A medida que se acerca la cita con las urnas, más se percibe el 26-J como una particular segunda vuelta de los comicios del 20 de diciembre en la que está en juego el desenlace (o no) de la formación del próximo gobierno, el resultado de de la pugna que mantienen el PSOE y Podemos por el liderazgo de la izquierda y la fortaleza de los partidos nacionalistas (especialmente en Cataluña). Pero también resultará determinante cómo quede el pulso en el electorado de centro. Y más en concreto entre los más de 7 millones de votantes que se sitúan en el centroizquierda (aquellos que se posicionan en el 5 de una escala de 1 a 10, donde 1 es extrema izquierda y 10 es extrema derecha). De acuerdo con el barómetro de abril de 2016 del CIS estos votantes son un 21% del electorado y su voto se lo han disputado tradicionalmente socialistas y populares a lo largo de la democracia
En los comicios de diciembre, las cuatro principales fuerzas políticas, PP, PSOE, Ciudadanos y Podemos, se habían marcado como objetivo conseguir apoyos de los electores de centroizquierda. Ahora, en cambio, éstos sólo son un segmento electoral prioritario para el PSOE y Ciudadanos. Para los socialistas, encasillados en los últimos meses en el centro del tablero por la política seguida en las fallidas negociaciones para formar gobierno y con un espacio cada vez más achicado por la competencia de Podemos, los electores de centroizquierda constituyen una especie de tabla de salvación con la que buscan compensar las fugas que, en estos segundos comicios, podrían producirse de sus votantes hacia Unidos Podemos.
Para el PSOE resulta crucial mantenerse como segunda fuerza política al menos en escaños y evitar que la candidatura de Unidos Podemos obtenga más votos que los que consiguieron Podemos e Izquierda Unida por separado el pasado 20 de diciembre (más de 6 millones de papeletas y más de 500.000 de las que logró el PSOE). Por su parte, Ciudadanos, que se proclama como un partido centrista, necesita no ya ampliar, sino retener a los electores de centroizquierda que le dieron su voto para no desinflarse en unos comicios en los que la polarización le puede afectar muy negativamente.
Por el contrario, Podemos ha descontado ya el coste que puede tener en el electorado más moderado su estrategia de erigirse, en coalición con IU, en la marca electoral de los votantes de izquierda desde el cálculo de que sus ganancias por el flanco izquierdo superarán con creces las pérdidas por el centro. Más aún cuando ya desde hace meses esta formación, que llegó en octubre de 2014 y enero de 2015 a ser la preferida, en intención de voto, por los votantes de centroizquierda, ha perdido fuelle en este electorado.
Desde el planteamiento de unas elecciones polarizadas, el PP parece confiado en que, sin ningún esfuerzo de moderación, la apelación al voto útil, con el discurso de que sólo este partido puede frenar la llegada al gobierno de los “radicales”, le resultará efectiva para mantener sus apoyos en este electorado o incluso para recuperar a ex votantes que, desencantados por los casos de corrupción de este partido, optaron por Ciudadanos el pasado 20 de diciembre.
De este modo, ante un contexto político que ha cambiado en los últimos seis meses y ante la puesta en marcha de estrategias electorales diferentes por parte de las principales fuerzas políticas, cabe plantearse de qué forma reaccionarán los electores de centroizquierda.
Primeramente, debemos preguntarnos cuáles fueron las pautas de voto de estos electores en los comicios celebrados el pasado 20 de diciembre. Una pregunta que podemos responder a partir del análisis de la encuesta postelectoral del CIS, que nos ofrece la siguiente panorámica:
- Los votantes de centroizquierda fueron los que en mayor medida se abstuvieron. Si en el conjunto del electorado, un 88,1% (casi 15 puntos porcentuales por encima de la cifra de participación real registrada) declaraba haber acudido a las urnas, en el caso de los votantes de centro izquierda el porcentaje se reducía al 84,9%. Comparado, por ideología, con el resto de electores y excluyendo a los que no se posicionan en la escala ideológica que son los más abstencionistas, los votantes de centroizquierda fueron los que en mayor proporción (8,5% frente a un 6,8% del total del electorado) reconocieron abiertamente no haber ido a votar por no haber querido hacerlo. Entre las razones esgrimidas para la abstención destaca en estos votantes, de forma más acusada que en otros electores, la de no encontrar ninguna opción que les satisfaga y la no de votar como expresión de descontento. Pero esta pauta no es excepcional, sino que, de forma recurrente, los electores de centroizquierda, junto a los que no declaran ideología, son los votantes que muestran mayores actitudes abstencionistas. Algo que puede deberse a la menor identificación partidista que sienten. De hecho, cuando se les plantea la cuestión de por qué votan a un determinado partido, son estos electores los que en menor medida declaran hacerlo con convicción y, en cambio, más lo hacen de forma reactiva (porque se trata de un mal menor).
