton y Trump, algo más del 25% para cada uno. Los del Partido Ecologista de Jill Stein fueron más claros: 56% a favor de Clinton, frente a un 12% para Trump.

Más reciente es una encuesta de SurveyMonkey en la que se ha preguntado directamente a indecisos y a votantes de terceros partidos sobre sus preferencias. La primera conclusión es que los votantes de terceros partidos están menos decididos en su apoyo que los seguidores de Clinton o Trump. Más de un 80% de los seguidores de Clinton y Trump está “absolutamente seguros” de que votarán por ellos; en cambio, solo un 35% de los votantes que apoyan al libertario Johnson y un 37% de los que apoyan a la ecologista Stein dicen estar absolutamente seguros de que terminarán votándoles. La misma encuesta señala que este grupo de votantes tiene una preferencia por Clinton, del 36 frente al 33% en una elección entre ambos, y de un 9 frente a un 7% si se incluye un tercer partido.

Un paradójico final para esta campaña, en la que las opiniones se han polarizado, las contradicciones se han convertido en estrategia y el país se ha dividido hasta niveles que no se recuerdan, sería que el resultado de las elecciones acabe siendo decidido precisamente por los indecisos. Habrá que esperar unas horas más para comprobarlo.

Charleroy es un pequeño pueblo de Pensilvania de poco más de 4.000 habitantes, apenas un tercio de los más de 12.000 que llegó a tener. Es una de las muchas localidades del Rust Belt que se vieron golpeadas por la crisis de la industria del acero y que lucha por salir adelante. Entre esos 4.000 habitantes está S. Shannon, de 49 años y que trabaja en la compañía metalúrgica alrededor de la cual ha girado durante décadas la actividad económica del municipio. Como casi todos sus compañeros de trabajo, Shannon siempre ha votado al mismo partido: es demócrata de toda la vida.

En el otro extremo del país, pero a varios mundos de distancia, William Johnson va a comer con un grupo de conocidos en un restaurante de Los Ángeles. Johnson es un convencido defensor del medioambiente; como lo es su amigo Eric, vendedor de paneles solares aficionado a la hipnoterapia, la meditación y el yoga. Pero no es a una reunión ecologista a lo que hoy asisten, sino a un encuentro del American Freedom Party, un partido ultranacionalista y supremacista cuyo objetivo es convertir a Estados Unidos en una nación blanca.