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¿Cómo evitar la compra de votos?

Lluís Orriols

26 de mayo de 2023 23:21 h

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Los escándalos de compra de votos desatados estos días en distintos puntos del país son de una gravedad extrema. Cualquier práctica que altere el proceso electoral es completamente inadmisible y hay que denunciarlo sin ningún tipo de reservas. Es cierto que estos hechos no deberían llevarnos a una impugnación general de nuestro sistema. La democracia española goza de una buena salud, y los eventuales fraudes no son de suficiente entidad como para poner en cuestión los resultados electorales. Sin embargo, sería muy contraproducente minusvalorar la gravedad de estos casos e intentar dejar que caigan en el olvido sin más. Aun siendo anecdóticos, deberíamos aprovechar estos escándalos para intentar arreglar una grieta de nuestro sistema que facilita este tipo de prácticas.

¿Cuál es esa grieta? ¿Cómo podemos reducir los escándalos de compra de votos?

Déjenme que empiece por el principio. En esencia, la compra de votos debe entenderse como un contrato verbal entre un político corrupto y un votante. Se trata de un contrato Ilegal, sin duda. Pero es un contrato, al fin y al cabo. Al ser ilegal, el político corrupto no puede recurrir a los juzgados para denunciar su incumplimiento. Y ahí está la clave. Para evitar la compra de votos, simplemente hay que fomentar que los votantes puedan incumplir su parte del trato: que tengan la tentación de aceptar el dinero, pero decidan después votar al partido que les dé la gana. Si los ciudadanos pueden fácilmente incumplir el contrato, entonces se deteriora el ingrediente básico que sustenta la compra de votos: la confianza. Y sin confianza, los corruptos acabarán llegando a la conclusión de que una compra de votos sin garantías no es un negocio rentable.

Hay una anécdota que me gusta mucho sobre esta cuestión en México. En una campaña electoral, el partido mexicano PAN -entonces en la oposición- decidió combatir las prácticas clientelares del partido gobernante (el PRI) con el siguiente eslogan: “Agarra lo que te dan, pero vota por el PAN”. Es decir, acepta el soborno, pero luego vota a quien quieras. Si la gente coge el dinero, pero luego no cumple con su parte del contrato, la práctica de compra de votos se convierte en algo ineficiente. No habrá políticos corruptos que quieran gastarse dinero sin un mínimo de garantías.

El principal antídoto contra la compra de votos es hacer que el voto sea secreto

Tradicionalmente, el concepto del voto secreto se ha entendido muy mal en España. Se suele pensar que significa que las personas tienen el derecho a no decir su voto en público o que pueden -si así lo desean- esconderse en una cabina a la hora de votar. No es así. El voto secreto es, en realidad, la obligación (y no el derecho) de que nadie pueda saber lo que una persona vota. En el momento de votar, nadie debería ser capaz de ver a quién estas votando.

Y en eso, España presenta un importante déficit. Efectivamente, en nuestro país no existen suficientes garantías para que el voto pueda ser considerado secreto. En los colegios electorales votamos publicamente, a vista de cualquier curioso. Incluso, alguien podría darnos la papeleta ya preparada fuera del colegio electoral y controlar que lo depositamos en la urna sin efectuar cambios. En el voto por correo es aún más fácil, pues hasta ahora no requería de identificación a la hora de emitir (o enviar) el voto. Esta forma de proceder facilita que el corrupto tenga herramientas para controlar que los votantes cumplen su parte del trato.

España tiene como deberes corregir este problema. Debe garantizar de forma más efectiva el voto secreto. Pidiendo la identificación cuando se vota por correo, sin duda. Pero también haciendo que el paso por las cabinas en los colegios electorales sea obligatorio. Si nadie puede ver a qué partido estás votando, entonces el corrupto siempre tendrá dudas de si el contrato se está cumpliendo. Es por ello que el paso por las cabinas en los colegios electorales no debería ser opcional, sino obligatorio. En la actualidad, si alguien recurre a la cabina, es un claro signo de que está escondiendo algo. El político corrupto tendrá claras sospechas de que probablemente no esté votando al partido acordado.  

Los graves escándalos de compra de votos deberían ser una advertencia de que es necesario reformar nuestro sistema para garantizar mejor el voto secreto tanto en el voto por correo como el presencial. Con ello, reduciríamos la tentación de los corruptos a usar este tipo de prácticas. No obstante, a pesar de la gravedad de los casos de compra de votos y de la necesidad de realizar reformas para evitarlos en el futuro, debemos huir de toda tentación de usar estos episodios para desacreditar los resultados electorales en su conjunto. Uno de los pilares esenciales de la democracia es el consentimiento de los perdedores. Los votantes deben aceptar las derrotas electorales y reconocer que el ganador tiene la legitimidad de gobernar incluso cuando no es de su partido. Sin embargo, las altas dosis de polarización y crispación están provocando que los votantes acaben por no aceptar fácilmente los resultados electorales cuando los suyos pierden. En este sentido, los escándalos de compra de votos pueden ser combustible que avive actitudes antidemocráticas y de rechazo a las derrotas electorales.

En definitiva, debemos ser tajantes en calificar como muy graves los escándalos de compra de votos y en demandar que se garantice mejor el voto secreto en nuestro país. Pero al mismo tiempo haríamos bien denunciar con firmeza cualquier discurso que pretenda impugnar los resultados de unas elecciones con el fin de no aceptar una derrota. El asalto al Capitolio y las protestas en Brasil deberían ser un aviso para navegantes.

Los escándalos de compra de votos desatados estos días en distintos puntos del país son de una gravedad extrema. Cualquier práctica que altere el proceso electoral es completamente inadmisible y hay que denunciarlo sin ningún tipo de reservas. Es cierto que estos hechos no deberían llevarnos a una impugnación general de nuestro sistema. La democracia española goza de una buena salud, y los eventuales fraudes no son de suficiente entidad como para poner en cuestión los resultados electorales. Sin embargo, sería muy contraproducente minusvalorar la gravedad de estos casos e intentar dejar que caigan en el olvido sin más. Aun siendo anecdóticos, deberíamos aprovechar estos escándalos para intentar arreglar una grieta de nuestro sistema que facilita este tipo de prácticas.

¿Cuál es esa grieta? ¿Cómo podemos reducir los escándalos de compra de votos?