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¿Y si hablamos alguna vez de políticas públicas (culturales)?

El término política cultural está de moda, pero los debates sobre la política cultural resultan con frecuencia estériles, pues no dejan rastro de mejoras en las prácticas culturales, ni en las políticas de la Administración. Recientemente se ha hablado del fuerte repliegue económico del sector público en el ámbito de la cultura en los años de la crisis pero apenas hemos analizado el también fuerte correctivo que los hogares han aplicado a sus gastos en este ámbito.

Comprender los cambios que se han producido en los patrones de gasto de los hogares españoles puede ofrecernos, de entrada, muchas explicaciones a fenómenos ya acontecidos. Pero, ante todo, nos puede proporcionar una base empírica para el diseño de unas políticas públicas que mejoren el acceso a la cultura. Esto sí sería hacer una política cultural madura y orientada hacia el servicio público, pero sin duda da para menos titulares e impone debates menos excitantes llenos de propuestas más técnicas y grises.

Utilizando como fuente de información la Encuesta de Presupuestos Familiares (Base 2006), nos hemos concentrado en aquellos epígrafes que contienen datos sobre consumo de los hogares en materia cultural. Y, utilizando las series que van desde el año 2007 (previo a la crisis económica) hasta el 2015 (último de los años disponibles), hemos desagregado los datos en función de variables socioeconómicas para analizar si el comportamiento ha sido igual en todos los grupos.

Una fuerte reducción del gasto

Los hogares españoles tal y como se puede apreciar en el gráfico 1, han reducido su gasto global en cultura, independientemente del segmento de ingresos en el que se encuentren salvo en un caso, el grupo de hogares de más bajos ingresos. Si bien entre los años 2014 y 2015 parece contenerse esa caída general, todavía no se aprecia en esta serie una tendencia a la recuperación. No obstante, llama la atención que el gasto agregado en cultura de los hogares con ingresos más bajos, por debajo de los 1000 € mensuales, ha permanecido estable, incluso con un ligero aumento en los peores momentos de la crisis para acabar el periodo estudiado siendo el único que aumenta (un 0´66% respecto a 2007).

 

En términos globales, entre el 2007 y el 2015 se han evaporado 4,839 millones de euros en gasto cultural y, tal y como se aprecia en el gráfico 2, los hogares de clases altas son los que más contribuyen a esa reducción (1.625 millones de euros de reducción) seguidos, de las varias capas de las clases medias.

 

También hemos mirado cómo ha variado el gasto cultural medio de los individuos según el nivel de ingresos del hogar en el que residen (gráfico 3). En este caso los resultados son todavía más reveladores: el ajuste se produce de manera más fuerte en los individuos con mayor poder adquisitivo. Es en esos niveles altos de renta donde los individuos más han reducido su nivel de gasto en cultura y son, por su parte, las personas de los segmentos más desfavorecidos las que menos reducciones en su gasto han hecho.

 

 

Así, de una observación cruzada de los gráficos 1, 2 y 3 nos llama la atención el contradictorio comportamiento del segmento de hogares con ingresos más bajos. Si bien decíamos que había sido un segmento que incluso había aumentado el gasto global en cultura durante los años de la crisis, las personas que se sitúan en él, aisladamente, han reducido su nivel medio de gasto. ¿Qué significa esto? Quizá lo que estos datos nos están indicando, por una parte, es que se está produciendo un ensanchamiento de la base de hogares que se sitúan en ese segmento, de ahí que el volumen global de gasto sea estable o incluso creciente. Y, por otra parte, eso no excluye que los miembros de los hogares de este segmento cada vez gasten menos en cultura. Podemos decir pues que cada vez hay más hogares de ingresos bajos, y que éstos gastan cada vez menos en cultura. Una hipótesis que casa muy bien con lo que ya conocemos sobre la evolución de las rentas en los últimos años. José Fernández-Albertos en estas páginas y Pau Mari Klose en estas otras, dejan claro que, asumiendo que durante la crisis todas las clases perdieron renta, son las clases bajas las que han pagado una mayor factura. Entonces, si esto es así, ¿por qué son las personas con más renta las que más recortan en cultura?

