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Diez reflexiones para evitar el adanismo (y otros males) al hablar de inmigración

A lo largo de este verano hemos leído y hablado mucho sobre inmigración. Muchos veranos sucede. Y en todos ellos observamos una tendencia al tipo de exceso discursivo que simplifica el problema sin hacer justicia a los matices. Estos excesos también existen en otros ámbitos de debate, aunque quizás en este alcanza cotas desconocidas. Nos gustaría en este post plantear diez reflexiones que buscan –sin pretensiones- matizar y ganar profundidad y favorecer un debate ágil en el que no se sacrifique la rigurosidad.

  1. No al maximalismo

Se puede tener posiciones extremas al hablar de inmigración (desde ¡inmigración cero! a ¡fronteras abiertas!). Faltaría más. Pero en esta materia, el maximalismo nos conduce a simplificaciones ideológicas y a hablar desde los sentimientos, con el riesgo de pecar de excesos que van desde el odio y el miedo a lo desconocido a la ingenuidadpaternalista, blanca, eurocéntrica y plagada de culpabilidad postcolonial.

El debate sobre la inmigración es más productivo cuando se aleja del maximalismo y se centra en cómo gestionar este fenómeno. Se puede defender posiciones más o menos restrictivas en lo que respecta a la inmigración económica, aceptar flujos de mayor o menor intensidad, tolerar en distinta medida la irregularidad o incluso seleccionar a quienes cruzan nuestra frontera. Cabe la discrepancia. Lo imprescindible es dar respuestas concretas que nos posicionen ante estos retos.

Lo relevante en el debate público es cómo se gestionan las migraciones y tienen poco valor añadido, por no decir ninguno, las emociones que despiertan en cada uno.

  1. ¿Inmigración cero?

En un extremo del maximalismo, se sitúan quienes se declaran anti-inmigración y consideran factible alcanzar el objetivo de inmigración cero. Solamente para aquellos países que carecen de la mínima capacidad de atracción, este podría ser un objetivo viable. Pero sería una ‘victoria’ pírrica, pues no resultaría de una política de inmigración-cero si no de la no comparecencia de candidatos a cruzar la frontera. Es más, en este modelo el atractivo está en el exterior. Así, en Corea del Norte (con nula presión inmigratoria), la salida no autorizada se considera traición. Al pensar en este y otros casos similares, se evidencia lo absurdo de este tipo de maximalismo. Para cualquier otro país que tenga una mínima capacidad de atracción (turismo, comercio con el exterior, etc.) las fronteras nunca delimitan compartimentos estanco. Las fronteras herméticas son el unicornio de colores de las políticas de inmigración.

  1. ¿Fronteras abiertas?

En el otro extremo del maximalismo está el discurso sin matices de ‘fronteras abiertas’. A diferencia del anterior, este es practicable. De hecho, no es extraño encontrar alguna variante de fronteras abiertas entre países que son más o menos homogéneos en sus niveles de bienestar y el reconocimiento de derechos. Este es, por ejemplo el caso del Espacio Schengen o ECOWAS en África Occidental.

La movilidad de personas entre territorios muy diferentes en sus niveles de bienestar y derechos sin intervención de las autoridades, genera además de dudas sobre la sostenibilidad de los sistemas, vulnerabilidad, aunque parezca contraintuitivo. Por ejemplo, las personas que cruzan fronteras con intención de trabajar sin ser identificadas como sujeto de derechos están expuestas a todo tipo de explotación. Los menores invisibles para la administración pueden no tener acceso a la educación. Para muchas mujeres, la protección ante la trata y la explotación sexual puede incluso ser más difícil.

La falta de matices puede explicar por qué el discurso de fronteras abiertas sin más se reclama desde voces tan distintas como cierta progresía pretendidamente filantrópica y el ultraliberalismo empresarial.

  1. La inmigración no es siempre buena o mala económicamente

Otro tipo de maximalismo se centra en los efectos de la inmigración en las sociedades de acogida. Centrar el debate en si la inmigración es buena o mala económicamente es otro lugar común en el debate público sobre inmigración. El impacto económico de la inmigración puede ser cambiante en el corto, medio y largo plazo y, en términos más generales, depende de la estructura social y productiva de cada sociedad y de la composición de los flujos migratorios. Si bien es cierto que la mayoría de los estudios no detectan un impacto negativo de la inmigración sobre la riqueza de los países, el efecto de ciertos flujos sobre la desigualdad puede no ser el deseable. Un ejemplo, el aumento de la oferta de mano de obra en aquellos nichos del mercado de trabajo menos regulados, puede empeorar las condiciones de todos los trabajadores independientemente de su país de nacimiento.

Existe también cierto maximalismo a la hora de hablar de los efectos de la emigración en origen (brain drain, brain gain, brain waste, entre otros), aunque nuestro ensimismamiento nos aísle frecuentemente de ellos.

En estos terrenos, el debate público debería ser más sensible a lo que digan los estudios más rigurosos y los mejores datos. Hacerlo es imprescindible para diseñar las mejores políticas públicas.

