El gobierno acaba de aprobar el anteproyecto de ley de Memoria democrática, y es muy probable que levante ampollas entre sectores de la sociedad española partidarios de no destapar las vergüenzas de algunos de los episodios más conflictivos de nuestro pasado. Las políticas de memoria histórica, según ellos, son proclives a generar más polarización y conflicto. ¿Cuáles son los beneficios de las políticas de justicia transicional como la exhumación de fosas, las comisiones de la verdad, juicios por delitos de lesa humanidad, o la construcción de museos y memoriales? ¿Genera polarización y conflicto hablar de pasados conflictivos, ya sean guerras civiles, dictaduras, masacres, genocidios, o ataques terroristas?
En una investigación reciente, exploramos esta cuestión en Santiago de Chile. El Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, impulsado por el primer gobierno de Michelle Bachelet junto a múltiples organizaciones sociales. El museo, inaugurado el año 2010, explica el golpe militar de Pinochet y la dictadura que siguió, así como todas las violaciones de derechos humanos que se llevaron a cabo durante este oscuro período de la historia chilena. Entre otros materiales, el museo presenta el testimonio de personas que fueron sometidas a torturas por la policía y/o el ejército. El recorrido de tres plantas termina con la explicación del plebiscito de 1988 y la transición a la democracia en Chile. El Museo tiene el objetivo de recordar el pasado, pero también hablar del futuro y promover el respeto de los derechos humanos, como su nombre indica.
Chile, como España, es una sociedad dividida por lo que se refiere al pasado y a las políticas de memoria. Por ello, quisimos estudiar de forma rigurosa cómo afectaba el Museo de la Memoria a la gente que lo visitaba, y cómo estos efectos variaban según las afinidades ideológicas de los individuos. Un posible efecto que podíamos esperar es que el museo polarizara a la gente; por ejemplo, que aquellos que por motivos ideológicos no daban apoyo a políticas de Justicia Transicional fuesen todavía menos favorables a las mismas al terminar la visita al museo, y al revés. La opción alternativa era que el Museo generase cierta reconciliación, y que, por lo tanto, observásemos una cierta aproximación de posiciones alejadas antes de visitarlo.
Para hacer esta evaluación, hicimos un experimento de campo en marzo de 2017 con estudiantes de la Universidad Católica de Chile, todos mayores de edad. Entre los 502 que se prestaron voluntariamente a participar en nuestro estudio, llevamos a un grupo aleatorio a visitar el Museo, y pudimos comparar a quienes visitaron el museo con los que no lo hicieron (esto es, el grupo de control). Los estudiantes respondieron varios cuestionarios: uno antes y otro después de la visita, un tercero una semana después, y algunos más hasta seis meses después de la visita. Con ello pudimos estimar el efecto de la visita en distintas opiniones y actitudes medidas en las encuestas que les hicimos, y pudimos evaluar la duración del efecto.
Encontramos, por un lado, que los estudiantes tenían distintas opiniones del museo según su ideología. Los estudiantes de izquierdas presentaban una visión más favorable que aquellos de derechas, cosa que no es sorprendente. Sin embargo, estas predisposiciones ideológicas no impidieron que la visita al Museo tuviera algunos efectos convergentes en los estudiantes. Principalmente, encontramos que después de la visita, los estudiantes presentaban actitudes más favorables a la democracia y menos a las dictaduras militares. También mostraban más satisfacción con el gobierno que, cuando tuvo lugar el trabajo de campo, lideraba otra vez Michelle Bachelet.
Además, identificamos efectos sobre algunas políticas de justicia transicional. Independientemente de su ideología, aquellos que visitaron el museo eran más favorables a compensar a las víctimas de la dictadura y a que los responsables se disculparan públicamente, pero también a perdonar a los culpables de las violaciones de los derechos humanos. Además, la visita al museo mejoraba la confianza en la Iglesia Católica, especialmente entre los estudiantes de izquierdas, efecto que atribuimos al hecho de que en Chile la Iglesia tuvo un papel activo en ayudar a las víctimas de la dictadura (principalmente, a través de la Vicaría de la Solidaridad).
Así, nuestro estudio en Santiago de Chile sugiere que las políticas de memoria no necesariamente generan polarización y que, a pesar de que antes de ser expuestos a tales políticas los individuos pueden mostrar visiones ideológicamente sesgadas sobre las mismas, después de la exposición (en este caso, la visita al museo), hay cierta convergencia de opiniones, y no lo contrario. En este sentido, las políticas de Justicia Transicional como la construcción de un museo que arroja luz sobre los hechos y recuerda a las víctimas, aunque recupera un pasado incómodo, parece tener efectos a medio y largo plazo que son positivos para la sociedad.
El gobierno acaba de aprobar el anteproyecto de ley de Memoria democrática, y es muy probable que levante ampollas entre sectores de la sociedad española partidarios de no destapar las vergüenzas de algunos de los episodios más conflictivos de nuestro pasado. Las políticas de memoria histórica, según ellos, son proclives a generar más polarización y conflicto. ¿Cuáles son los beneficios de las políticas de justicia transicional como la exhumación de fosas, las comisiones de la verdad, juicios por delitos de lesa humanidad, o la construcción de museos y memoriales? ¿Genera polarización y conflicto hablar de pasados conflictivos, ya sean guerras civiles, dictaduras, masacres, genocidios, o ataques terroristas?
En una investigación reciente, exploramos esta cuestión en Santiago de Chile. El Museo de la Memoria y los Derechos Humanos, impulsado por el primer gobierno de Michelle Bachelet junto a múltiples organizaciones sociales. El museo, inaugurado el año 2010, explica el golpe militar de Pinochet y la dictadura que siguió, así como todas las violaciones de derechos humanos que se llevaron a cabo durante este oscuro período de la historia chilena. Entre otros materiales, el museo presenta el testimonio de personas que fueron sometidas a torturas por la policía y/o el ejército. El recorrido de tres plantas termina con la explicación del plebiscito de 1988 y la transición a la democracia en Chile. El Museo tiene el objetivo de recordar el pasado, pero también hablar del futuro y promover el respeto de los derechos humanos, como su nombre indica.