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La revuelta antiestablishment en las dos Europas

Uno de los grandes titulares de las elecciones europeas del pasado mayo es el varapalo a PP y PSOE. Por primera vez desde la Transición, los dos partidos más votados en España no alcanzan el 50% de los votos. Gran parte de los análisis han explicado esta caída en clave nacional y han incidido en la desconexión de estos dos partidos con lo que han sido sus electorados en los últimos 20 años. Sin negar que estas conclusiones me parecen acertadas, creo que, en realidad, estamos viviendo un proceso de mayor alcance. Si ampliamos el foco, lo que estamos experimentando es un proceso común a toda Europa: una crisis de representación y una reacción anti-establishment.

La mayoría de los partidos que protagonizan los gobiernos en la Unión Europea están en horas bajas, como los socialistas franceses, los populares holandeses, los moderados suecos, entre otros. Lo más llamativo es que, al igual que en España, estos votos que huyen de los partidos gobernantes no están yendo necesariamente a los partidos principales de la oposición. Se da la coincidencia de que, en muchos casos, estos eran los partidos que gobernaban al inicio de la crisis.

Desde mi punto de vista, esto es reflejo de una profunda crisis de representación que es común a toda Europa. Un sector cada vez más grande de los ciudadanos percibe que los partidos tradicionales no dan cauce a sus demandas y preferencias. Esto está produciendo una revolución antiestablishment muy heterogénea, manifestada en opciones políticas muy distintas, de izquierda, derecha, o inclasificables.

¿Existe, no obstante, algún patrón en esta reacción antiestablishment? Aquí me gustaría apuntar uno, a falta de un análisis más detallado. Mientras que la crisis de representación se manifiesta en los países que económicamente están mejor con un aumento de los apoyos a la derecha radical, en los países más afectados por la crisis el efecto es el contrario, aumentando del voto de izquierda alternativa.

Lo podemos ver en los dos siguientes gráficos. El primero es básicamente una reproducción del publicado por el profesor Alexandre Afonso (King’s College) en su excelente blog. Como se puede comprobar, la relación entre apoyos electorales a la derecha radical y la tasa de paro es negativa. La relación no es muy fuerte, pero indica un patrón. Partidos como el UKIP británico, el Frente Nacional francés, el Partido Popular danés, o el Partido por la Libertad holandés han sido particularmente exitosos en países donde la crisis, en términos relativos, se ha vivido con menor intensidad o se ha salido de ella antes (Francia es tal vez la excepción).

Una explicación plausible, como apunta Afonso, es que ante las incertidumbres económicas, estos partidos son exitosos en contextos donde los ciudadanos tienen todavía algo que perder. La amenaza de la crisis produce una reacción hacia dentro y un viraje proteccionista. Esto supone un replanteamiento de la Unión Europea en clave “primero, los de casa”. Europa es percibida como un proyecto en el que los países ricos tienen que compartir parte de su bienestar con los menos ricos para mantener la Unión (ya sea mediante el rescate de países o la libertad de circulación de trabajadores, por ejemplo).

La realidad es que, aunque haya partidos de ultraderecha con buenos resultados, sus votantes no son necesariamente de ultraderecha. El Frente Nacional francés obtiene votos en graneros tradicionales de la izquierda socialista. Igualmente, los profesores Robert Ford y Mathew Goodwin muestran en su libro Revolt on the Right que una parte muy importante de los votantes de UKIP son exvotantes laboristas que consideran que ese partido ya no defiende sus intereses.

La respuesta a la crisis de representación, sin embargo, ha sido totalmente distinta en los países donde la crisis ha tenido mayor impacto. La reacción antiestablishment es diametralmente distinta y se traduce en un viraje electoral hacia la izquierda alternativa. El gráfico 2 muestra la relación entre la tasa de paro y el voto a partidos que pertenecen al Partido de la Izquierda Europea o que anunciaron en campaña que apoyarían a Alexis Tsipras como presidente de la Comisión Europea. La relación es mucho más fuerte que en el gráfico anterior (la correlación es de 0,66) e indica un patrón mucho más evidente.

No es casualidad que los cinco países donde más votos ha obtenido la izquierda alternativa son los cinco países más afectados por la crisis y donde ha habido algún tipo de intervención de la Unión Europea (Grecia, Portugal, Irlanda, Chipre y España). En este caso, el replanteamiento no es tanto a la Unión Europea como proyecto colectivo, sino a las políticas que emanan de compartir el proyecto (en particular, aquellas dirigidas a salir de la crisis), y las restricciones que supone en las políticas nacionales.

¿Qué consecuencias puede tener esto en clave europea? Como decía anteriormente, la primera es que los partidos que tradicionalmente han pilotado el proyecto europeo han perdido parte del control. Es obvio que todavía son claramente mayoritarios, pero la desafección frente a estos no es un fenómeno exclusivamente español.

Por otro lado, la divergencia en los electorados europeos implica que la visión y expectativas de la Unión Europea están hoy menos cohesionadas. La Europa de acreedores y de deudores se manifiesta también en términos electorales y plantea dudas de hasta qué punto la Unión Europea será capaz de encontrar soluciones a sus problemas. No solo porque haya más proyectos distintos representados en el Parlamente Europeo, sino porque además es previsible que tenga consecuencias sobre las posiciones de los partidos que tradicionalmente han mantenido el consenso europeo.

Dos ejemplos. En España, el ascenso de Izquierda Unida y la irrupción de Podemos presumiblemente tendrá un impacto en las políticas que propondrá el PSOE. Por otro lado, en Reino Unido la pujanza de UKIP ya está teniendo efectos en las posiciones del Partido Conservador que incluso niega al Parlamento Europeo la legitimidad para elegir al Presidente de la Comisión. Con electorados en direcciones diferentes, es menos posible que la Unión Europea sea un proyecto compartido. Y esto pone en tela de juicio su capacidad de aportar soluciones y que se puedan alcanzar acuerdos globalmente beneficiosos en cuestiones como la unión fiscal, impuestos europeos, los objetivos del BCE o cómo actuar la próxima vez que un Estado miembro tenga una crisis de deuda.

Uno de los grandes titulares de las elecciones europeas del pasado mayo es el varapalo a PP y PSOE. Por primera vez desde la Transición, los dos partidos más votados en España no alcanzan el 50% de los votos. Gran parte de los análisis han explicado esta caída en clave nacional y han incidido en la desconexión de estos dos partidos con lo que han sido sus electorados en los últimos 20 años. Sin negar que estas conclusiones me parecen acertadas, creo que, en realidad, estamos viviendo un proceso de mayor alcance. Si ampliamos el foco, lo que estamos experimentando es un proceso común a toda Europa: una crisis de representación y una reacción anti-establishment.

La mayoría de los partidos que protagonizan los gobiernos en la Unión Europea están en horas bajas, como los socialistas franceses, los populares holandeses, los moderados suecos, entre otros. Lo más llamativo es que, al igual que en España, estos votos que huyen de los partidos gobernantes no están yendo necesariamente a los partidos principales de la oposición. Se da la coincidencia de que, en muchos casos, estos eran los partidos que gobernaban al inicio de la crisis.