Escribimos a vuelapluma unas cuantas ideas sobre las elecciones autonómicas de ayer en Andalucía. Algunas siguen la tendencia (el desplome del PSOE y la impotencia del PP) y otras suponen grandes rupturas con la tradición (la fragmentación de la derecha).
Sigue la tendencia: se desinfla el PSOE y gatillazo del PP
Llevamos una década siendo testigo del declive brutal, casi lineal, del PSOE en las elecciones autonómicas andaluzas. Ello refleja con toda seguridad una fatiga estructural con el gobierno de la Junta que ha acabado poniendo fin a una idea: Al PSOE se le daban mejor las elecciones autonómicas que las generales.
Durante una década no se prestó demasiada atención a ese declive estructural porque en cada elección había un titular más llamativo (“El PP no logra ganar en Andalucía” en 2012, “Llega el multipartidismo a la política nacional” en 2015), pero la caída del PSOE era imparable, y era siempre la misma: entre 6 y 8 puntos de porcentaje de voto menos en cada nueva elección. En cierto sentido, pues, lo que ocurrió ayer es el resultado de un proceso de más largo plazo de lo que muchas interpretaciones sugieren. De hecho, la caída del PSOE andaluz en porcentaje de voto fue incluso mayor en 2012 que ayer.
Si esta excepcionalidad autonómica se ha ido diluyendo en el tiempo y estas elecciones andaluzas han sido competidas en clave más nacional que las anteriores (una hipótesis bastante plausible), cabe comparar los resultados de ayer con los de los últimos comicios celebrados en Andalucía, los de las generales de 2016. Respecto a esas elecciones, el PP ha perdido en dos años casi la mitad de sus votantes. Una buena parte de ellos se habrían ido a Vox y otros a Ciudadanos (el único partido de los que ya tenían representación que crece en votos pese a caer la participación), pero la caída del PP es tan grande que el resultado global es que ayer votaron menos andaluces a PP, Vox y Ciudadanos que a PP y Ciudadanos en 2016. La segunda reflexión es la fuerte caída de votos del otro bloque, repartida casi a partes iguales entre PSOE y Adelante Andalucía, muy relevante teniendo en cuenta que las elecciones de 2016 tampoco contaron con una altísima movilización de la izquierda.
De todas formas (¿quién lo iba a decir?), gana el PSOE
El PSOE ha ganado ya nueve elecciones en Andalucía y sigue siendo el primero en las décimas. Sus rivales lo explican hablando de clientelismo. Por el tiempo transcurrido desde su primera victoria, podría ser. Pero también cabe decir que Andalucía es, posiblemente, una de las regiones mejor gobernadas del sur de Europa (excluyendo el sur de Portugal, que no está propiamente regionalizado). Si en lugar de comparar Andalucía con La Rioja lo comparamos con Campania o con Creta debemos concluir que el de Andalucía ha sido un muy buen gobierno. Son los datos del centro de la Calidad de Gobierno de Gotemburgo, que Víctor Lapuente ya expuso aquí hace unos años. Por ejemplo, en la medición de 2017 la puntuación de la calidad del gobierno de Andalucía era 33,2, comparada con el 21,6 de Sicilia, 19,5 de Apulia o 12 de Campania (17,5 en Creta). El índice está explicado aquí.
Sin embargo, mirar estos datos con detenimiento también nos lleva a cierta desesperanza. Desde que hay datos que miden esta evolución, los gobiernos regionales del sur de Europa están empeorando su rendimiento. En la medición de 2017, el gobierno de Andalucía estaba en el vagón de cola y, lo que es peor, su evolución desde 2010 (primera valoración que existe) no es buena. Extremadura, por mencionar una región próxima, produce mejores resultados. Pueden compararse los dos mapas a continuación.
Goteras a la “izquierda de la izquierda”
Si comparamos con la autonómicas de 2015, los votos de partidos con mensajes nacionalistas, situados a la derecha del PSOE y declaradamente interesados en “echarlo” del gobierno han crecido en unos 280.000 votos (7,5 puntos porcentuales del electorado, 4,4 puntos porcentuales del censo). El PSOE y Adelante Andalucía han perdido conjuntamente unos 680.000 votos, (18,5 puntos del electorado, casi un 11% de los andaluces con derecho a voto).
Han sucedido algunas cosas insólitas. Que el PSOE pierda votos en esta cantidad y que la “izquierda de la izquierda” no se lleve ni uno, sino que, por el contrario, pierda aún más, es insólito. Adelante Andalucía ha perdido uno de cada tres votantes de la suma de Podemos e IU en las últimas elecciones (no contemos a otros); es un desastre. El PSOE ha perdido al 28% de sus votantes. Es un desastre casi igual. Ha votado aproximadamente el 90% de los que votaron en las pasadas elecciones, así que esto desborda con mucho lo que se puede achacar a la abstención.
