Uno de los méritos hasta ahora poco subrayados sobre el sorprendente resultado de Vox en las elecciones andaluzas es haber roto con dos afirmaciones que parecían inamovibles entre sociólogos, analistas y politólogos. El partido de Santiago Abascal ha quebrado en primer lugar la afirmación según la cual en España no existía espacio político en la derecha para la emergencia de otro partido que no fuera marginal. De acuerdo con esta tesis, el Partido Popular copaba eficientemente todo el espectro de la derecha, lo que una y otra vez taponaría los intentos de una extrema derecha absolutamente grupuscular por salir a la luz pública (piensen en las diversas Falanges o en experimentos como Democracia Nacional, España 2000 o Alianza Nacional).
El proceso de radicalización de Ciudadanos que, según hemos podido observar en los últimos meses, ha provocado un aumento notable de la competencia en la derecha partidista por ganarse a los electores más conservadores y beligerantemente preocupados por la cuestión territorial. Del mismo modo que Podemos y el PSOE copaban el espacio político progresista, el Partido Popular y Ciudadanos saturarían la oferta política de la derecha española. Vox, en consecuencia, no tendría hueco político en el nuevo sistema de partidos español cuatripartito y simétrico. Sin embargo, los resultados de la formación de Santiago Abascal en las elecciones autonómicas andaluzas rompen esta convicción bien asentada entre los especialistas y nos sitúan ante un panorama inesperado y, si me apuran, de marcado carácter contra-intuitivo.
La segunda convicción desbaratada tras los comicios andaluces es la idea según la cual una mayor oferta y competencia en el interior de un mismo campo político disminuye las posibilidades de las formaciones que lo integran de acceder a responsabilidades de poder. Los doce diputados autonómicos de la extrema derecha desmienten los argumentos del “voto útil” que suelen usar los grandes partidos. No se trata de que la concentración del voto en pocos partidos no sea nunca políticamente útil en términos de reparto de escaños; sino que, en ciertas ocasiones (como sin duda la del domingo 2 de diciembre) no ocurre exactamente así. Traspasado cierto umbral de porcentaje de voto, la dispersión de la oferta puede jugar a favor de la constitución de nuevas mayorías. De este modo, la abstención de los sectores progresistas unida a la movilización por parte de Vox de una parte de la sociedad andaluza que no pensaba acudir a votar, aumentó en términos globales de escaños la eficacia del voto conservador. En definitiva, mientras que para el elector progresista votar al PACMA no fue políticamente útil, para el elector conservador elegir la papeleta de Vox maximizó las posibilidades de los partidos de derechas de formar gobierno.
Con ello (y esto reviste importancia para el futuro) la formación de Santiago Abascal puede contrarrestar las llamadas al voto útil que previsiblemente realizarán sus competidores en la serie de comicios que se celebrarán en 2019. El mensaje de Abascal para los próximos meses se estructurará en tres ideas: 1) las derechas suman, 2) en esa operación aritmética Vox es el factor determinante, 3) ante la duda de a qué miembro de esa operación escoger, elijan al original, a quien habla más claro y a quien prometa más contundencia.
Ahora bien: ¿cuáles han sido los puntos centrales del discurso de Vox en esta campaña autonómica? ¿qué elementos retóricos permiten explicar esta movilización inesperada?
Claves discursivas de la estrategia de movilización de Vox
En primer lugar, reviste relevancia el lugar de enunciación que ha escogido Vox para intervenir políticamente en esta campaña. El partido ultraconservador ha buscado imitar la trayectoria y el estilo político de Podemos en 2014. Ha querido hablar desde el lugar desde el que lo hacía Pablo Iglesias en las semanas previas a las elecciones europeas: apelando a la ilusión, a lo pequeño, al sentido común, a las convicciones y a la oposición contra las maquinarias de los grandes partidos y los medios de comunicación más relevantes; en suma, ha tratado de poner palabras a una verdad que estaría ya en la calle pero (aún) no en los parlamentos.
Allí donde Podemos se auto-presentaba “no como un partido, sino como un instrumento en manos de la gente”, Vox se ha definido a sí mismo “no como un partido, sino como un medio al servicio de España”. Del mismo modo que la formación morada quiso ser el reflejo electoral de la España del 15-M, Vox ha buscado afanosamente dar cuerpo político a la España de los balcones. Para hablar, al igual que el primer Podemos, el partido ultraderechista no ha escogido el punto de vista de los extremos políticos, sino de la “extrema necesidad”; esto es, ha querido ejercer como el ventrílocuo político de un país en una situación agónica (en el caso de Podemos por la gestión de la crisis de 2008 y las políticas de austeridad; y en el caso de Vox por el manejo de la crisis territorial abierta por Catalunya). Todos estos paralelismos intencionadamente buscados por los ultraderechistas tenían como objetivo contagiarse del éxito del Podemos inicial.
