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El absurdo cambia de bando

En este blog se cree mucho en la rotación, de modo que nuestra jefa de turno, Amparo González, me dijo hace unos días que, también por turno, me tocaba a mí escribir hoy. Disculpen que acuda al metarrelato, no es que me guste, pero es que me he quedado sin artículo. Pensaba titularlo algo parecido a “cosas que seguirán siendo ciertas”, y hacer una enumeración de hechos con los que contar para una futura negociación política sobre la cuestión catalana.  Mis opiniones básicas apenas han cambiado hoy, pero avanza el día y ya no estoy seguro de los hechos, de modo que me toca apresurarme a opinar, por lo que pueda valer.

El referéndum podría y debería haber pasado como otra consulta informal, como el 9N, y aún más irregular. En lugar de eso, como sabemos, se ha tratado como si fuera un desorden y se ha provocado uno muy grave. Yo no sé si será cierto que el mundo está indignado, pero seguro que estarán perplejos ante la suma torpeza de las autoridades.  A quienes siguen hablando de quién empezó todo, o de los escritos de los jueces, debemos recordarles que el tiempo de enfrentarse al referéndum con puros silogismos lo han dejado pasar, por desgracia, y que una vez que se quiebra la paz y se ha perdido la cara, resulta inútil, tras el desastre en términos de consecuencias, intentar vindicar la actuación policial en términos legales.  Yo con los silogismos me manejo más o menos bien, pero no sería capaz de gobernar. Y los que ocupan el poder da la impresión de que tampoco.

En cualquier caso, la perplejidad lógica más importante es esta: si lo de ayer no era un referéndum (y en eso era fácil poner de acuerdo a la gran mayoría, participantes incluidos), entonces ¿por qué tenían que actuar la fuerza pública como lo ha hecho? El gobierno de La Moncloa ha convertido lo que para muchos podría tomarse como una burla y un desafío a la democracia en una reivindicación democrática expresada como desobediencia civil.  Nos guste o no, no veo cómo evitar esta verdad.

La estrategia de prevenir el referéndum como si fuera la emboscada a una diligencia ya estaba resultando fatal para la imagen del gobierno y para la causa de la unidad antes del domingo. El gobierno no quiso entender que, de poder ganar algo, sería la batalla por el descrédito de la votación, no la de impedirla, especialmente en el punto más sensible y con mayor capacidad simbólica, el de la gente común haciendo cola ante un colegio. Después de haber tenido lo primero casi ganado, el gobierno se ha desmoronado en pocas horas ante la opinión pública en Cataluña, y buena parte del resto de España. Ningún gobierno puede soportar una ruina así.

En el mes de julio, la última vez que lo preguntó el CEO, no había una mayoría a favor de este particular tipo de consulta, pero el apoyo era, desde otro punto de vista, masivo: el 48% se mostraba de acuerdo con celebrar un referéndum sin aprobación del gobierno. Al igual que el apoyo a la independencia, era vastísimo, pero lejos de ser “la voz de un pueblo”. Es posible que ese apoyo incluso decayera algo en los meses siguientes, dada la manera en la que procedieron las fuerzas independentistas en el Parlament, no lo sabemos, pero también parece bastante seguro que el gobierno central, ya antes del día de autos, elevó la simpatía por la consulta. Punto más o menos, se trata de una fracción gigantesca de catalanes, con los que se podía argumentar que no eran mayoría suficiente, plantear una negociación… En lugar de eso se les ha dado la calle, donde son casi imparables. Solo me lo explico en alguien a quien le da todo lo mismo.

En pocas palabras: contra un supuesto referéndum de exaltación nacional al amparo de las más dudosas de las leyes y en el que, tal vez, el 40% de los catalanes pueden llegar a participar, se puede argumentar con eficacia y hasta se le puede dejar pasar, pero no se le puede reprimir.  El ridículo ha cambiado con ello de bando. 

Sigue siendo cierto que el “pueblo” catalán no es un actor político unido, como no lo es el pueblo español, y la polarización no es inevitable.  Sin embargo, los sucesos del uno de octubre, posiblemente, hayan producido cambios críticos. Seguirá siendo cierto que cuando los nacionalistas hablan en nombre del pueblo de Cataluña los no nacionalistas encuentran algunas razones para agobiarse, pero ahora habrá cosas que podrán decir en nombre de la inmensa mayoría de los catalanes y que será duro escuchar.

La única esperanza del gobierno supongo que es que se declare la independencia unilateralmente o algún disparate parecido. La única esperanza de los que quisiéramos que esta crisis se solucione en paz y con un acuerdo constitucional justo y con garantías para todos es que suceda un milagro, se vayan y aparezcan líderes nuevos y mejores.

En este blog se cree mucho en la rotación, de modo que nuestra jefa de turno, Amparo González, me dijo hace unos días que, también por turno, me tocaba a mí escribir hoy. Disculpen que acuda al metarrelato, no es que me guste, pero es que me he quedado sin artículo. Pensaba titularlo algo parecido a “cosas que seguirán siendo ciertas”, y hacer una enumeración de hechos con los que contar para una futura negociación política sobre la cuestión catalana.  Mis opiniones básicas apenas han cambiado hoy, pero avanza el día y ya no estoy seguro de los hechos, de modo que me toca apresurarme a opinar, por lo que pueda valer.

El referéndum podría y debería haber pasado como otra consulta informal, como el 9N, y aún más irregular. En lugar de eso, como sabemos, se ha tratado como si fuera un desorden y se ha provocado uno muy grave. Yo no sé si será cierto que el mundo está indignado, pero seguro que estarán perplejos ante la suma torpeza de las autoridades.  A quienes siguen hablando de quién empezó todo, o de los escritos de los jueces, debemos recordarles que el tiempo de enfrentarse al referéndum con puros silogismos lo han dejado pasar, por desgracia, y que una vez que se quiebra la paz y se ha perdido la cara, resulta inútil, tras el desastre en términos de consecuencias, intentar vindicar la actuación policial en términos legales.  Yo con los silogismos me manejo más o menos bien, pero no sería capaz de gobernar. Y los que ocupan el poder da la impresión de que tampoco.