Durante los siete años de presidencia de Mariano Rajoy, el PP fundamentó su estrategia electoral siguiendo una premisa crucial: la profunda crisis política que vivía nuestro país era una ramificación de la económica y, por ende, acabaría disipándose una vez se entrara en la senda de recuperación. Ciertamente, la desafección y descrédito de la política repuntó justo en paralelo al empeoramiento de los datos macroeconómicos en 2008. No obstante, en 2014, tras la ruptura del sistema de partidos, ya era evidente que la generalizada desafección y descrédito de la política entre los españoles se había convertido en un fenómeno independiente de la economía, por lo que requería abordarlo con soluciones especificas.
El PP debió haber reaccionado entonces con contundencia como lo hicieron otros actores políticos. En el caso de este partido, la necesidad de afrontar la crisis política era particularmente relevante debido a sus numerosos y sonados escándalos de corrupción. No obstante el PP se mantuvo fiel a su estrategia de apostarlo todo a la recuperación económica. Su dejadez en este frente fue, en parte, responsable de que el PP sufriera en 2015 el mayor desgaste electoral de un gobierno de la historia reciente. Aún con ello, el PP pudo mantener un suelo electoral digno, en gran parte por la inquebrantable lealtad del votante más conservador. En efecto, mientras su partido veía como sus apoyos en el centro se iban evaporando, el PP podía seguir siendo el primer partido en España gracias al monopolio en la derecha.
El salvavidas que ofrecía la lealtad del votante conservador empezó a deshincharse a inicios de este año, cuando a los escándalos de corrupción se le unió la competencia nacionalista con Ciudadanos. Entonces, y por primera vez en la historia del PP, este partido vio como muchos votantes de derechas abandonaban su lealtad y se planteaban seriamente votar a otro partido. Quizás no sea causal que Rajoy cayera precisamente entonces, cuando perdía su cómoda posición de primer partido en España a pesar de todo.
El nuevo líder del PP tiene dos grandes retos por delante: (i) afrontar la crisis política regenerando y luchando contra la corrupción en su partido y (ii) reenfocar su estrategia en la crisis catalana para resolver las enormes fugas recientes hacia Ciudadanos. Aún es pronto para calibrar hasta qué punto el Pablo Casado será eficaz en ambas cuestiones. Su inicio en medio del escándalo del máster de la URJC no podía ser menos oportuno pues colisiona con el primero de los objetivos. Aún así sería precipitado alcanzar conclusiones sobre su capacidad para reflotar el PP de su actual crisis.
Lo que sí podemos valorar ya es hasta qué punto Pablo Casado ha logrado esa tradicional “luna de miel” que reciben los nuevos líderes cuando se produce un reemplazo. Al igual que ocurre con los gobiernos nuevos, los candidatos o líderes también viven unos meses dulces tras su elección. Esta luna de miel puede ser un síntoma de la capacidad de renovación e impulso del nuevo líder, pero no necesariamente es así, pues en muchas (demasiadas) ocasiones las expectativas acaban siendo frustradas.
Los datos del CIS de septiembre preguntan por primera vez por la valoración de Pablo Casado. Es ahora posible pues mostrar hasta qué punto el nuevo líder del PP ha logrado dar un impulso a las valoraciones con respecto a su predecesor, Mariano Rajoy. En el gráfico 1 se muestra la diferencia en la popularidad de Casado con respecto a Rajoy en perspectiva comparada con los otros relevos que han tenido lugar en el PSOE y el PP desde 1997.
Los datos muestran que Pablo Casado cosecha una valoración, de media, de casi un punto (sobre 10) por encima de la que recibía Mariano Rajoy en abril. En términos comparados con los relevos previos en el PP y en el PSOE indican que se trata de un impulso considerable, por encima de la media y sólo superado por Rubalcaba en 2011. En ambos casos, los nuevos líderes llegan con unos partidos muy desgastados y con presidentes del gobierno salientes con valoraciones particularmente bajas. Esto les permite con mayor facilidad mejorar las valoraciones de sus predecesores.
