Poco después de apretar el botón electoral, los partidos políticos han podido testar o, más bien, certificar el (sulfurado) estado de ánimo preelectoral. Una encuesta realizada, entre el 18 y 20 de septiembre, por la empresa demoscópica 40dB, “cuantificaba” de qué forma recibían los ciudadanos la convocatoria de nuevas elecciones. Un contundente 51,5% utilizaba el calificativo de “muy mal” y otro 17% optaba por la respuesta “mal” a la pregunta de cómo valoran la repetición electoral. Más del 50% de los ciudadanos admitía tener una peor opinión sobre el modo en que funciona la democracia, como consecuencia de lo que (no) ha sucedido en los últimos meses.
Ni siquiera la apelación de Pedro Sánchez a la necesidad de que la sociedad exprese su voluntad de forma más clara, ha resultado una razón de peso para sus propios votantes. Junto al electorado de Unidas Podemos, los electores socialistas eran los que de forma más crítica valoraban el anuncio de un nuevo llamamiento a las urnas.
Asimismo, muy negativas han sido las “sensaciones” que, de forma inmediata, ha generado, en la sociedad, la falta de acuerdos para formar un gobierno. Siguiendo los resultados de la encuesta de 40dB, más de un tercio de los ciudadanos afirmaba, hace unos pocos días, sentir (principalmente) “decepción”. Otro tercio, optaba por el término “enfado”. Y un 22% decía sentirse preocupado. Tan sólo un 4,4% sentía alivio, siendo los votantes de Vox (23,1%) los que parecían mostrarse más reconfortados (entendemos, por no haber llegado a buen puerto las negociaciones entre los partidos de izquierda (PSOE-Unidas Podemos).
Esta panorámica se vería reforzada por los resultados del barómetro realizado previamente por el CIS, entre el 1 y el 18 de septiembre, que arrojaban ya un empeoramiento del clima político. Por un lado, se ha alcanzado un nuevo récord en el indicador del porcentaje (45,3%) de ciudadanos que perciben la política, los partidos y los políticos como un problema que tiene España. Por otro lado, el pesimismo político (y también económico) crecía respecto al mes de julio, llegando a ser un 77%, la cifra de ciudadanos que calificaban como mala o muy mala la situación política del país.
En consonancia con estos datos demoscópicos, encontramos que se han disparado las solicitudes, enviadas al Instituto Nacional de Estadística, por parte de ciudadanos que no quieren recibir propaganda electoral de los partidos. Mientras, por otro lado, las muestras de malestar político inundaban las redes sociales, inmediatamente, después de conocerse que el bloqueo político conducía a la convocatoria electoral.
Como parte de la indignación, una campaña puesta en marcha, en change.org, con el elocuente título “Diputados, si no curráis ¡No cobráis!: renunciad a vuestra indemnización” recababa, en pocos días, más de 700.000 firmas. A ello se sumaban los comentarios, también muy críticos con la situación de bloqueo político, expresados, de forma generalizada, a izquierda y derecha, en las tertulias políticas, así como en editoriales y artículos de opinión.
Pero junto a las expresiones de hartazgo político y cansancio electoral, son destacables iniciativas de diferente índole que están surgiendo para capitalizar de forma activa, a través de la presentación de nuevas candidaturas, el malestar. Más aún, si tenemos en cuenta que las dificultades o la falta de voluntad de la clase política actual para llegar a acuerdos a nivel nacional, no ha llevado (o no por el momento) a añorar los tiempos del bipartidismo (cuyo desmoronamiento empezó a ser visible en las elecciones europeas de 2014). Todo lo contrario. Según el mencionado sondeo realizado por 40dB, casi el 84% de los ciudadanos, estarían hoy de acuerdo con la afirmación de que “los partidos deben afrontar el nuevo escenario multipartidista y habituarse a pactar”, frente a los que anhelan (16%) la competición bipartidista (ligada a etapas de gobiernos duraderos y estables).
De este modo, y con independencia de que sea tan sólo parte del espectáculo mediático, no deja de ser llamativo que el equipo del programa televisivo Todo es Mentira, presentado por Risto Mejide, haya amagado con presentarse a los comicios del 10 de noviembre bajo la candidatura de un nuevo partido, “Peor no lo haremos”, y planteando, entre otras medidas estrella, acabar con los sueldos vitalicios de políticos.
