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Cuatro motivos por los que muchas personas no ven la pobreza

23 de marzo de 2022 22:31 h

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El negacionismo de las inequidades económicas tradicionalmente se había centrado en cuestionar la oportunidad de mitigar la desigualdad, no en negar la existencia de pobreza y la necesidad de hacerle frente. La negación de la magnitud de la pobreza o de su relevancia supone una novedad preocupante para la calidad y el tono del debate público. En esta entrada hablaré de cuatro razones (la lista no es exhaustiva) por las que puede que se esté minimizando la importancia de este tema recientemente.

Razón 1: Pensar que no puede ser pobre quien tiene trabajo remunerado

En contra de lo que nuestra primera intuición pueda llevarnos a pensar, en nuestro país tener trabajo no siempre garantiza un mínimo de bienestar material. España tiene una proporción extraordinaria de trabajadores pobres: el 11,8% de las personas con trabajo tenía, en 2020, el último año para el que disponemos de datos consolidados, ingresos disponibles por debajo del umbral que convencionalmente se establece para delimitar el riesgo de pobreza. Esta cifra no responde a la situación excepcional que se vivió con el inicio de la pandemia; en los años anteriores los porcentajes eran similares, incluso algo superiores. Por supuesto que en este grupo abundarán otras características que correlacionan de manera independiente con el riesgo de pobreza (como la estructura del hogar, el número de horas trabajadas o el tipo de trabajo que se desempeña), pero incluso en ese caso no deja de ser llamativa la magnitud del fenómeno. La evidencia disponible apunta a que se han diversificado en España los correlatos del riesgo de pobreza y que los factores tradicionalmente protectores (tener un nivel educativo alto, contar con dos salarios en el hogar, estar empleado) no funcionan como se esperaría (un resumen sobre esta cuestión puede encontrarse en mi capítulo sobre desigualdad social en el Oxford Handbook of Spanish Politics). Mientras en otros contextos los debates académicos y políticos empiezan a plantear si sería posible ir transitando hacia sociedades que trabajen menos horas, en España, si no se plantean soluciones eficaces para mitigar la pobreza laboral con medidas predistributivas o redistributivas, esta aspiración parece ser aún bastante lejana.

Razón 2: No llamar a las cosas por su nombre

El debate sobre desigualdad económica y pobreza se apoya en un corpus teórico y técnico relativamente complejo y da la impresión de que los matices que se manejan en la literatura especializada no siempre encuentran un buen reflejo en el debate público. Si bien en el lenguaje popular parece evidente que el término pobreza remite simplemente a la escasez de recursos, el debate académico es mucho más rico en conceptos, indicadores y metodologías. No son lo mismo pobreza, privación y exclusión social; no es lo mismo la pobreza absoluta (la imposibilidad de cubrir necesidades básicas), que no suele ser objeto frecuente de análisis en las sociedades ricas, que la pobreza relativa, que incorpora una referencia a la sociedad concreta en la que tiene lugar (con un umbral que, por lo tanto, no es fijo y que depende de cómo se distribuyen en la población los recursos económicos que se estén analizando). La privación, material y no material, es otro indicador con entidad propia que en ocasiones se confunde con la pobreza. Aunque lógicamente existan relaciones entre todos los conceptos, es crucial mantener el rigor en su uso y en la especificación de sus posibles implicaciones. Algunas medidas identificarán más personas o colectivos con dificultades que otras y no siempre se ofrece el sustrato técnico suficiente, digerido para un público no experto, para ponerlas en contexto con otras que tal vez den lugar a conclusiones algo o muy diferentes. El uso transparente de varias medidas complementarias y sus posibles implicaciones minimiza el riesgo de que se entienda que se elige la que más conviene al argumento –tenga éste como objetivo enfatizar la importancia de la pobreza o por el contrario minimizar su importancia en nuestra sociedad.

