En tiempos de bipartidismo (imperfecto) el sistema electoral parecía encauzar el comportamiento de los votantes (y de los líderes de los partidos y de los potenciales startups electorales) de una manera bastante efectiva. Aparte del nutrido contingente de minorías territoriales, los llamados “panes”, o partidos de implantación no estatal, de los que hoy no vamos a ocuparnos, en estas lides solo había dos tipos de peces, los grandes y los muy pequeños. Antes de 2015 nadie había sacado más que el PCE en 1979 (10,8%) pero menos que AP en 1986 (26%). De hecho, por debajo de cierto nivel ningún partido había aguantado más de dos guantazos electorales -salvo el PCE/IU, naturalmente- y todos desaparecían del mapa (PSP, UN, UCD, CDS, UPyD…) a la tercera como mucho; y salvo AP, que a la tercera saltó el umbral de rentabilidad. Pasado ese umbral uno cambiaba de liga: entraba en la de gobernar, y esa era cosa de dos. [1]
El gráfico 1 presenta el perfil de proporcionalidad del sistema electoral entre 1977 y 2011. El eje vertical es la ratio entre la fracción de escaños y de votos o “tasa de ventaja” de cada partido. La línea de ventaja igual a uno indica la proporcionalidad perfecta, por encima hay ventaja y por debajo desventaja. Una métrica interesante, pero difícil de obtener, de un sistema electoral es su “umbral de rentabilidad”, mencionado más arriba (breakeven point en el inglés de los autores que idearon estos gráficos) [2] En los sistemas proporcionales el umbral de rentabilidad es bajo (puede ser el 5% o menos) y pasado ese umbral el perfil es plano, los partidos apenas obtienen ventajas por encima de la unidad. En los sistemas mayoritarios el umbral es alto (puede ser del 25% o más) y pasado ese umbral la ventaja normalmente se eleva bien claramente por encima de la unidad. La línea discontinua es solo una aproximación, una ayuda visual. Aunque no había datos para corroborarlo, antes de 2015 la distribución de los resultados en España hacía esperar que el umbral de rentabilidad estuviera más allá del 20% de los votos.
Gráfico 1. Perfil de proporcionalidad del sistema electoral 1977-2016
En 2015 y en 2016 empezaron a gotear resultados en ese tramo antes desconocido de partidos medianos y, según las encuestas, en 2019 continuará moteándose el mapa por esa parte. Ahora empezamos a saber qué aspecto tiene la tierra media. El gráfico 2 representa los resultados de las cuatro o cinco candidaturas nacionales (agrupando a Podemos con sus confluencias) en 2015 y 2016, además de los pronósticos de escaños según cinco encuestas publicadas ayer (Metroscopia, 40db, Gad3, Sigma2 y Celeste Tel). Para la asignación de escaños a partir de esas encuestas no me he servido de la ofrecida por los encuestadores mismos -cada uno lo hace a su manera, y no la conocemos- sino que la he llevado a cabo en todos los casos por un mismo método, utilizando una estupenda herramienta pública: el simulador de Politbot que está hecho de una forma bastante confiable y transparente [3]
Gráfico 2. Perfil de proporcionalidad: 2015. 2016 y cinco sondeos para el 2019 (ver texto)
No sabemos cuál será el resultado en votos y en escaños de cada partido, pero hay cuatro hechos que conviene destacar, dos nuevos y dos viejos.
Lo primero es que el umbral de rentabilidad se ha reducido, o tal vez siempre fue menor de lo que parecía. En promedio parece que un partido podría saltarlo con menos del 20% de los votos. El sistema electoral parece ser así más proporcional ahora que antes.
Lo segundo es que dos partidos más van a aguantar al menos los tres guantazos (aunque dos fueron muy seguidos y tal vez cuenten como uno). Tanto Ciudadanos como Unidas Podemos quedarán por debajo del umbral de rentabilidad por tercera vez y tendrán que seguir bregando. Han estado más cerca que nadie, y soñar con el rebase es inevitable. UP lo rozó en 2015/6 y C’s parece que lo va a rozar ahora.
En tercer lugar, aunque más proporcional que antaño, el sistema electoral sigue poniéndoselo muy empinado a los terceros, cuartos o quintos. Lo malo para estos es que se encuentran en una pendiente escurridiza, de las que si no te agarras la caída en escaños puede ser acelerada. Creo que esto contribuye bastante a que se pelee muy duramente por el voto en esa región del electorado.
