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El sistema electoral y la destrucción creadora (de partidos)

El escenario

Nunca ha habido un partido con más votos que IU en 1996 (el 10,6%)* pero menos que AP en 1986 (25,7%). Un trecho de quince puntos, la tierra de nadie que separa el éxito electoral del estatuto de minoría y, se diría, del fracaso. Si las elecciones se celebrasen ahora Podemos y Ciudadanos ocuparían ese espacio (posiblemente el PSOE y/o el PP también).

Si lo segundo no se quiere conceder como fracaso, el sistema electoral así lo entiende de todos modos. Hasta ahora solo ha habido tres tipos de partidos en el parlamento español: los grandes y sobre-representados por el sistema electoral (UCD, PSOE, AP, PP), los pequeños e infra-representados por el sistema (PCE, PSP, UCD, CDS, AP, IU, UPyD) y los partidos territoriales (unos sobre y otros infra).

Ha habido dos saltos, uno en cada dirección: UCD y AP. También ha habido varias extinciones, pero nadie ha puesto un pie en la barrera. Como ninguno ha estado ahí, no podemos saberlo seguro, pero la teoría y algunos datos nos dicen que un partido empezaría a notar cómo se afloja la presión del sistema electoral a partir del 12-13% de los votos, y podría empezar a alcanzar una representación proporcional a su volumen de votos a partir del 17%, o poco más.

El gráfico 1 muestra el “perfil de proporcionalidad” de nuestro sistema electoral, excluyendo a las minorías territoriales e incluyendo solo a los partidos que alguna vez han obtenido representación en el Congreso. El eje horizontal representa el tamaño electoral de los partidos y el eje vertical su tasa de ventaja, definida como la ratio entre la proporción de escaños y de votos (la unidad representa la representación proporcional, valores superiores indican ventaja electoral recibida por el sistema, y valores inferiores lo contrario). (1)

Gráfico 1. Perfil de proporcionalidad del sistema electoral español 1976-2011 (solo candidaturas que se presentan en toda España).

Fuente: Elaboración propia.

Los partidos minoritarios se han asomado a la arista donde los huraños dicen que comienza el electoralismo, donde hay que sumar y seguir o fracasar en el intento, pero no han pasado de ahí. Esa pureza tiene su público, pero por definición no es tanto. Y no es tan insensible a los incentivos que puedan presentarse para formar una alternativa.

El drama

El sistema electoral español, tan necesitado de enmiendas en varias cosas, tiene la propiedad, para mí virtuosa, de no hacer la vida fácil a las organizaciones políticas que pudieran contemplar la tentación de acomodarse sobre una fracción limitada del electorado. Salvo que se trate de una minoría concentrada en un territorio, y en ese caso no hay sistema electoral que valga, toda minoría tiene un fuerte incentivo para crecer electoralmente pues, de lo contrario, le aguarda una infra-representación más bien severa.

Bueno, toda no. Se ve que también se puede vivir con pocos diputados, sobre todo si eres uno de ellos. Y se puede consolidar la organización con cargos electos (y designados) en el nivel municipal y autonómico, donde las reglas de representación son mucho menos restrictivas. De ahí que, mal que bien, nuestras minorías no territoriales hayan ido aguantando el tipo. Especialmente PCE/IU, con nosotros desde la transición. UPyD es joven, y será la tercera minoría de centro que se disgrega, si, como parece, ese es su rumbo.