  1. La gestión de la inmigración es una política pública

Pocas veces se piensa en estos términos, pero la política de inmigración es una política pública con relevancia transversal para otros aspectos organizativos de la sociedad. Las administraciones públicas no deben tener un papel subsidiario y condicionado al que desempeñen otros actores. Como cualquier política pública, la de inmigración necesita definir objetivos e instrumentos, y la participación de otros actores es importante en tanto que no se diluyan las responsabilidades públicas. Las administraciones, como garantes de derechos, no deberían externalizar la protección de los mismos. En los estados sociales de derecho, lo deseable es regular y garantizar servicios públicos como por ejemplo la educación o el salvamento marítimo, sin dejarlos en manos de terceros de forma arbitraria y sin rendición de cuentas.

  1. Hay espacio de maniobra hasta el límite de los DDHH

El margen de maniobra para la gestión de la inmigración, y sus instrumentos, es elevadísimo aunque los escasos cambios producidos en las últimas décadas puedan sugerir lo contrario. En nuestro contexto, el único límite está en los Derechos Humanos, que deben respetarse independientemente de la nacionalidad de los sujetos. El derecho humanitario que forma parte de nuestros ordenamientos jurídicos entiende que la migración por razones humanitarias no puede ser sometida a restricciones y que cuenta un nivel de protección específico. El debate sobre los contenidos de la figura del refugio es lícito (por ejemplo, ¿cabe incorporar a los refugiados medio ambientales?), pero desechar los compromisos internacionales es una cuestión totalmente distinta que atacaría la piedra angular de nuestro sistema de derechos y libertades.

  1. ¿Responsabilidad o culpa comunitaria?

Mucho se ha hablado sobre el papel de la Unión Europea en la crisis humanitaria que vivimos desde hace años en las fronteras europeas. La Unión, en abstracto, ha sido acusada de dejadez, inacción, insensibilidad e incluso de mirar hacia otro lado. Sin embargo, es importante recordar que hasta el momento los estados (y los gobiernos que los europeos han votado) han decidido que la inmigración sea competencia nacional, y que la Comisión tenga muy poco margen de acción. Debe saberse que no existe aún una política común de inmigración que vaya más allá de ciertos esfuerzos intergubernamentales. Y, repetimos, esto es así por voluntad de gobiernos que hemos votado. Lo deseable sería que en adelante los debates electorales fueran más claros sobre la posición de los partidos a la hora de transferir competencias de inmigración, fronteras y asilo a Bruselas.

  1. La política de inmigración no es una política de seguridad

Las políticas de inmigración no pueden estar solo centradas en el control de las fronteras. La inmigración es un fenómeno social de largo recorrido que culmina con la incorporación de las personas migrantes en sus sociedades de acogida. Gestionar la inmigración desde la frontera es una política pública miope, que ignora sus efectos de largo plazo, e indeseable en tanto que construye la inmigración como una amenaza. La gestión de la inmigración ni empieza, ni acaba, en la frontera.

  1. La política de inmigración no es una política de cooperación

La política de cooperación es otra política pública que debe estar diseñada con arreglo a fines propios (como los Objetivos de Desarrollo Sostenible de Naciones Unidas) y con sus propias herramientas. Pero en algún momento, y contra la evidencia disponible, algunos responsables políticos han considerado que el desarrollo de un país implica una reducción de sus flujos migratorios de salida. Pensar que los flujos migratorios se pueden ‘controlar’ desde la cooperación al desarrollo solo puede llevar a una mala política de cooperación y a una mala política de inmigración.

10. La inmigración trae diversidad, pero no toda la diversidad viene de la inmigración

Las sociedades contemporáneas son cada vez más diversas. Normalizar esta diversidad y gestionarla es un mandato de salud democrática para luchar contra el odio y las desigualdades. Todas las fuentes de diversidad son importantes y todas tienen su recorrido histórico. La forma en la que se gestiona la inmigración es también la forma en la que gestionamos la diversidad.

El debate sensato, sereno y sin estridencias es imprescindible para confrontar al populismo xenófobo que se alimenta de mentiras y medias verdades, tanto como cualquier discurso que ataque la diversidad ya sea desde el clasismo, el machismo, la homofobia, y cualquier otra fobia que dificulte la convivencia.

CODA: Estas diez reflexiones buscan mejorar la discusión pública sobre inmigración. Celebramos que este debate haya, por fin, salido de los foros más especializados; aunque haya sido por las razones menos deseables y venga acompañado de cierto adanismo. La lista no es, ni pretende ser, exhaustiva. Hemos recogido ciertos aspectos que consideramos peor tratados en un debate público que, creemos, se ha perdido en el cortoplacismo. La inmigración es una realidad llena de matices y de largo recorrido que se merece un nivel de debate que huya del maximalismo y de los lugares comunes.

A lo largo de este verano hemos leído y hablado mucho sobre inmigración. Muchos veranos sucede. Y en todos ellos observamos una tendencia al tipo de exceso discursivo que simplifica el problema sin hacer justicia a los matices. Estos excesos también existen en otros ámbitos de debate, aunque quizás en este alcanza cotas desconocidas. Nos gustaría en este post plantear diez reflexiones que buscan –sin pretensiones- matizar y ganar profundidad y favorecer un debate ágil en el que no se sacrifique la rigurosidad.

  1. No al maximalismo