Un patrón de consumo cultural nuevo

No tenemos ningún dato que nos lleve a argumentar que la reducción del gasto cultural de los hogares y las personas con mayores rentas no se deba, en parte, a una bajada de su poder adquisitivo y su consecuente reducción de gastos. Algo de esto puede haber. Sin embargo, nos aventuramos a indicar que, si el recorte ha sido mayor porcentualmente en las personas con rentas más altas, se debe a otro tipo de razones no meramente económicas. Y para alimentar esa sospecha, basta observar el siguiente gráfico.

 

Clarividente: los hogares españoles en estos últimos años sólo han aumentado su consumo en servicios relacionados con internet y lo han reducido drásticamente en aquellas partidas que tenían que ver con las llamadas “industrias culturales”: cine, música, vídeo, fotografía… La revolución digital está dando la vuelta al patrón de consumo cultural de los hogares españoles. Si bien estos cambios son transversales a todos los niveles socioeconómicos, los niveles de mayores rentas son los más expuestos a los mismos por su capacidad de consumo y de adaptación rápida a cambios sociales.

Por tanto, un análisis cruzado de estos datos parece necesario para intentar comprender qué es lo que ha pasado en la sociedad española y por qué se ha dejado de gastar en cultura tanto. La caída de los presupuestos públicos en cultura ha sido importante (-2.381millones de Euros para el conjunto de las Administraciones entre el 2007 y el 2014) pero mucho mayor lo ha sido la reducción del gasto procedente de los presupuestos familiares (4.839 millones de euros entre 2007 y 2015). Por tanto, aparte de poner el acento en la recuperación de los presupuestos públicos, quizá también tiene sentido actuar para incentivar el gasto privado.

Una segunda conclusión, es que trabajar con estos datos nos puede ayudar para fundamentar empíricamente las políticas públicas culturales pues tendremos mejor identificados los objetivos sobre los que intervenir. Sabemos que las rentas más bajas son las que más ayuda necesitan, y que cualquier trasvase de renta hacia estas capas con fines culturales, no sólo tendría efectos redistributivos sino también de mejora de acceso a la cultura. Sabemos también que de manera transversal se está produciendo un cambio en los patrones de consumo cultural y que las clases más pudientes son las que de manera más evidente han dejado de consumir en el viejo patrón sin todavía comenzar a consumir, en la misma medida que antes, en uno nuevo. ¿Estamos ante una disfunción de las industrias culturales nacionales, todavía torpes a la hora de plantear nuevos modelos de consumo cultural que recupere rentas de estas clases? Pues en este caso cualquier plan que contemple y agilice la transformación de las industrias culturales parece reclamarse como urgente.

En todas estas disyuntivas los poderes públicos tienen la posibilidad de actuar para favorecer uno u otro objetivo. Cambiar el foco, a veces, permite identificar mejor los problemas a resolver. Entonces, ¿qué tal si hablamos alguna vez de políticas públicas (culturales)?

El término política cultural está de moda, pero los debates sobre la política cultural resultan con frecuencia estériles, pues no dejan rastro de mejoras en las prácticas culturales, ni en las políticas de la Administración. Recientemente se ha hablado del fuerte repliegue económico del sector público en el ámbito de la cultura en los años de la crisis pero apenas hemos analizado el también fuerte correctivo que los hogares han aplicado a sus gastos en este ámbito.

Comprender los cambios que se han producido en los patrones de gasto de los hogares españoles puede ofrecernos, de entrada, muchas explicaciones a fenómenos ya acontecidos. Pero, ante todo, nos puede proporcionar una base empírica para el diseño de unas políticas públicas que mejoren el acceso a la cultura. Esto sí sería hacer una política cultural madura y orientada hacia el servicio público, pero sin duda da para menos titulares e impone debates menos excitantes llenos de propuestas más técnicas y grises.