Es difícil que estos partidos acomodados al estatus de minorías permanentes resistan ante la competición de rivales directos con más ambición. Los partidos desaparecen, tanto más fácilmente cuanto más responde el sistema electoral a los cambios en la orientación del voto. El nuestro responde bastante. Los votantes tienen incentivos para coordinarse en torno a candidaturas que resulten viables, y los políticos suelen anticiparse a esos incentivos coordinándose ellos mismos. Lo estamos viendo. Los nuevos entrantes, tanto Podemos como Ciudadanos, con unas perspectivas iniciales modestas, intentaron lo que entonces parecían sendas racionales alianzas con IU y UPyD. Los líderes de estos últimos lo rechazaron. Tal vez hayan sido irracionales, o tal vez hayan actuado basados en expectativas equivocadas. En ambos casos sus posiciones rezumaban cierta satisfacción con el statu quo (el “somos necesarios” de Rosa Díez, pero “no muletas”, es decir, simplemente queremos estar donde estamos; el rechazo a la “desideologización” de IU que según Alberto Garzón habría implicado aceptar a Iglesias en unas primarias para las europeas, no digamos el de Cayo Lara…).

Los gráficos 2 y 3 son elocuentes: muestran la evolución del voto de las minorías, debidamente emparejadas, en todas (o casi todas) las encuestas que se han publicado en esta legislatura. La crisis política, o simplemente la crisis, ofrecía una oportunidad a partidos competitivos que se enfrentasen al PSOE y al PP. Si las encuestas son correctas, tanto UPyD como IU rozaron con su intención de voto, en el arco de la legislatura, la barrera electoral que les permitiría salir de eso que los libros de autoayuda llaman la zona de confort, pero no salieron, y están siendo sustituidos. Cuando el partido debía estar en sazón, Lluis Orriols escribía esta pieza sobre el tímido avance de IU que era premonitoria.

La secuencia temporal es, además, la peor posible, pues se enfrentan a la pérdida de su representación local y territorial en primer lugar, cuando es esa representación la que sostiene a los partidos tanto o más que sus grupos parlamentarios en el Congreso. Cuando Rosa Díez les pide a los suyos que se esperen a perder las elecciones locales antes de decidir qué hacer en cuanto a liderazgo y alianzas está diciendo algo verdaderamente desconcertante. Pero así tiene que ser la famosa destrucción creadora que Schumpeter celebraba en la competencia; tiene que ser un poco sorprendente.

Gráfico 2. Evolución de la intención de voto de IU y Podemos en las encuestas publicadas durante la legislatura

Fuente: Elaboración propia

Gráfico 3. Evolución de la intención de voto de UPyD y Ciudadanos en las encuestas publicadas durante la legislatura

Fuente: Elaboración propia

Cuatro partidos salen a ganar en estas elecciones. Los amigos del electoralismo, eso que hace que los políticos propongan y hagan cosas por nosotros para lograr nuestros votos, estamos de enhorabuena.

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(*) Fe de error: como nos advierte un atento lector, el PCE obtuvo el 10,8% de los votos en 1979. El texto debería sustituir a IU en 1996 por el PCE como límite superior de las minorías.

(1) La segunda barrera en el gráfico 1 -16,7%- son los votos suficientes para obtener un escaño en un distrito de cinco, la circunscripción mediana, lo que permite competir por al menos el 82% de los escaños del Congreso (286 escaños se asignan en circunscripciones de cinco o más escaños). Son además los votos mínimos o necesarios para entrar, si hay suerte, en una de cuatro escaños y competición tripartita (lo que da acceso a 322 de los 350 escaños). La primera barrera es el umbral de votos suficientes para la circunscripción media: un 12,5% garantiza la representación en un distrito de siete escaños. Un partido con ese tamaño es competitivo en tal vez 200 de los 350 escaños del Congreso, teniendo en cuenta de que dicho umbral puede dar acceso a algún distrito de seis escaños si hay al menos tres partidos compitiendo.(Estos temas se desarrollan en este texto que publiqué junto con el añorado Salvador Santiuste).

El escenario

Nunca ha habido un partido con más votos que IU en 1996 (el 10,6%)* pero menos que AP en 1986 (25,7%). Un trecho de quince puntos, la tierra de nadie que separa el éxito electoral del estatuto de minoría y, se diría, del fracaso. Si las elecciones se celebrasen ahora Podemos y Ciudadanos ocuparían ese espacio (posiblemente el PSOE y/o el PP también).