El próximo mayo tendremos elecciones autonómicas en España. En un sistema como el nuestro, en el que hay diferentes niveles de gobierno, es posible que las ramas regionales o locales de partidos que compiten en el ámbito estatal choquen con las directrices marcadas desde la dirección nacional. Así, ocurre que los políticos regionales, si quieren tener éxito en las elecciones autonómicas, pueden encontrar incentivos en desviarse de la acción de su partido a nivel nacional, buscando acercar su propuesta al votante de su región. Sin embargo, los ciudadanos prefieren partidos que den una imagen cohesionada y que presenten un discurso coherente. Si una rama regional de un partido se distancia demasiado de la acción política de su organización a nivel nacional, puede ocurrir que los votantes desconfíen. Por ello, los posibles desacuerdos entre las élites de un partido suelen resolverse o taparse sin que se llegue a una ruptura.
En el ámbito autonómico se necesita muchas veces del apoyo de la dirección nacional, no sólo para cuestiones económicas, también de imagen. En estos días y según se vaya acercando mayo veremos a los líderes nacionales visitando las distintas comunidades autónomas para apoyar a los candidatos regionales de su partido. Esto implica que incluso los más díscolos suelen rebajar el nivel de enfrentamiento con la dirección estatal para poder aprovechar el tirón de la marca. De este modo, no es raro que sea justo en periodo pre-electoral cuando los políticos anuncian sus reconciliaciones ya que las guerras abiertas pueden afectar a las perspectivas electorales. Además, los candidatos regionales que busquen repetir en las siguientes elecciones suelen necesitar del beneplácito de la élite nacional que, en muchos casos, es también quien los nomina.
En Europa la selección de líderes políticos a través de procesos en los que deciden los militantes son un fenómeno reciente. Tanto es así que hay autores que hablan del “jardín secreto de la política” para referirse a la selección de las élites de los partidos. Las razones que llevaron a los partidos a hacer los procesos de toma de decisiones más participativos son, por un lado, el intento de hacer la pertenencia a un partido más atractiva al contar más con la opinión de sus miembros y, por otro, frenar la erosión de la confianza de los ciudadanos. Sin embargo, sabemos que las primarias sirvieron en ocasiones como la manera de resolver un enfrentamiento entre facciones del partido, siendo, quizás, el caso más sonado el del actual presidente del gobierno, Pedro Sánchez, cuya victoria en las primarias frente a Susana Díaz se entendió, además, como un rechazo a la abstención socialista en la investidura de Rajoy en 2016.
Hubo un tiempo en el que las primarias en España eran descritas en los medios de comunicación como una consecuencia de la bronca interna de un partido. Mientras que en 1998 las primarias sirvieron, por primera vez, para elegir a algunos de los candidatos regionales y locales de PSOE e IU (estos últimos de forma no vinculante), éstas fueron mucho menos frecuentes en los años siguientes hasta que, como apunta Luis Ramiro, casi desaparecieron durante la época de Zapatero. En muchos casos, aunque hubiera voluntad de presentar un candidato alternativo, los partidos habían establecido una serie de requisitos en cuanto a los avales requeridos que desalentaban a quienes pudieran pensar en presentarse. No quedan lejos los días en los que Cayo Lara hablaba de las primarias como un invento americano, Javier Lambán las comparaba con Operación Triunfo, Fernández Vara pedía que sólo hubiera un candidato para evitar un “choque de trenes”, o el Partido Popular rechazaba promover las primarias a pesar de ser uno de los puntos solicitados por Ciudadanos para apoyar la investidura de Rajoy. El impulso de los nuevos partidos obligó a que partidos tradicionales tuvieran que mostrarse más proclives a celebrar primarias para elegir a sus líderes, pero sirvió, especialmente, para cambiar el discurso y la forma en la que los ciudadanos entendían las primarias, haciéndolos más positivos.
¿Tienen las primarias consecuencias en cuanto a la coherencia ideológica del partido? En un estudio publicado por Party Politics, el profesor Marc Debus y yo tratamos de resolver si en España las primarias a nivel regional producían o no un distanciamiento ideológico entre la rama regional y el partido a nivel nacional. Así, tras analizar 150 procesos de selección de candidatos a nivel regional e imputar una posición ideológica a los programas electorales de los partidos regionales en base a un análisis de su contenido, comparamos la distancia entre los programas regionales y nacionales de cada partido.
El gráfico muestra la distancia absoluta en el eje izquierda-derecha entre el partido nacional y el regional. Como puede observarse, en el caso de los partidos tradicionales las primarias no sólo no conducen a un alejamiento ideológico entre los niveles regional y estatal, sino que los programas electorales de los partidos regionales que eligieron a su candidato a las autonómicas mediante primarias son más similares a los del partido a nivel nacional que en el caso de los que seleccionaron a su líder mediante un proceso menos inclusivo. Sin embargo, esto no es así en el caso de los nuevos partidos, para los que no se aprecian diferencias ideológicas en función del método por el cual eligieron al candidato regional.
Las explicaciones a estos resultados son múltiples. Una de ellas es que, incluso cuando las primarias son fruto de las tensiones internas de un partido, a los candidatos regionales les interesa mostrarse próximos a la élite nacional ya que siguen necesitando del apoyo del partido y no quieren romper con las siglas que les garantizan un suelo electoral. Es por ello que el movimiento de Iñigo Errejón es poco usual, ya que los candidatos regionales suelen ajustarse al programa marcado desde la dirección estatal que, además, decide también sobre los acuerdos en los diferentes niveles de gobierno. Sin embargo, Errejón puede permitirse correr el riesgo ya que su alianza con Carmena no sólo puede beneficiarse del tirón que tiene la alcaldesa de Madrid, es también, como dijo Lluís Orriols, una apuesta por la transversalidad que, como apuntaron Andrés Santana y José Rama, puede ser atractiva para votantes que buscan otra izquierda, y que podría romper el techo electoral que le suponía ser el candidato de la izquierda a la izquierda del PSOE.
El próximo mayo tendremos elecciones autonómicas en España. En un sistema como el nuestro, en el que hay diferentes niveles de gobierno, es posible que las ramas regionales o locales de partidos que compiten en el ámbito estatal choquen con las directrices marcadas desde la dirección nacional. Así, ocurre que los políticos regionales, si quieren tener éxito en las elecciones autonómicas, pueden encontrar incentivos en desviarse de la acción de su partido a nivel nacional, buscando acercar su propuesta al votante de su región. Sin embargo, los ciudadanos prefieren partidos que den una imagen cohesionada y que presenten un discurso coherente. Si una rama regional de un partido se distancia demasiado de la acción política de su organización a nivel nacional, puede ocurrir que los votantes desconfíen. Por ello, los posibles desacuerdos entre las élites de un partido suelen resolverse o taparse sin que se llegue a una ruptura.
En el ámbito autonómico se necesita muchas veces del apoyo de la dirección nacional, no sólo para cuestiones económicas, también de imagen. En estos días y según se vaya acercando mayo veremos a los líderes nacionales visitando las distintas comunidades autónomas para apoyar a los candidatos regionales de su partido. Esto implica que incluso los más díscolos suelen rebajar el nivel de enfrentamiento con la dirección estatal para poder aprovechar el tirón de la marca. De este modo, no es raro que sea justo en periodo pre-electoral cuando los políticos anuncian sus reconciliaciones ya que las guerras abiertas pueden afectar a las perspectivas electorales. Además, los candidatos regionales que busquen repetir en las siguientes elecciones suelen necesitar del beneplácito de la élite nacional que, en muchos casos, es también quien los nomina.