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Infidelidad en las urnas

La lealtad partidista es una valor a la baja. Ya desde la ruptura del bipartidismo hemos visto cada vez con más frecuencia una mayor predisposición de los votantes a cambiar de partido político elección tras elección. Es cierto que con la llegada de Podemos y Ciudadanos en 2014 la deslealtad a los partidos tradicionales no tenía un significado que fuese más allá de ser el mero reflejo de aquella crisis política, es decir, una consecuencia del cambio en el sistema de partidos. Pero hoy, una vez hemos atravesado un cierto período de estabilidad (ni Podemos ni Ciudadanos acabaron siendo un suflé), el significado de la deslealtad –o promiscuidad– partidista no sólo refleja la existencia de una demanda de representación de intereses diversos, difíciles de articular bajo unas mismas siglas, sino también de una intensa competición entre diferentes organizaciones para concitar el apoyo de los electores y para hacerse con un espacio político propio. Hoy el votante promiscuo es un personaje común en el bestiario de nuestro sistema político.

La forma de definir a un votante promiscuo es bien sencilla: se trata de aquel que decide no casarse con un solo partido, sino más bien votar a uno hoy y a otro mañana. Sí existen varias formas de operacionalizar la existencia o no de un votante de este tipo, básicamente basta con fijar dos elecciones consecutivas en el tiempo para confirmar si el votante se ha mantenido o no fiel a una misma formación. Los problemas aparecen en cuanto hay que decidir qué tipos de elecciones consideramos, por ejemplo, si se tratan o no de elecciones del mismo nivel –local, autonómica, nacional, europeas–; o si, en el uso de encuestas, se considera como una infidelidad prácticamente consumada una intención directa de voto a un partido diferente al que se declara haber votado en el pasado.

En ocasiones las encuestas nos permiten explorar con preguntas sencillas y directas el mismo fenómeno. Este es el caso de los últimos barómetros del CIS en los que se pregunta si el encuestado vota siempre o por lo general al mismo partido, o si por el contrario es de las personas que dependiendo de la conveniencia de cada momento vota por un partido u otro, o directamente no vota.[1] Con estos datos presentaré una breve radiografía del votante promiscuos a pocas semanas de las próximas elecciones generales.[2]

Los datos del CIS indican que dos de cada cinco votantes en España son promiscuos: el 40% de los españoles están dispuestos a cambiar el color de su voto dependiendo de las circunstancias. Esto, como cabe esperar, pone en alerta a las maquinarias electorales de los partidos, pues no se pueden fiar de que su electorado será siempre fiel y, al mismo tiempo, les indica el camino para intentar atraer nuevos votantes.

Gracias a un análisis multivariable sabemos que las principales características individuales asociadas a la promiscuidad en el voto son la edad, el nivel de estudios, la ideología y la preferencia política por nuevos partidos; mientras que no existe una correlación estadísticamente significativa entre la infidelidad partidista y el sexo, el estatus socioeconómico, el tamaño del municipio del lugar de residencia o tener una preferencia política por los partidos tradicionales. El gráfico 1 resume el efecto de cada una de estas variables, indicando si tienen un efecto positivo o negativo (a la derecha o izquierda del 0) y si tienen o no una asociación estadísticamente significativa con la promiscuidad en el voto (este es el caso si los intervalos de confianza –las líneas a los costados de los puntos– no tocan el 0).

Si tomamos como referencia a las personas mayores de 65 años, vemos que los españoles en un tramo de edad entre 25 y 44 años tienen una mayor probabilidad a ser promiscuos, es decir, a decidir sin ataduras a qué partido votar en función de las circunstancia que plantean cada unas de las elecciones. Algo que no sucede entre los muy jóvenes (votantes entre 18 y 25 años) y entre los mayores de 45. La promiscuidad, pues, se concentra en una población que, en gran medida, está entrando al mercado laboral e intentando consolidar su proyecto de vida.

Por otro lado, el análisis de datos indica que existe una especie de de relación lineal entre la infidelidad del voto y los estudios conseguidos. Tomando como referencia a los encuestados sin estudios, vemos que una progresión en el nivel de estudios está asociada a una efecto cada vez mayor sobre la infidelidad del voto. Esta relación (con la excepción del nivel de estudios primarios, que no se diferencia de aquellos que no tienen estudios) es relevante desde el punto estadístico.

