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La excepción ya estuvo en riesgo...

Durante las últimas semanas se ha debatido extensamente sobre las causas políticas y sociales del ascenso de Vox. Hace algo más de una semana en este mismo blog Virginia Ros explicaba que es difícil argumentar que las actitudes hacia la inmigración pudieran explicar este cambio en el comportamiento electoral, dada la escasa presencia de la inmigración entre las principales preocupaciones de los españoles que muestran los datos del CIS. En efecto, la marginal presencia de discursos anti-inmigración y la ausencia de representación política sustentaban la idea de una “excepcionalidad española” en el contexto europeo.

¿Qué explicaba esta excepcionalidad? Algunos de los argumentos desarrollados desde las ciencias sociales subrayan como muy determinante, más allá del número, que los ciudadanos perciban o no competencia con los inmigrantes, bien en el mercado laboral, bien en el acceso a los servicios públicos (como explicaban A. González-Ferrer y H. Cebolla en este blog). Además, algunos trabajos empíricos constatan que en ciertos contextos las actitudes hacia la inmigración responden a sentimientos de amenaza a la identidad cultural, que dependerá en gran medida de la distancia cultural y étnica entre la población nativa y la inmigrante (lo que explica la preferencia por los latinoamericanos sobre otras procedencias, ver, por ejemplo, esta otra entrada en Piedras de Papel). Por otra parte, muchas investigaciones han puesto de relieve que la convivencia y el contacto con la población inmigrante contribuyen a que disminuyan los prejuicios y favorecen actitudes más positivas hacia la inmigración. También se han encontrado firmes evidencias de que los individuos tienden sistemáticamente a sobreestimar el volumen de población inmigrante que vive en sus países. Por ejemplo, en España, a finales de 2017 los españoles creían que el porcentaje de población inmigrante ascendía al 23,2%, cuando los residentes nacidos en el extranjero representaban en realidad el 13,6% de la población total. Se sabe, por otra parte, que las actitudes sobre la inmigración están determinadas en mayor medida por la percepción que la población tiene sobre su tamaño, que por su dimensión real.

La percepción sobre la inmigración ha tenido altibajos….

Hay que tener en cuenta que, en España a pesar de que en la actualidad la percepción de la inmigración como uno de los principales problemas del país es bastante baja, no ha sido siempre así. Aunque en noviembre de 2018 solo el 8,9% de los españoles citaban la inmigración como uno de los tres principales problemas de España, la media anual de 2006 se había situado en el 39% (gráfico 1) y de hecho en septiembre de ese año seis personas de cada diez mencionaron la inmigración como uno de los tres principales problemas en España. ¿Qué explica esta enorme diferencia? Hace 12 años la inmigración era un fenómeno relativamente nuevo en España, y el número de residentes estaba aumentando notablemente, un 10% respecto al año anterior. Sin embargo, el ritmo de crecimiento, que partía de tasas anuales del 34 y 32% en 2001 y 2002 respectivamente, se aminoraba. Por otra parte, y aunque el peso de la población nacida fuera de España siguió creciendo hasta 2012, la preocupación por el fenómeno empezó a disminuir en 2007.

Gráfico 1: Consideración de la inmigración como uno de los tres principales problemas de España (media anual), porcentaje de población nacida en el extranjero y cambio porcentual anual en el número de residentes nacidos en el extranjero (2000-2016)

Por una parte, como adelantaba al principio, las actitudes hacia la inmigración dependen más de la percepción sobre su magnitud que sobre su tamaño real, así como de la distancia étnica y cultural con los inmigrantes. En este sentido, parece que los ciudadanos españoles fueron más sensibles al aumento de las entradas irregulares por vía marítima desde África, con amplia cobertura mediática, que al aumento general de la inmigración, que había estado protagonizado en gran medida por ciudadanos latinoamericanos. Las llegadas en pateras, que venía creciendo desde 2000 y culminó con la crisis de los cayucos en 2006, cuando llegaron 39.180 personas a Canarias, discurre paralela a la evolución de la preocupación por la inmigración en España (gráfico 2). La alarma social que esta crisis generó condujo a la firma de acuerdos con los países de origen y de tránsito, así como al fortalecimiento de la vigilancia marítima en el Atlántico. Estas medidas tuvieron como consecuencia una disminución muy significativa de las entradas irregulares, que se mantuvieron en el entorno de las 8.000 entre 2009 y 2013. Al mismo tiempo disminuyó la preocupación por la inmigración, que en 2009 ya se había reducido al 16% y desde 2012 se ha situado sistemáticamente por debajo del 6%.