También la plataforma ciudadana Teruel Existe ha anunciado, ante la “incapacidad de los partidos para llegar a acuerdos”, su pretensión de concurrir a los próximos comicios generales. En la misma línea, la ventana de oportunidad que supone el reinante descontento político, también habría llevado a Íñigo Errejón a optar, finalmente, por dar el salto a la política nacional, presentándose a las elecciones generales. Y hacerlo con el argumento de que su candidatura puede ser un revulsivo para movilizar a los votantes desencantados del espectro progresista y convertirse, por su disposición a negociar, en el partido que desbloquee la situación política.
Particularmente, la entrada en el juego electoral de Errejón ha hecho que, en cuestión de muy poco tiempo, la atención política y mediática haya pasado de girar en torno a una potencial abstención masiva, a centrarse en la reconfiguración del tablero político y su impacto electoral, ampliándose de 5 a 6 el número de actores políticos principales. Si bien, también ha servido para poner (una vez más) de manifiesto lo efímeras que pueden resultar las estimaciones de voto en momentos políticos tan “volátiles”, como los que estamos viviendo ahora, y en los que el malestar político es tan elevado.
Sólo basta recodar, cómo a principios de septiembre, la instantánea demoscópica parecía indicar que una repetición electoral beneficiaría al PSOE. Apenas veinte días después, tras el anuncio de la repetición electoral, el PP aparecía como el partido que potencialmente ganaría más. Aunque, tanto los sondeos con proyección de voto que se han publicado recientemente en los medios (ver por ejemplo: aquí y aquí), como la última estimación de voto del CIS, parecen haber quedado desfasados al haberse realizado con anterioridad a la irrupción de la marca errejonista. Además, los primeros que se han hecho para evaluar el efecto Errejón en el voto, ofrecen una instantánea preliminar, a la espera de que se despeje la incógnita de en cuántos territorios y de qué forma se presentará Más País, bien en solitario, bien coaligada con otras formaciones como Compromís y antiguos aliados de Podemos.
En cualquier caso, los cambios en el tablero político, ya sea a nivel más general o en determinados territorios, apuntarían en la dirección de que el factor clave de la próxima cita electoral radicará en el modo en que se exprese el malestar político. El desencanto o la decepción pueden llevar a la desmovilización electoral, pero el enfado o la insatisfacción pueden tener un efecto movilizador que trascienda la opción de la abstención como voto de castigo.No hay que dar, necesariamente, por supuesto que el hartazgo conduce a la desafección. Especialmente, si los electores tienen nuevas opciones, ante sí, entre las que elegir.
Desde su eclosión, en 2011, el malestar político ha producido y sigue produciendo un aumento, y cada vez más rápido, de la oferta política ante un sistema electoral que, pese estar diseñado para penalizar la atomización, la acaba absorbiendo. En este sentido, tener en cuenta los movimientos que se produzcan en cada circunscripción, con la entrada o no de nuevos actores, puede ser determinante de cara al nivel de participación que se registre en el cómputo global, así como a los resultados electorales.
Más allá de la certeza de que, tras el 10 de noviembre, los partidos seguirán necesitando llegar a acuerdos para formar gobierno, nos encontramos ante uno de los comicios cuyos resultados pueden ser más imprevisibles. Y ante los que habrá que ser, especialmente, cautos a la hora de utilizar los sondeos como “brújula”, atendiendo únicamente a los indicadores de voto.
De forma más acentuada que en 2016, cuando, tras la repetición de las elecciones generales en junio, algunos expertos trataban de responder a la pregunta de por qué fallaron los sondeos, se plantea, ahora, como un gran desafío tomar el pulso a la opinión pública. No sólo porque estamos en un contexto de mayor malestar social, sino también porque hay un tablero con más actores, y sobre el que puede resultar determinante la influencia de numerosos y cambiantes factores.
La desaceleración económica, la (inminente) sentencia del procés, el debate sobre la memoria histórica o la incertidumbre sobre el Brexit son sólo algunos de esos factores que podrían impactar en el comportamiento electoral, y no forzosamente, en el sentido que espera cada partido. La propia dinámica que se desarrolle por las estrategias electorales que sigan las fuerzas políticas también será decisiva.
Por delante, 45 (largos) días de campaña electoral, aunque oficialmente ésta comenzará el 1 de noviembre y será (por primera vez) más breve de lo habitual (con una duración de ocho días, y no de 15, tras la reforma introducida a finales de 2016 en la ley electoral para este supuesto de repetición electoral).
No obstante, no podremos calibrar, con sondeos públicos, el impacto de la campaña electoral propiamente dicha, puesto que continuará vigente la (cada vez más cuestionada y anacrónica) prohibición legal que tienen los medios de comunicación de publicar, difundir o reproducir encuestas electorales en los cinco días anteriores al de la votación.