En segundo lugar, en esta campaña Vox no sólo ha apelado a la épica de lo pequeño, sino también a la épica nacional. Al más puro estilo Trump, la formación de Santiago Abascal y Javier Ortega Smith le ha dicho a los andaluces que, como en otras ocasiones de la historia, podían ser la llave para “hacer España grande otra vez”. Grande, regenerada, viva, nueva, libre de sus demonios (los nacionalismos periféricos y la inmigración, actores diferentes entre sí, pero unidos a la hora de generar inseguridad identitaria entre los españoles). Bajo el eslogan “Andalucía por España” (y con la imagen de un líder político subido a un caballo) Vox ha resucitado la idea de la Reconquista y ha vuelto a traer a la arena política escenas de un pasado imperial glorioso, no tanto en sus detalles, cuanto en su capacidad para evocar la idea de una nación con virtudes suficientes para maravillar al mundo. Una forma de dopar a un nacionalismo español profundamente herido tras los sucesos ocurridos en Catalunya en otoño de 2017, y de presentar en positivo el deseo de revancha de una parte de la derecha sociológica. Así como Podemos se nutrió de la decepción de algunos sectores progresistas de la sociedad española con el llamado “régimen del 78”, Vox ha ahondado en la ruptura mental con el régimen de las autonomías que un fragmento de la derecha española llevaba incubando desde los gobiernos de José Luis Rodríguez Zapatero y que se radicalizó tras el 1 de octubre de 2017.
En tercer lugar, la retórica de Vox ha explorado la posibilidad de concatenar e interpelar diversos miedos y sentimientos de agonía presentes en la sociedad española: la agonía comercial del mundo de la tauromaquia, la angustia de los cazadores que ven que sus hijos no continúan la afición, el pavor de los ciudadanos que viven en entornos rurales a que sus núcleos poblacionales desaparezcan o se conviertan en asilos dispersos por el territorio para personas jubiladas, el temor de algunas personas a que sus familiares resistentes en Catalunya tengan una vida peor, y, por supuesto, el miedo de algunos andaluces a que la inmigración (fundamentalmente musulmana) difumine su modo de vida. Al igual que otros partidos de la ultraderecha europea, Vox se propone como parapeto o muro de contención ante estas angustias. Le dice a una parte del cuerpo electoral: “no se preocupe, yo freno esto”.
En este sentido, la imagen masculinizante (casi de soldados) juega un rol decisivo: permite la identificación con el mito de “los hombres fuertes que ponen orden” y, al mismo tiempo, enlaza con una nueva angustia: la del varón heterosexual extraviado en sus roles de género. Vox ha puesto mucho interés en conectar con la inseguridad identitaria de los hombres perdidos entre las coordenadas de una masculinidad tradicional declinante.
Por último, Vox ha seguido los patrones de la nueva extrema derecha al presentarse como una fuerza liberadora de los tabúes de la sociedad contemporánea. La retórica empleada por Santiago Abascal construye la imagen de un “ciudadano normal” presionado y prisionero de un lenguaje de lo políticamente correcto que le impide “ser él mismo”. De acuerdo con el relato de Vox, ese lenguaje empaquetado, artificial y falso es elaborado por los creadores de opinión de la izquierda que, desde sus atalayas morales, dictan lo que está bien y lo que está mal, lo que se puede decir y lo que no. Por eso el proyecto político de la derecha radical reviste la forma de una empresa liberadora. El voto a Vox sería por tanto paradójicamente un voto a favor de la libertad (piensen en todos los partidos de la ultraderecha europea que portan la palabra “libertad” en sus siglas) y, al mismo tiempo, de la tradición. Una opción electoral, en suma, para que la tradición pueda expresarse libremente-
La puesta en escena de Vox como una fuerza de choque frente a las amenazas identitarias, audaz en lo estratégico y robusta desde el punto de vista axiológico, va a reproducirse previsiblemente en las próximas citas electorales. Confiará en la movilización de una parte de la sociedad española angustiada. Y, en el caso de las elecciones europeas, subrayará la exigencia de una mayor soberanía a Bruselas para, en primer lugar, tratar el conflicto catalán como un asunto puramente doméstico (todas las dudas de Vox respecto a sus alianzas con la derecha euroescéptica tienen que ver con la presencia de partidos que simpatizan con el independentismo catalán en los dos grupos nodriza del euroescepticismo); y, en segundo lugar, blindar las fronteras españolas con Marruecos. En consecuencia, cuanto más se extienda entre la población española la inseguridad existencial-identitaria, cuanto más creíbles resulten las amenazas, más posibilidades tendrá Vox de seguir movilizando una épica de contrapeso. Por muy zafia, antigua o reaccionaria que esta parezca a los ojos del lector progresista.