Antes de que se celebraran las elecciones autonómicas y locales, la atención se centraba en cómo quedaría el pulso entre los partidos tradicionales y las fuerzas emergentes. Después de las elecciones, todas las miradas están puestas en las potenciales coaliciones y pactos para gobernar en un tablero político en el que, como consecuencia de la ausencia de mayorías absolutas y del incremento de la fragmentación política, las opciones están más abiertas que nunca.
De este modo, no es de extrañar que, en estos días de resaca electoral, muchas cuestiones que se consideraban “secundarias” en estos comicios hayan estado ausentes de los debates sobre los resultados electorales. Es, por ejemplo, lo que ha ocurrido con el voto blanco y el voto nulo. Pero en un contexto en el que ha aumentado la oferta política, resulta de gran interés conocer cuántos electores se han decantado por este tipo de voto, tradicionalmente considerado de descontento o enfado.
En principio, cabría esperar que en estos comicios, los votantes, ante la posibilidad de elegir entre un mayor número de candidaturas, se hayan decantado menos por el voto en blanco y el voto nulo como una forma de expresar su malestar o la falta de identificación con las formaciones políticas existentes y sus programas electorales. ¿En qué medida ha sido así?
Si tomamos como base para el análisis las elecciones locales, nos encontramos que en toda España algo más de 370.000 electores introdujeron el pasado 24 de mayo un sobre vacío en las urnas y otros 350.000 invalidaron (asumiendo que lo hicieron de forma voluntaria) su papeleta. Por tanto, un total de unos 720.000 electores optaron por el voto el voto en blanco y el voto nulo. Se trata de una cifra considerable que, equiparada a una candidatura, habría ocupado el quinto puesto como opción política más votada (ver gráfico 1).
No obstante, respecto a las elecciones locales de 2011, se ha producido un importante retroceso de este tipo de voto. Hace cuatro años la suma de los que se decantaron por el voto en blanco y el voto nulo ascendió a más de 970.000 (lo que equivalía a ocupar el cuarto puesto como opción política más votada). Especialmente significativa ha sido la disminución de votos en blanco (en más de 210.000), frente al retroceso de cerca de 37.000 votos nulos (ver gráfico 2).
En porcentaje, los votos en blanco han supuesto en estas elecciones un 1,66% del total de votos emitidos y un 1,54% los votos nulos. En los comicios del 22 de mayo de 2011 se registraron cifras récord tanto de votos en blanco (casi un 2,6%), como de votos nulos (casi un 1,7%). Si comparamos con el resto de los comicios locales que se han celebrado en España desde 1979, observamos que el pasado domingo se ha registrado el porcentaje de votos en blanco más bajo de los últimos veinte años (ver gráfico 3).
Ahora bien, hay grandes diferencias por territorios. Navarra es la comunidad autónoma en la que en las elecciones locales del 24 de mayo se dio un mayor porcentaje (3%) de votos en blanco, mientras que, por el contrario, la Comunidad Valenciana (1,34%) y la Comunidad de Madrid (1,36%) es donde éste ha sido menor. Asimismo, el mayor porcentaje de votos nulos lo encontramos en Castilla-La Mancha (2,57%) y Extremadura (2,54%) y el más bajo en Cataluña (0,98%). Por otro lado, no en todas las Comunidades el porcentaje de votos en blanco ha sido más alto que el de votos nulos. De hecho, en nueve comunidades (Canarias, Cantabria, Castilla-La Mancha, Castilla y León, Extremadura, Galicia, Murcia, La Rioja y Comunidad Valenciana) los votos nulos han superado a los votos en blanco (ver cuadro 1).
Volviendo al cómputo global, una posible explicación del descenso de este tipo de voto respecto a los comicios de 2011 es la menor participación registrada. Sin embargo, la disminución de la participación ha sido muy ligera: de poco más de un punto. Por ello, y dado que ha aumentado en estos comicios el porcentaje de voto a candidaturas (97% frente al 96% de 2011) en unas elecciones en las que ha disminuido la participación, todo parece indicar que muchos de los que pudieron optar por el voto en blanco y el voto nulo hace cuatro años, en esta ocasión han votado a un partido. Algo que se podrá comprobar y sobre lo que se podrá profundizar en las encuestas postelectorales que el CIS dé a conocer próximamente.
En todo caso, resulta llamativo que las principales fuerzas políticas no hayan destacado como un aspecto positivo el significativo descenso del número de votos en blanco y nulos que se ha producido en estos comicios locales. Y es que, ante una oferta de candidaturas más amplia y variada, parece que, al menos a corto plazo, ha aumentado el número de votantes que se han sentido atraídos por las propuestas de una fuerza política, frente a la opción del voto en blanco y del voto nulo como expresión de descontento y de “orfandad política”.
Antes de que se celebraran las elecciones autonómicas y locales, la atención se centraba en cómo quedaría el pulso entre los partidos tradicionales y las fuerzas emergentes. Después de las elecciones, todas las miradas están puestas en las potenciales coaliciones y pactos para gobernar en un tablero político en el que, como consecuencia de la ausencia de mayorías absolutas y del incremento de la fragmentación política, las opciones están más abiertas que nunca.
De este modo, no es de extrañar que, en estos días de resaca electoral, muchas cuestiones que se consideraban “secundarias” en estos comicios hayan estado ausentes de los debates sobre los resultados electorales. Es, por ejemplo, lo que ha ocurrido con el voto blanco y el voto nulo. Pero en un contexto en el que ha aumentado la oferta política, resulta de gran interés conocer cuántos electores se han decantado por este tipo de voto, tradicionalmente considerado de descontento o enfado.