La coalición de perdedores
Los que inventaron esa insidia un poco patética de la “coalición de perdedores” se aprestan a montar una sin pensárselo dos veces: “ganar en los despachos lo que no se ha ganado en las urnas”. En justa reciprocidad, poco antes de que llegara el recuento, en el PSOE hacían suyo lo de “dejar ganar a la lista más votada”. En fin, si con esto nos libramos ya para siempre de escuchar esas chorradas (que algunos querían embutir en una ley) casi que nos podemos dar por contentos con el coscorrón.
Los futuribles… ¿nos come la derecha?
Es cierto que la fragmentación de la derecha no le ha supuesto un coste en términos de representación. Pero esto se debe en buena medida a que las circunscripciones andaluzas de las elecciones autonómicas son relativamente grandes, y los umbrales de entrada son más generosos que en la mayoría de circunscripciones provinciales nacionales. Si los andaluces votaran exactamente igual al Congreso de los Diputados, con un 50-44 de ventaja para la derecha en porcentaje de votos, el reparto de escaños por bloques apenas cambiaría respecto al actual: la izquierda tendría 30 diputados (ahora tiene 31), y la derecha 31 (solo uno más de los que tiene ahora).
Lo de Vox
Lo de Vox es la gran sorpresa. Cuando a Rajoy le preguntaron por qué no había un partido de extrema derecha dijo “mi trabajo me cuesta”. Se ve que no lo dejó escrito en un cuaderno.
Las razones de la irrupción de Vox en el parlamento andaluz pueden ser diversas. En los próximos días ofreceremos algunas propuestas al respecto. Por ahora, dos argumentos.
Lo de Vox (1)- el Nacionalismo
Estas elecciones han activado el nacionalismo español; ese toro hay que agarrarlo por los cuernos. Sería muy aventurado suponer que esa es la única razón por la que sube Ciudadanos, que tal vez sea el gran ganador de la jornada, pero es la razón más verosímil para explicar el éxito de Vox. En conjunto, han ganado las elecciones, con casi la mitad de los votos emitidos, la tripleta de partidos que han hecho del nacionalismo español un eje claro de su mensaje. No han sido las elecciones de la inmigración o del desempleo; han sido, antes que eso, las primeras elecciones post-procés. Y las primeras tras la moción de censura.
Será inercia profesional -con lo que nos estaba costando explicar la no existencia de ultraderecha en España, no vamos ahora a ponernos a escribir tesis sobre la europeización de Andalucía, aunque todo se andará- pero no hay señales claras de que la xenofobia o el machismo, la homofobia o el rechazo a los valores democráticos sean hoy mayores que hace unos años. Siempre ha habido potencial, como lo hay para cosas mucho peores, pero lo que nos trae a Vox parece ser más bien la crisis política nacional.
Lo de Vox (2) - El malestar político
Es evidente que en la última década el sistema político español se ha transformado completamente dando cabida a nuevos partidos que han irrumpido inicialmente con más fuerza de la que se esperaba o pronosticaban los sondeos. Y lo han hecho, además, sin que haya habido ningún cambio en el sistema electoral. Algo que hace diez años parecía impensable, pues se percibía que la ley electoral era un muro infranqueable que impediría el fin del bipartidsimo. Pero no ha sido infranqueable por el deseo de los electores de votar a nuevas opciones. Un deseo que a la vista de la cabida que siguen teniendo nuevos partidos sigue sin estar colmado en el marco de lo que podríamos llamar como desajuste entre oferta y demanda electoral.
Y Vox ha sabido encontrar su ventana de oportunidad que no es otra que la de captar el malestar político, como en su día lo hicieron Podemos y Ciudadanos para entrar en la escena política.
Sabemos que en los últimos años, y pese a que se ha ido ampliado la oferta de candidatura electorales, la sociedad española ha mostrado un alto nivel de insatisfacción política. La clase política y la política son percibidas por los ciudadanos, desde hace casi una década, uno de los principales problemas que tiene España. Y la corrupción y el fraude ocupan, desde hace un lustro, el segundo puesto de ese ranking. Una mayoría social no se siente satisfecha con el funcionamiento de la democracia. Y no lo hace desde 2012. A ellos se suma la mala valoración social de la situación política que ha sido la tónica general de los últimos años.
Más que de ideologías, la irrupción de los nuevos partidos están vinculadas a ese malestar político que se ha ido cronificando en estos últimos diez años en los que la crisis económica dio paso a la crisis política.
Vox es un partido abiertamente de extrema derecha sin complejos, pero, ante todo, es un partido que apela a los desencantados. Según su propia definición es una formación que apela la gente corriente que nunca ha vivido de la política, “que nos hemos sentido defraudados por los políticos actuales y que hemos dado un paso al frente para cambiar esta situación”.