Una de las cosas que más llaman la atención al analizar los efectos que la actual crisis económica está teniendo en España en comparación con el resto de sociedades europeas es la relativa ausencia de conflicto político en torno a la inmigración en nuestro país. Con algunas excepciones muy menores, el discurso contra la inmigración está prácticamente ausente en las contiendas electorales. Y no es (sólo) mérito de los partidos. Es la propia sociedad la que, tanto en época de bonanza como en crisis, no ha visto la inmigración como un problema o, en todo caso, de una dimensión mucho menor que en la mayoría de nuestros vecinos europeos. En el último Eurobarómetro publicado, la inmigración es vista como uno de los dos principales problemas del país para un 25% de los británicos, un 21% de los daneses, y un 19% de los alemanes (un 13% para el conjunto de ciudadanos de la UE). En España, la inmigración es uno de los dos principales problemas sólo para el 6% de los encuestados. Basta pasearse por el Reino Unido, Italia, Francia u Holanda para escuchar, tanto en la calle como en las campañas de algunos partidos políticos, discursos y proclamas contrarias a la inmigración que aquí, en un contexto económico objetivamente mucho más duro, resultarían casi inconcebibles.
El gráfico 1 usa datos de la Encuesta Social Europea de 2012 para mostrar esta “excepcionalidad española”. En primer lugar, se ve con claridad que hay una relación entre la percepción media de la situación económica del país y el sentimiento medio sobre el impacto que la inmigración tiene en la economía. Pero esa relación no es perfecta: hay países donde la inmigración es percibida más negativamente de lo que correspondería dada la evaluación de la situación económica (los países por debajo de la línea de regresión, como Bélgica o Gran Bretaña) y países en los que la percepción de la inmigración es mucho mejor de lo que correspondería a su situación económica. España está claramente entre estos últimos. De hecho, España es, detrás sólo de Islandia, el país donde la visión media de la inmigración es más positiva, una vez descontado el efecto de la situación económica.
Gráfico 1. Relación entre percpeción de la situación económica y del impacto de la inmigración en la economía (medias nacionales). Fuente: Encuesta Social Europea 2012.
¿A qué se debe esta feliz excepcionalidad española? Existen muchas posibles explicaciones: quizás es que nuestra inmigración es muy reciente, quizá tenga que ver con que procede en su mayoría de países culturalmente “cercanos”. O quizá es el hecho de que España tiene una historia no muy lejana de emigración (que ahora estamos recuperando), lo que haría que nuestra sociedad empatizara de manera más natural con este fenómeno.
Querría aquí sin embargo proponer una explicación menos cultural y más económica, que tiene que ver con nuestros peculiares mercado de trabajo y Estado del bienestar. Vaya por delante que esto es poco más que una conjetura, que la evidencia que aquí muestro es sólo ilustrativa, y que sin duda sería ingenuo pensar que un fenómeno tan complejo como este tiene una única causa.
En primer lugar, conviene recordar una de nuestras especificidades nacionales: nuestro mercado de trabajo, excepcionalmente segmentado entre trabajadores indefinidos y trabajadores precarios y temporales. No es ningún secreto que esta dualidad en el mercado de trabajo castiga particularmente a algunos grupos más que a otros, ni que entre los grupos más castigados (esto es, que acaban más concentrados en la precariedad) están los inmigrantes. Los trabajadores precarios no sólo disfrutan de peores condiciones de trabajo, sino que además sufren mucho más los costes de ajuste en periodos de crisis, al ser para las empresas más fácil deshacerse de ellos que de los demás. La excepcional segmentación laboral española podría explicar por qué los inmigrantes compiten sólo de manera limitada con los trabajadores nativos en el mercado de trabajo, y esto a su vez haría que no fueran percibidos por estos últimos como una “amenaza” que presiona a la baja sus sueldos y sus condiciones laborales. Dicho de otra forma, como los inmigrantes participan desproporcionalmente en un segmento relativamente diferenciado del mercado de trabajo y cuya existencia sirve de colchón para los trabajadores nativos mejor protegidos, éstos podrían estar tolerando mejor su presencia que en otros países donde la competición laboral entre nativos e inmigrantes fuera más evidente.
Junto a la dualidad en el mercado de trabajo, otra bien conocida peculiaridad española es que tenemos un Estado del bienestar especialmente poco redistributivo. En términos comparados, y contra lo que se dice, a quien nuestro Estado trata particularmente mal no es a las clases medias, sino a los grupos más desfavorecidos. Así, después de la intervención del Estado en forma de impuestos y transferencias, en España apenas logramos reducir las diferencias de ingresos entre ricos y pobres (o, desde luego, lo hacemos en mucho menor medida que en la mayor parte de los países de nuestro entorno). Para los inmigrantes esto tiene una implicación muy clara: tienen un Estado que, si bien les garantiza servicios básicos de sanidad y educación, no protege sus bajos y erráticos ingresos. El resultado es que, a diferencia de otros países, los inmigrantes en España apenas son percibidos por los nativos como un lastre fiscal para el Estado. No es seguramente casualidad que muchos de los nuevos movimientos políticos contrarios a la inmigración hayan emergido en entornos, como Escandinavia, donde los Estados del bienestar son particularmente generosos con los sectores económicamente más vulnerables.