Un candidato político suele preocuparse por cómo es recibido entre sus votantes (o sus potenciales votantes), pero no suele importarle demasiado cómo le valoran aquéllos que en ninguno de los casos le votarían. Es por eso que es particularmente importante mostrar la percepción entre sus propios votantes. En el gráfico se muestra que si nos centramos exclusivamente en este colectivo, entonces existe mayor disparidad. Incluso hay nuevos líderes que acaban cosechando peores valoraciones como es el caso de Rajoy, Zapatero o Almunia. El caso de Zapatero es particularmente curioso porque una vez logró llegar a la Moncloa cuatro años más tarde pudo gozar como presidente de la luna de miel más dulce de las últimas dos décadas. En términos comparados, Pablo Casado también ganaría en popularidad por encima de la media.
También podemos observar como ese efecto Casado se mantiene en todos los espacios electorales (segundo gráfico). Entre los potenciales votantes de centro y sus bases electorales principales de centro-derecha Casado obtiene unos resultados mejores que los de Rajoy. Sólo en el espacio de la derecha (más minoritario) ese impulso es menor y se debe especialmente a las buenas valoraciones que aún mantenía Rajoy entre este colectivo.
Hace unos días en Twitter mostraba un gráfico similar pero con resultados muy distintos (pinchad aquí). Entonces, aseguraba que Pablo Casado prácticamente no obtenía mejores resultados con respecto a Rajoy en el espacio electoral de la derecha (donde tiene su mayor grueso de votantes). No obstante, esa conclusión se debía a que comparaba las valoraciones de Casado con las de Rajoy en julio (en lugar de abril), cuando ya no era líder del partido. Tras su marcha, Rajoy ha mejorado algo su popularidad, especialmente entre sus votantes. Pero esa mejoría en sus valoraciones no deben tomarse en consideración para la comparación pues pueden responder meramente a que los votantes son más proclives a exonerar a quienes ya ha decidido retirarse de la política activa.
En suma, los datos muestran que Pablo Casado también ha gozado de una especie de luna de miel en sus valoraciones como líder si lo comparamos con el predecesor. Esta luna de miel, además, se encuentra por encima de la media y está presente entre sus potenciales votantes. Otra cuestión es si Casado aprovechará este impulso para afrontar la urgente regeneración del partido y para corregir su situación de desventaja en la pugna con Ciudadanos por el voto identitario.
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Nota metodológica: los gráficos muestran la diferencia de la valoración (en la escala del 0 al 10) de los ciudadanos del nuevo líder en comparación con el líder saliente. No se tienen en cuenta líderes de gestoras provisionales y se toma la valoración del líder saliente cuando aún está en activo (pues cuando están retirados pueden mejorar sus valoraciones por no estar ya en la confrontación política diaria). En este sentido, se compara la nota de Pablo Casado de septiembre con la nota de Marinao Rajoy de abril. Los datos provienen de los barómetros del CIS.
Durante los siete años de presidencia de Mariano Rajoy, el PP fundamentó su estrategia electoral siguiendo una premisa crucial: la profunda crisis política que vivía nuestro país era una ramificación de la económica y, por ende, acabaría disipándose una vez se entrara en la senda de recuperación. Ciertamente, la desafección y descrédito de la política repuntó justo en paralelo al empeoramiento de los datos macroeconómicos en 2008. No obstante, en 2014, tras la ruptura del sistema de partidos, ya era evidente que la generalizada desafección y descrédito de la política entre los españoles se había convertido en un fenómeno independiente de la economía, por lo que requería abordarlo con soluciones especificas.
El PP debió haber reaccionado entonces con contundencia como lo hicieron otros actores políticos. En el caso de este partido, la necesidad de afrontar la crisis política era particularmente relevante debido a sus numerosos y sonados escándalos de corrupción. No obstante el PP se mantuvo fiel a su estrategia de apostarlo todo a la recuperación económica. Su dejadez en este frente fue, en parte, responsable de que el PP sufriera en 2015 el mayor desgaste electoral de un gobierno de la historia reciente. Aún con ello, el PP pudo mantener un suelo electoral digno, en gran parte por la inquebrantable lealtad del votante más conservador. En efecto, mientras su partido veía como sus apoyos en el centro se iban evaporando, el PP podía seguir siendo el primer partido en España gracias al monopolio en la derecha.