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El giro necesario del PSOE

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No voy a escribir sobre adónde lleva el PSOE a España, sino que me gustaría poner el foco en el rumbo por el que se lleva a sí mismo. Al fin y al cabo, va a haber un congreso. Los congresos podrían ser lugar para la rendición de cuentas por parte de la ejecutiva, y para la discusión en público y en abierto de las grandes cuestiones. No lo son en España, como se sabe, y no solo en el PSOE, pues están controlados por la dirección de los partidos (los tiempos, la agenda y, en buena medida, la participación...). Lo más probable es que funcionen al revés, que se propicie la “rendición de cuentas” de quienes son críticos con la dirección, si los hay.  En su funcionamiento normal no son un parlamento interno, como nos gustaría a muchos, sino un instrumento de poder. No son un lugar para presentar razones en público, sino para articular generalidades en tono aclamatorio. Con todo, el PSOE es un partido bastante democrático (creo que tanto como es posible con las reglas de juego que se usan en España, que lo incentivan poco), y no se debe dar el debate por perdido.

Como es necesario hacer esto en breve, voy a resumirlo todo refiriéndome no a las políticas sino a la posición ideológica como una gradación entre izquierda y derecha. Es una simplificación bestial, pero sirve para empezar. Así que, en breve: las elecciones se han ganado y se siguen ganando cuando se gana en el centro de la escala (que es donde más gente hay, y donde más gente puede cambiar de uno a otro partido). El PSOE, sin embargo, ha renunciado al centro. Según alguna interpretación, se ha visto obligado, pero yo no lo creo. Como consecuencia, lo previsible es que vuelva a perder las elecciones, pero por un margen mayor que en 2023, y ya no tenga forma de armar un gobierno de todos contra PP y Vox (de momento, por poco, primer y tercer partidos del parlamento), ni aun echando mano de medidas costosas como acuerdos extravagantes o renegando de sus posiciones. En el proceso, es posible que la marca se deteriore -la democracia requiere partidos creíbles y lo más valioso que tiene el PSOE es su nombre e historia- y la recuperación del centro quede postergada por largo tiempo, o se deje pasar y se renuncie a apelar a mayorías.

La ambición de ganar en el centro no es la de ser un partido “centrista”, es la de formar una amplia coalición social de intereses (verdaderamente) comunes. Para hacer políticas sociales -como para hacerlas antisociales- hay que ganar elecciones y sin el centro no se ganan. El partido que las encuestas han dado como ganador entre los ciudadanos de centro ha sido siempre el partido más votado y el que, salvo en 2023, ha formado gobierno. La única excepción parcial es 2019, por la existencia de Ciudadanos, que se presentó como partido “de centro” y atrajo a muchos votantes de esa posición (la mayoría relativa).

Las elecciones de 2019 son solo una aparente excepción, como primeras elecciones que dieron lugar a un gobierno bipartito. La izquierda en su conjunto, PSOE y UP, ganaron en el centro, aunque ninguno lo hizo por separado. Si el PSOE y Ciudadanos hubieran formado gobierno, también habría sido un gobierno ganador en el centro, obviamente. No hay que olvidar, en todo caso, que UP obtuvo buenos resultados mientras hubo votantes de centro -habían sido muchos en 2015/6- que confiaban en Podemos. Si Podemos pudo alguna vez pensar en el “sorpasso”, como se solía decir, fue sobre todo por su entrada en el centro, más que por su movilización de la izquierda. Aunque se hiciera otro relato.

El gráfico 1 muestra la distribución de voto de los ciudadanos definidos como de centro entre los bloques de izquierda y derecha (o de izquierda y centro-izquierda y derecha y centro-derecha), excluyendo los partidos de ámbito autonómico (o no estatal, como se suele decir). La serie comienza en 2018, que es cuando los datos comienzan a ser de frecuencia mensual y llega hasta el presente mes de septiembre.

 

La naciente coalición progresista que había conquistado el centro del espacio político en las elecciones de 2019 lo retuvo hasta, aproximadamente, los decretos del estado de alarma de la pandemia. No lo ha vuelto a recuperar. Desde las victorias electorales de Zapatero la izquierda solo había ganado en el centro, en intención de voto, durante un año, entre verano de 2014 y verano de 2015, coincidiendo con las primeras primarias de Pedro Sánchez, pero lo perdió antes de las inconcluyentes elecciones del mes de diciembre de ese año.

El gráfico 2 es más informativo: muestra la competición en el centro entre el PSOE y el PP. En él se aprecia que en el pasado reciente el PSOE dominaba al PP en el centro mientras concurrían dos factores relacionados entre sí, Ciudadanos mantenía cierta expectativa de voto y Pablo Casado lideraba al Partido Popular. Antes de que Feijoo obtuviese el liderazgo del PP, en marzo de 2022, solo había habido un momento de retroceso socialista en el centro, como resaca de la funesta campaña polarizada (“antifascista”) en las elecciones a la Comunidad Autónoma de Madrid de 2021, que trajeron la victoria holgada de la lista de Ayuso y el descenso del PSOE a la posición de tercera fuerza política.  