Por último, aunque más proporcional que antes, el sistema sigue sesgado hacia la derecha. No es igual de sencillo obtener ventaja para unos partidos que para otros, con independencia del tamaño. Si los cinco partidos empatasen en votos, la distribución de escaños según el simulador de Politbot sería UP: 57; PSOE: 65 C’s: 60 PP: 71; VOX: 66. El sesgo tiene un sentido claro. Si se toman dos partidos y se comparan con dos partidos cualesquiera a su derecha, la coalición de la derecha tiene más escaños, con el mismo número de votos. Si se comparan los partidos de uno en uno, de 10 emparejamientos posibles el que está a la derecha gana en ocho (salvo PSOE>C’s y PP>VOX) con los mismos votos. El más beneficiado es el PP y el más perjudicado es UP, que obtendría 13 escaños menos con los mismos votos. Este sesgo no es desproporcionalidad ni efecto bipartidista, sino favorecer a unos votantes (sobre todo, los del interior menos poblado) frente a otros (sobre todo, los de la periferia y los de Madrid).
Gráfico 3. Perfil de proporcionalidad del sistema electoral español 1977-2016 más sondeos para 2019.
El gráfico 3 presenta la combinación. Es como si el goteo hiciera ver la estructura antes oculta del sistema electoral. De momento solo tenemos encuestas, cuando vayamos teniendo resultados podremos completar finalmente esa imagen de cómo se trasladan votos en escaños en España, para los partidos de implantación nacional, con mucha competencia en la zona media. El mapa parece indicar que hay bastante incertidumbre, que el método de reparto no es muy determinista, pues con los mismos resultados unos partidos obtienen ventajas mayores que otros.
Pero el gráfico oculta una historia, y es que esas diferencias son sistemáticas, tienen naturaleza territorial y color político. Es por eso, y no porque sea poco proporcional o favorezca la agregación de minorías, que bien puede verse como virtud, por lo que cabe esperar que, tras el guantazo, la reforma electoral vuelva a la mesa. Pero no para implantar ocurrencias como cambiar la fórmula o segar ramas periféricas del Congreso inventando una cláusula de exclusión parlamentaria (que, contra lo que dicen algunos, no se conoce en Europa sin una salvaguarda para las minorías territoriales, precisamente a las que se quiere desalojar del hemiciclo de la representación nacional). Se deberá revisar para nivelar el tablero. Y no sigo, porque ya sería hablar solo de mi libro.
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[1] En este blog y al final de aquellos tiempos a esto ya lo habíamos llamado destrucción creadora y nos preguntábamos cómo funcionaría el sistema de reparto en el futuro .
[2] Taagepera y Shugart. 1989. Seats and Votes.
[3] Aplican en cada circunscripción un “trasvase proporcional” en función de cuál fue el resultado agregado pasado, cuál es el predicho por la encuesta (o por el dato que supongamos que va a resultar en las elecciones) y cuál es la relación entre el total y el parcial de la circunscripción. Para el caso de Vox suponen un trasvase de todos los partidos de los que se alimenta, ponderado de acuerdo con lo que reflejan las encuestas.
En tiempos de bipartidismo (imperfecto) el sistema electoral parecía encauzar el comportamiento de los votantes (y de los líderes de los partidos y de los potenciales startups electorales) de una manera bastante efectiva. Aparte del nutrido contingente de minorías territoriales, los llamados “panes”, o partidos de implantación no estatal, de los que hoy no vamos a ocuparnos, en estas lides solo había dos tipos de peces, los grandes y los muy pequeños. Antes de 2015 nadie había sacado más que el PCE en 1979 (10,8%) pero menos que AP en 1986 (26%). De hecho, por debajo de cierto nivel ningún partido había aguantado más de dos guantazos electorales -salvo el PCE/IU, naturalmente- y todos desaparecían del mapa (PSP, UN, UCD, CDS, UPyD…) a la tercera como mucho; y salvo AP, que a la tercera saltó el umbral de rentabilidad. Pasado ese umbral uno cambiaba de liga: entraba en la de gobernar, y esa era cosa de dos. [1]
El gráfico 1 presenta el perfil de proporcionalidad del sistema electoral entre 1977 y 2011. El eje vertical es la ratio entre la fracción de escaños y de votos o “tasa de ventaja” de cada partido. La línea de ventaja igual a uno indica la proporcionalidad perfecta, por encima hay ventaja y por debajo desventaja. Una métrica interesante, pero difícil de obtener, de un sistema electoral es su “umbral de rentabilidad”, mencionado más arriba (breakeven point en el inglés de los autores que idearon estos gráficos) [2] En los sistemas proporcionales el umbral de rentabilidad es bajo (puede ser el 5% o menos) y pasado ese umbral el perfil es plano, los partidos apenas obtienen ventajas por encima de la unidad. En los sistemas mayoritarios el umbral es alto (puede ser del 25% o más) y pasado ese umbral la ventaja normalmente se eleva bien claramente por encima de la unidad. La línea discontinua es solo una aproximación, una ayuda visual. Aunque no había datos para corroborarlo, antes de 2015 la distribución de los resultados en España hacía esperar que el umbral de rentabilidad estuviera más allá del 20% de los votos.