Razón 3: Homofilia y cohesión social

La homofilia es la propensión a relacionarse, en mayor medida de la que correspondería si las interacciones tuvieran lugar de manera aleatoria, con personas muy similares a uno mismo en características como la edad, el nivel educativo, las preferencias ideológicas o el origen social. Incluso en las sociedades crecientemente diversas en las que vivimos, tendemos a rodearnos de y relacionamos con gente muy similar a nosotros. Estas preferencias individuales, muchas veces implícitas, propiciadas por múltiples obstáculos estructurales que dificultan la mezcla, dan lugar, en el nivel agregado, a pautas bien conocidas en el análisis sociológico como la segregación residencial, la segregación escolar, la desafección de las clases medias de los servicios público o la aparición de cámaras de eco en las redes sociales. Por ejemplo, en un interesante estudio Cáceres Delpiano y coautores aprovechan la asignación aleatoria a zonas distintas de España que tenía lugar cuando la mayoría de jóvenes realizaba el servicio militar para analizar los cambios en la identidad nacional; en el artículo se señala la importancia del contacto entre diferentes, aunque hay múltiples análisis que apuntan a similares conclusiones en otros ámbitos. Cuando se tienen pocas oportunidades para interactuar en el día a día con personas distintas a nosotros, la empatía y la cohesión social se resienten.

Razón 4: Una percepción errónea sobre la propia posición social

En España una proporción sustancial de los ciudadanos no es capaz de (auto)ubicarse correctamente en la distribución de la renta, es decir, desconoce cómo de altos o bajos son sus propios ingresos en comparación con los del resto de la población. Las personas que ocupan los tramos más bajos de la distribución de la renta suelen situarse, cuando se les pregunta (incluso en entornos experimentales), más arriba de donde realmente están, mientras los ricos se ubican mucho más abajo de lo que en realidad les correspondería. Esta tendencia la hemos documentado José Antonio Noguera, Luis Miller y yo en un estudio sobre preferencias sobre fiscalidad que se basa en un diseño experimental y cuyos resultados se publicarán muy pronto (¡seguiremos informando!). Tenemos, pues, indudables dificultades para situarnos en los extremos de la distribución. Cuando analizamos la clase social subjetiva, la percibida, muchos ciudadanos también parecen evitar los extremos; tanto la clase trabajadora como la clase alta tienen cierta tendencia a pensarse desproporcionadamente como clase media y hay dificultades añadidas para valorar las posibilidades de ascender socialmente (por ejemplo, en este estudio de Antonio Jaime e Ildefonso Marqués). Sería importante conocer de dónde proceden estos sesgos –hay quien ve relación con la homogeneización de los estilos de vida en las sociedades de consumo o con la progresiva extensión de la educación obligatoria, pero por supuesto hay hipótesis alternativas. En cualquier caso, las consecuencias adversas de esta percepción errónea son evidentes. Este error de cálculo puede hacer que las personas con pocos recursos perciban de manera poco realista, subestimen, su necesidad de protección social. Entre las personas con una posición socioeconómica holgada, puede debilitarse el compromiso redistributivo y verse comprometida la aceptación de obligaciones fiscales ya que se percibe que hay hueco “por arriba” para asumir una mayor presión fiscal.

La pobreza es uno de los muchos temas en los que no se ha conseguido aún salvar totalmente la distancia entre el conocimiento experto y la praxis política. Los datos son los que son, aunque su comprensión mejoraría si se ofrecieran todos los matices que permite el conocimiento experto. Ignorar estos datos solamente contribuye a reforzar las cámaras de resonancia en las que partidos políticos, gestores de lo público, analistas y ciudadanos ya habitan, y por lo tanto no hacen sino polarizar aún más los discursos y dificultar la búsqueda de consensos para afrontar este reto y otros de similar gravedad.

El negacionismo de las inequidades económicas tradicionalmente se había centrado en cuestionar la oportunidad de mitigar la desigualdad, no en negar la existencia de pobreza y la necesidad de hacerle frente. La negación de la magnitud de la pobreza o de su relevancia supone una novedad preocupante para la calidad y el tono del debate público. En esta entrada hablaré de cuatro razones (la lista no es exhaustiva) por las que puede que se esté minimizando la importancia de este tema recientemente.

Razón 1: Pensar que no puede ser pobre quien tiene trabajo remunerado