El gráfico 2 propone una forma muy preliminar de comprobar la validez de este argumento. Tomando datos de nuevo de la Encuesta Social Europea de 2012, el gráfico muestra la relación entre la percepción media en cada país del grado de redistribución que logra el Estado (en qué medida la ciudadanía cree que la intervención pública logra reducir las diferencias de ingresos entre ricos y pobres, en el eje horizontal), y la correlación a nivel individual en cada país entre la percepción de la situación económica y la opinión respecto del impacto de la inmigración sobre la economía (en el eje vertical). Explico con detalle cómo interpretar esta posición en el eje vertical: los países en la parte alta del gráfico son países en los que la opinión de los individuos sobre la inmigración está muy ligada a su evaluación de la situación económica (los que peor juzgan el estado de la economía peor tienden a ver la contribución que hacen los inmigrantes a la economía), mientras que los países en la parte inferior del gráfico, como España, son países en los que la opinión sobre la inmigración apenas tiene relación con la evaluación que el individuo hace de la situación económica.
Gráfico 2. Relación entre percepción del papel redistribuidor del Estado y la correlación dentro de cada país entre percpeción de la situación económica y opinión sobre la inmigración. Fuente: Encuesta Social Europea 2012.
El gráfico muestra que, aunque sin duda imperfecta, sí podría existir una cierta relación entre estos dos fenómenos: cuanto peor se juzga el papel del Estado igualando los ingresos entre ricos y pobres, más débil es la relación entre evaluación de la situación económica y percepción negativa de la inmigración. Simplificando, cuando el Estado redistribuye más, los encuestados parecería que tienden más a vincular a la inmigración con el deterioro del estado de la economía; cuando el Estado no redistribuye, la opinión sobre la inmigración de los individuos es independiente de su percepción sobre la situación económica. Volviendo a la caso español (que también es el de nuestro vecino Portugal), esto sugeriría que es gracias a que tenemos un Estado del bienestar muy poco redistributivo por lo que los sentimientos anti-inmigración no han aumentado a pesar del deterioro brutal de la situación económica.
Insisto: que nadie tome estos resultados como definitivos. Son sólo fruto de una (creo que algo informada) especulación teórica sobre las causas de la variación en el grado de tolerancia hacia la inmigración en las sociedades europeas. Estas conjeturas teóricas habrá que contrastarlas mejor, y seguro que habrá que tener en cuenta el papel de otros factores tanto o más importantes como los señalados aquí en la explicación de esta saludable “excepcionalidad española”. Pero si algo de verdad hay en esto que propongo, la conclusión es bastante triste: al menos parte de la explicación de por qué nuestra sociedad ha tolerado tan bien a los inmigrantes es porque tenemos un mercado de trabajo y un estado del bienestar que ya se han encargado de penalizarlos. Ojala me convenzan de que estoy equivocado.
Una de las cosas que más llaman la atención al analizar los efectos que la actual crisis económica está teniendo en España en comparación con el resto de sociedades europeas es la relativa ausencia de conflicto político en torno a la inmigración en nuestro país. Con algunas excepciones muy menores, el discurso contra la inmigración está prácticamente ausente en las contiendas electorales. Y no es (sólo) mérito de los partidos. Es la propia sociedad la que, tanto en época de bonanza como en crisis, no ha visto la inmigración como un problema o, en todo caso, de una dimensión mucho menor que en la mayoría de nuestros vecinos europeos. En el último Eurobarómetro publicado, la inmigración es vista como uno de los dos principales problemas del país para un 25% de los británicos, un 21% de los daneses, y un 19% de los alemanes (un 13% para el conjunto de ciudadanos de la UE). En España, la inmigración es uno de los dos principales problemas sólo para el 6% de los encuestados. Basta pasearse por el Reino Unido, Italia, Francia u Holanda para escuchar, tanto en la calle como en las campañas de algunos partidos políticos, discursos y proclamas contrarias a la inmigración que aquí, en un contexto económico objetivamente mucho más duro, resultarían casi inconcebibles.
El gráfico 1 usa datos de la Encuesta Social Europea de 2012 para mostrar esta “excepcionalidad española”. En primer lugar, se ve con claridad que hay una relación entre la percepción media de la situación económica del país y el sentimiento medio sobre el impacto que la inmigración tiene en la economía. Pero esa relación no es perfecta: hay países donde la inmigración es percibida más negativamente de lo que correspondería dada la evaluación de la situación económica (los países por debajo de la línea de regresión, como Bélgica o Gran Bretaña) y países en los que la percepción de la inmigración es mucho mejor de lo que correspondería a su situación económica. España está claramente entre estos últimos. De hecho, España es, detrás sólo de Islandia, el país donde la visión media de la inmigración es más positiva, una vez descontado el efecto de la situación económica.