Respecto a la ideología, hemos tomado como categoría de referencia el centro, es decir, el 5 de la escala ideológica. Comparando el centro con el resto de segmentos de la escala vemos que existe una relación negativa de todo ellos con la probabilidad de ser un votante promiscuo, lo cual nos indica que aquellos electores que se posicionan a sí mismos en el centro tienen una mayor propensión a ser infieles en las urnas. Por otro lado, si evaluamos la intención directa de voto de los encuestados, observamos que –tomando como referencia a los votantes del Partido Popular– sólo los que declaran una intención de votar a Podemos, Ciudadanos o Vox en las próximas elecciones generales tienen una asociación positiva y estadísticamente significativa con la promiscuidad electoral. La magnitud del efecto es mayor en caso de los votantes de la formación naranja, seguida de los que apoyarán al nuevo partido de extrema derecha y, por último, los votantes de Unidas Podemos. Los votantes del PSOE no se diferencia a los del PP en este sentido, pero sí a los encuestados que podemos catalogar como BAI (lo que dicen que votarán en blanco, se abstendrán o que aún son indecisos).[3]

El gráfico 2 pinta la probabilidad predicha de ser un votante promiscuo para cada uno de los valores de las variables anteriormente mencionadas, con el intervalo de confianza del 95% para cada probabilidad predicha. Vemos que la probabilidad de decidir el voto sin lealtades partidistas es de entre un 40% y 50% para los votantes de entre 25 y 44 años, mientras que apenas ronda el 30% para los muy jóvenes (18-24 años) y los más mayores (>65 años). También vemos que el nivel de estudios a partir de la secundaria implica una probabilidad de ser promiscuo de un 40%, aumentando hasta casi el 50% para aquellos que consiguen estudios superiores. En lo que respecta a la ideología, es el votante de centro el que tiene una probabilidad predicha similar (50%) en contraste con otros segmentos ideológicos; aunque en lo que se refiere a las variable políticas es la intención de voto a Ciudadanos la que mejor predice la promiscuidad electoral. Los que dicen en la encuesta del CIS que votarán a los de Rivera en las próximas elecciones tienen una probabilidad predicha de ser votantes infieles de un 65%. Aunque la promiscuidad, en menor medida, es predecible entre los votantes de Podemos y Vox (cerca del 50% y 60% respectivamente), así como de los BAI.

En definitiva, una parte importante del electorado declara ser infiel en las urnas, pero existe un perfil de votante que reúne una serie de características que hacen de la deslealtad casi un sello de identidad. Se trata de personas en una edad que coincide con su entrada y consolidación en el mercado laboral, con estudios superiores, moderados ideológicamente y que se inclinan por apoyar a nuevos partidos. Su infidelidad, aunque suponga un dolor de cabeza para algunos, resulta ser una herramienta útil para disciplinar la acción de gobierno así como para fortalecer la función de representación. La promiscuidad electoral puede funcionar como un incentivo para que los partidos mejoren su sensibilidad a las demandas del electorado. Bienvenidos sean.

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[1] En el barómetro de febrero de 2019 del CIS, la pregunta (P.38) es concretamente así: “Pensando en las elecciones generales, ¿Ud. es de las personas que votan siempre por el mismo partido, que por lo general suelen votar por el mismo partido o, según lo que más les convenza en ese momento, votan por un partido u otro, o no votan?”

[2] Codificaré como votante promiscuo a los encuestados que en la pregunta del CIS optan por la respuesta votan “según les convenga en cada elección, por un partido u otro, o que no votan”.

[3] No se ha encontrado ningún efecto del sentimiento nacionalista o de la situación económica personal de los entrevistados sobre la probabilidad de ser votante promiscuo (modelo no reportado).

La lealtad partidista es una valor a la baja. Ya desde la ruptura del bipartidismo hemos visto cada vez con más frecuencia una mayor predisposición de los votantes a cambiar de partido político elección tras elección. Es cierto que con la llegada de Podemos y Ciudadanos en 2014 la deslealtad a los partidos tradicionales no tenía un significado que fuese más allá de ser el mero reflejo de aquella crisis política, es decir, una consecuencia del cambio en el sistema de partidos. Pero hoy, una vez hemos atravesado un cierto período de estabilidad (ni Podemos ni Ciudadanos acabaron siendo un suflé), el significado de la deslealtad –o promiscuidad– partidista no sólo refleja la existencia de una demanda de representación de intereses diversos, difíciles de articular bajo unas mismas siglas, sino también de una intensa competición entre diferentes organizaciones para concitar el apoyo de los electores y para hacerse con un espacio político propio. Hoy el votante promiscuo es un personaje común en el bestiario de nuestro sistema político.

La forma de definir a un votante promiscuo es bien sencilla: se trata de aquel que decide no casarse con un solo partido, sino más bien votar a uno hoy y a otro mañana. Sí existen varias formas de operacionalizar la existencia o no de un votante de este tipo, básicamente basta con fijar dos elecciones consecutivas en el tiempo para confirmar si el votante se ha mantenido o no fiel a una misma formación. Los problemas aparecen en cuanto hay que decidir qué tipos de elecciones consideramos, por ejemplo, si se tratan o no de elecciones del mismo nivel –local, autonómica, nacional, europeas–; o si, en el uso de encuestas, se considera como una infidelidad prácticamente consumada una intención directa de voto a un partido diferente al que se declara haber votado en el pasado.