- Fueron los votantes de centroizquierda los que más indecisos se mostraron sobre el partido al que votar. Una cuarta parte de estos electores reconoció haber dudado entre varios partidos o coaliciones. Y principalmente se debatieron entre optar por el PP o Ciudadanos, el PSOE o Ciudadanos, Ciudadanos o Podemos y el PP o el PSOE.
- Los electores de centroizquierda fueron los que más aplazaron su decisión de voto de forma que más de un tercio de ellos lo decidieron entre la última semana de campaña electoral y el mismo día de las elecciones.
- El partido más votado por el electorado de centroizquierda que acudió a las urnas el pasado 20 de diciembre fue Ciudadanos (24,2%), seguido del PSOE (16%), PP (14,5%) y Podemos (12,9%). Si bien hay que tener en cuenta que un 17% de estos electores prefirió no contestar a la pregunta de a qué partido habían votado.
De cara al 26-J, encontramos que, a partir de los últimos datos disponibles del CIS correspondientes a abril, Ciudadanos continúa siendo la opción preferida de estos votantes (gráfico 1). Y su dirigente, Albert Rivera, es el líder político mejor valorado por este electorado. Si bien, este partido ha sufrido importantes fluctuaciones desde enero, viendo primero reducidos sus apoyos para crecer después en abril, lo que apunta a que la formación naranja no tiene garantizado el apoyo de estos votantes que de por sí son volátiles y resultan difíciles de fidelizar.
Por otro lado, los socialistas siguen ahora potencialmente como el segundo partido que obtendría más apoyos en este electorado. Entre enero y abril, además, el PSOE habría visto incrementados sus apoyos en este grupo. Todo lo contrario de lo que le ha ocurrido en lo últimos meses al PP y a Podemos.
No obstante, hasta la celebración de los comicios, podrían producirse significativos cambios en las preferencias electorales de estos votantes. Principalmente por el efecto que pueda tener la polarización ideológica en el voto. Y, en concreto, los votantes de centroizquierda podrían encontrar menos incentivos que el pasado 20 de diciembre para acudir a las urnas a la luz de la repetición de unas elecciones que parecen dirigirse a los electores más fieles.
El potencial incremento de la abstención del electorado de centroizquierda será el primer desafío al que tendrá que hacer frente el PSOE y Ciudadanos como los partidos orientados a captar el apoyo de estos votantes. El segundo reto para estos dos partidos, que parecen ser ahora los abanderados de las posiciones moderadas y centristas, será evitar que, con la estrategia de polarización ideológica seguida por Podemos y el PP, se active un voto reactivo de forma que la apelación al voto útil que puedan hacer estas dos formaciones surta efectos en aquellos votantes de centroizquierda que acudan a las urnas.
En este sentido, habrá que estar atentos a los movimientos que en las tres próximas semanas se produzcan en la intención de voto de estos electores que se muestran más indecisos y abstencionistas que el conjunto del electorado. La encuesta preelectoral que el CIS publicará próximamente nos dará algunas pistas.
A medida que se acerca la cita con las urnas, más se percibe el 26-J como una particular segunda vuelta de los comicios del 20 de diciembre en la que está en juego el desenlace (o no) de la formación del próximo gobierno, el resultado de de la pugna que mantienen el PSOE y Podemos por el liderazgo de la izquierda y la fortaleza de los partidos nacionalistas (especialmente en Cataluña). Pero también resultará determinante cómo quede el pulso en el electorado de centro. Y más en concreto entre los más de 7 millones de votantes que se sitúan en el centroizquierda (aquellos que se posicionan en el 5 de una escala de 1 a 10, donde 1 es extrema izquierda y 10 es extrema derecha). De acuerdo con el barómetro de abril de 2016 del CIS estos votantes son un 21% del electorado y su voto se lo han disputado tradicionalmente socialistas y populares a lo largo de la democracia
En los comicios de diciembre, las cuatro principales fuerzas políticas, PP, PSOE, Ciudadanos y Podemos, se habían marcado como objetivo conseguir apoyos de los electores de centroizquierda. Ahora, en cambio, éstos sólo son un segmento electoral prioritario para el PSOE y Ciudadanos. Para los socialistas, encasillados en los últimos meses en el centro del tablero por la política seguida en las fallidas negociaciones para formar gobierno y con un espacio cada vez más achicado por la competencia de Podemos, los electores de centroizquierda constituyen una especie de tabla de salvación con la que buscan compensar las fugas que, en estos segundos comicios, podrían producirse de sus votantes hacia Unidos Podemos.