El inicio de la recesión no detuvo esta tendencia favorable en la opinión pública, a pesar de que esto es lo que cabría esperar si son ciertos los argumentos sobre el efecto negativo de la percepción de competencia con los inmigrantes por parte de la población nativa. Desde las ciencias sociales se han formulado varias explicaciones sobre esta evolución positiva de la opinión pública en España: la priorización de los asuntos económicos en las menciones sobre los principales problemas durante la crisis, la adjudicación a los políticos de la responsabilidad de los problemas de los ciudadanos por una buena parte de la población, la percepción de que la crisis había sido aún más dura con los inmigrantes, y la atención mediática a la emigración, tanto de los inmigrantes a sus países de origen, como de los jóvenes españoles profesionales al exterior.

Gráfico 2: Consideración de la inmigración como uno de los tres principales problemas de España (media anual) y entradas irregulares anuales por vía marítima y terrestre (2000-2016)

Y, de nuevo, empeoró en la segunda mitad de 2018…

Esta evolución positiva, sin embargo, se ha quebrado ligeramente en la segunda mitad de 2018, momento en que las entradas irregulares a España volvieron a crecer. A 12 de diciembre ya se habían alcanzado las 55.206 entradas irregulares, cifra que supera ampliamente el total de entradas durante la crisis de los cayucos de 2006. De hecho, en la actualidad España es el país de la Unión Europea que recibe más entradas irregulares. El volumen es, en todo caso, muy inferior al que estaba recibiendo Italia hasta mediados de 2017, y supone un porcentaje muy pequeño (en 2017, el 7%) de los nuevos residentes en España.

Merece la pena analizar con detalle la evolución conjunta de las entradas irregulares y de la opinión pública en este último periodo, puesto que arroja información interesante sobre el comportamiento de las actitudes hacia la inmigración. En primer lugar, en diciembre de 2016 y noviembre de 2017 ya se habían producido incrementos coyunturales de entradas irregulares, a los que parece que la opinión pública no reacciona (gráfico 3). En segundo lugar, el aumento producido a lo largo de la segunda mitad de 2018 ha conllevado un aumento de la preocupación, pero en absoluto alcanza las cifras de la crisis de los cayucos: el máximo de preocupación del último año fue del 16%, menos de la mitad que en 2006. A la luz de estos datos, se podría afirmar, por un lado, que la opinión pública solo varía cuando las entradas irregulares tienen una continuidad temporal, y por otro lado, que la reacción a este tipo de eventos es menos intensa cuando la sociedad ya ha vivido experiencias similares en el pasado.

Gráfico 3: Porcentaje de población que considera la migración uno de los tres problemas principales del país, entradas irregulares por vía marítima y terrestre (enero 2016- septiembre 2018)

En definitiva, puede que la experiencia española tras casi 20 años de convivencia con los inmigrantes esté actuando como freno a esta sensibilidad que la opinión pública había mostrado en el pasado ante las llegadas irregulares. Sin embargo, del pasado también sabemos que las actitudes hacia la inmigración responden notablemente a la atención mediática. Que la sociedad española ya no sea lugar para generar incendios no quiere decir que sea totalmente inmune a la vuelta de la inmigración al debate público.

Durante las últimas semanas se ha debatido extensamente sobre las causas políticas y sociales del ascenso de Vox. Hace algo más de una semana en este mismo blog Virginia Ros explicaba que es difícil argumentar que las actitudes hacia la inmigración pudieran explicar este cambio en el comportamiento electoral, dada la escasa presencia de la inmigración entre las principales preocupaciones de los españoles que muestran los datos del CIS. En efecto, la marginal presencia de discursos anti-inmigración y la ausencia de representación política sustentaban la idea de una “excepcionalidad española” en el contexto europeo.

¿Qué explicaba esta excepcionalidad? Algunos de los argumentos desarrollados desde las ciencias sociales subrayan como muy determinante, más allá del número, que los ciudadanos perciban o no competencia con los inmigrantes, bien en el mercado laboral, bien en el acceso a los servicios públicos (como explicaban A. González-Ferrer y H. Cebolla en este blog). Además, algunos trabajos empíricos constatan que en ciertos contextos las actitudes hacia la inmigración responden a sentimientos de amenaza a la identidad cultural, que dependerá en gran medida de la distancia cultural y étnica entre la población nativa y la inmigrante (lo que explica la preferencia por los latinoamericanos sobre otras procedencias, ver, por ejemplo, esta otra entrada en Piedras de Papel). Por otra parte, muchas investigaciones han puesto de relieve que la convivencia y el contacto con la población inmigrante contribuyen a que disminuyan los prejuicios y favorecen actitudes más positivas hacia la inmigración. También se han encontrado firmes evidencias de que los individuos tienden sistemáticamente a sobreestimar el volumen de población inmigrante que vive en sus países. Por ejemplo, en España, a finales de 2017 los españoles creían que el porcentaje de población inmigrante ascendía al 23,2%, cuando los residentes nacidos en el extranjero representaban en realidad el 13,6% de la población total. Se sabe, por otra parte, que las actitudes sobre la inmigración están determinadas en mayor medida por la percepción que la población tiene sobre su tamaño, que por su dimensión real.