La pandemia del COVID-19 ha afectado enormemente los patrones de vida de la población española. A fecha de 20 de noviembre de 2020 más de 1,5 millones de personas han contraído la enfermedad y las cifras oficiales de defunciones ascienden a más de 42.000 (informe Ministerio Sanidad). El COVID-19 requiere una cantidad de recursos sanitarios sin precedentes y está suponiendo un reto para los sistemas de salud (Legido-Quigley et al. 2020).
El impacto total (directo e indirecto) de la pandemia en términos de mortalidad (exceso de mortalidad) es superior (MoMo) al número de muertes confirmadas con COVID-19. En primer lugar, los datos oficiales COVID-19 de mortalidad no incluyen las defunciones sin una prueba positiva. Es bien sabido que un grueso importante de los infectados no tiene síntomas y que existe una elevada infraestimación, sobre todo en la primera ola, tal y como se refleja en estudios de seroprevalencia (por ejemplo: Pollán et al. 2020). En segundo lugar, la morbilidad y mortalidad pueden haber aumentado indirectamente. En particular, una parte del exceso de mortalidad podría ser el resultado del retraso en tratamientos, la restricción y aversión a la atención primaria y especializada, la disminución de la capacidad de tratar casos urgentes debido a las necesidades de la pandemia, o las consecuencias del confinamiento prolongado u otras fuentes de estrés asociadas a la pandemia. Por otro lado, la mortalidad por otras causas puede haber disminuido, por ejemplo, aquella relacionada con la contaminación o los accidentes de tráfico.
Una de las formas más reconocidas y utilizadas para medir y comparar mortalidad es la esperanza de vida. La esperanza de vida mide la media de años que se esperaría que un individuo viviera si estuviera expuesto a las tasas de mortalidad observadas en un período determinado (normalmente un año) durante toda su vida. Es una manera de convertir tasas (expresadas en unidades no intuitivas, por ejemplo, muertes por 100.000 habitantes) en años de vida, una unidad intuitiva.
Primera ola
La primera ola del COVID-19 tuvo un enorme impacto en España. Las estimaciones de pérdidas de esperanza de vida entre 2019 y el período anual desde julio de 2019 a julio 2020 sugieren para España una reducción de 1,5 años (Trias-Llimós et al. 2020). Los resultados a nivel nacional enmascaran importantes diferencias entre las Comunidades Autónomas. Madrid, la más afectada en la primera ola, pierde 2,8 años de vida en hombres y 2,1 en mujeres, mientras que Castilla y la Mancha, Castilla y León, Cataluña y Navarra pierden también más de 1 año de esperanza de vida tanto en hombres como en mujeres. Entre las Autonomías menos afectadas se encuentran Cantabria, las Islas Canarias y Galicia, donde las variaciones en mortalidad han sido mínimas.
Segunda ola
Estos resultados van a cambiar al considerar el resto de 2020, dado que nuestra primera estimación sólo incluye datos hasta julio. La segunda ola ha tenido de nuevo un gran impacto en la sociedad española, con incidencias mucho más altas que la primera ola, aunque probablemente estas diferencias sean debidas principalmente a la enorme infraestimación de casos en la primera ola.
Hemos actualizado estos análisis utilizando datos entre el 1 de enero y el 10 de noviembre tanto en 2019 como en 2020. Y se observa que los resultados ya publicados de pérdida de esperanza de vida se van a quedar cortos a finales de año. En el siguiente gráfico se muestra que España habría perdido 1,6-1,7 años entre 2019 y 2020. Asimismo, los retrocesos en esperanza de vida en la mayoría de las Comunidades Autónomas son mayores a lo previamente observado, ya que se alimentan de los excesos de mortalidad observados desde finales de agosto en adelante (segunda ola). En este caso, las más afectadas siguen siendo Madrid (con más de 3 años de retroceso), Castilla la Mancha, Cataluña, La Rioja y Castilla y León, todos ellos con 2 o más años de pérdidas en esperanza de vida.
Gráfico. Esperanza de vida de 1 de enero hasta 10 de noviembre 2019, 2020 y diferencias entre períodos en España y en 17 Comunidades Autónomas por sexo
La esperanza de vida en perspectiva histórica
La esperanza de vida en España ha evolucionado favorablemente de forma prácticamente ininterrumpida desde la guerra civil con aumentos anuales medios entre 1942 y 2018 de 0,47 años (Human Mortality Database) con una caída máxima interanual de 0,5 años entre 1968 y 1969. Las caídas estimadas para 2020 representan un fenómeno no visto desde la segunda mitad del siglo XX y primeras décadas del siglo XXI. Los resultados del 2020 significarán un retroceso a niveles de 2010 para España y a niveles de 2007/08 para Madrid.
Más a largo plazo, merece la pena comparar el impacto de la pandemia por COVID-19 en España con el que tuvieron las dos crisis demográficas más importantes del siglo XX en España: la gripe de 1918 y la guerra civil. En 1918 la esperanza de vida en España cayó 12,8 y 11,7 años en hombres y mujeres, respectivamente, mientras que en 1937 esta caída fue de 3.3 y 3.9 años. A modo de comparativa, hasta el 15 de noviembre de 2020, estas caídas han sido de 1,7 y 1,6 años, respectivamente. En cualquier caso, estas caídas observadas en 2020 suponen la mayor caída en esperanza de vida desde 1937.
Horizonte futuro: ¿qué cabe esperar?
En conclusión, el COVID-19 está teniendo un impacto en la mortalidad que no se había observado desde 1937, suponiendo pérdidas de esperanza de vida mayores a 1 año en la mayoría de regiones y superiores a 2 años en Madrid, Castilla La Mancha y Cataluña. El futuro durante la pandemia es incierto. La recuperación de la mortalidad a los niveles habituales va a depender de factores todavía inciertos o desconocidos.
El primero y obvio es el control de la pandemia y que parece depender en gran medida de la implementación de vacunas, actualmente en fases finales de desarrollo; de la gestión en salud pública; y de los condicionantes de vida y comportamientos en la población. Independientemente de ello, si se mantienen unos niveles bajos de transmisión del virus y se evita una tercera ola, podemos pensar que la mortalidad y la esperanza de vida puedan recuperar rápidamente los niveles de 2018 y 2019. Por un lado, una parte importante de las defunciones han ocurrido en personas mayores con condiciones de salud previas y/o en residencias. Por este motivo podríamos pensar que la mortalidad podría incluso bajar ligeramente en un contexto libre de virus, como ocurre tras cada temporada de gripe.
De este modo, en un futuro post-pandemia podemos esperar una recuperación rápida de los niveles de mortalidad previos a la pandemia, con una continuación de la tendencia preexistente de aumento de la esperanza de vida, aun teniendo en consideración potenciales empeoramientos de la morbilidad a medio plazo a causa de la pandemia. No obstante, existe todavía poco conocimiento sobre el impacto del retraso o empeoramiento en el seguimiento de enfermedades crónicas, por ejemplo, cáncer o enfermedades cardiovasculares, debido al colapso sanitario, o de las consecuencias a largo plazo del propio COVID-19.