Desde 2020 el PSOE no es competitivo en el centro, o lo es solo por incomparecencia del adversario. El equilibrio se sostiene sobre líderes débiles en el PP, algo para lo que la dirección del PSOE parece contar con la colaboración simbiótica de Ayuso, y en la amenaza de Vox. Amenaza para el PP, en primer lugar. Es un equilibrio basado en la polarización como estrategia de competición, más o menos consonante con cierta polarización en la opinión pública, pero bastante autónoma con respecto de ella. Que el PSOE haya ganado al PP hasta ahora en ese juego es una pobre justificación táctica, y una pésima justificación política. El PSOE debería trabajar para que Vox sea un partido muy pequeño y si no es capaz de ganar al PP con un partido extremista pequeño, entonces tiene que cambiar.

A la hora de elegir entre bloques polarizados es probable que la mayoría de la clase media moderada, del centro ideológicamente indiferenciado, tema más al radicalismo de izquierdas que al de derechas. Por eso suele argumentarse que la polarización favorece a la derecha, lo hemos visto en las Comunidades Autónomas. En el conjunto de España, esto se intenta compensar, de momento, con apoyos en el eje territorial, disponibles en el parlamento al margen del eje de izquierda y derecha. Es legítimo intentarlo, pero no se puede gobernar el país sobre ese eje por mucho tiempo; eso lo sabe cualquiera.

El votante que genéricamente conocemos como de centro tiene una identidad ideológica débil y presta atención a cuestiones trasversales, y a la economía. La economía sostiene al gobierno mucho más que sus acrobacias, y cualquiera que conozca las encuestas sabe que Nadia Calviño habría podido ser presidenta del gobierno con una generosa mayoría. El éxito de la socialdemocracia normalmente consiste en incorporar a gran parte esa clase media ideológicamente flexible en su coalición. El centro también representa a muchos trabajadores no organizados ni ideologizados. Se les puede atraer con políticas trasversales y de interés general, como las pensiones, la reforma de los autónomos y la reforma laboral. O con promesas de gestión en cuestiones de interés general: burocracia, vivienda, educación infantil, sanidad… Políticas que en las actuales circunstancias requieren de amplios acuerdos.

Los ciudadanos han querido un parlamento plural y mandan que se llegue a acuerdos entre fuerzas distintas, en eso tiene razón el ministro de la presidencia, pero no sé cuándo han dicho que no se lleguen a acuerdos trasversales con la oposición, más cercana al gobierno en muchas cuestiones de interés general que algunos de los partidos que votaron la investidura. No querremos que nos apliquen esa misma medicina cuando gobiernen. Y los ciudadanos no nos lo van a premiar. Tampoco han dicho que el PSOE no deba intentar rebasar su precaria minoría si quiere gobernar el en futuro. Para ello el PSOE debe volver a buscar los votos del español medio, de esa gente común de la que tanto se habla.

Posible conflicto de intereses: militante del PSOE desde enero de 2012. 

No voy a escribir sobre adónde lleva el PSOE a España, sino que me gustaría poner el foco en el rumbo por el que se lleva a sí mismo. Al fin y al cabo, va a haber un congreso. Los congresos podrían ser lugar para la rendición de cuentas por parte de la ejecutiva, y para la discusión en público y en abierto de las grandes cuestiones. No lo son en España, como se sabe, y no solo en el PSOE, pues están controlados por la dirección de los partidos (los tiempos, la agenda y, en buena medida, la participación...). Lo más probable es que funcionen al revés, que se propicie la “rendición de cuentas” de quienes son críticos con la dirección, si los hay.  En su funcionamiento normal no son un parlamento interno, como nos gustaría a muchos, sino un instrumento de poder. No son un lugar para presentar razones en público, sino para articular generalidades en tono aclamatorio. Con todo, el PSOE es un partido bastante democrático (creo que tanto como es posible con las reglas de juego que se usan en España, que lo incentivan poco), y no se debe dar el debate por perdido.

Como es necesario hacer esto en breve, voy a resumirlo todo refiriéndome no a las políticas sino a la posición ideológica como una gradación entre izquierda y derecha. Es una simplificación bestial, pero sirve para empezar. Así que, en breve: las elecciones se han ganado y se siguen ganando cuando se gana en el centro de la escala (que es donde más gente hay, y donde más gente puede cambiar de uno a otro partido). El PSOE, sin embargo, ha renunciado al centro. Según alguna interpretación, se ha visto obligado, pero yo no lo creo. Como consecuencia, lo previsible es que vuelva a perder las elecciones, pero por un margen mayor que en 2023, y ya no tenga forma de armar un gobierno de todos contra PP y Vox (de momento, por poco, primer y tercer partidos del parlamento), ni aun echando mano de medidas costosas como acuerdos extravagantes o renegando de sus posiciones. En el proceso, es posible que la marca se deteriore -la democracia requiere partidos creíbles y lo más valioso que tiene el PSOE es su nombre e historia- y la recuperación del centro quede postergada por largo tiempo, o se deje pasar y se renuncie a apelar a mayorías.