El mundo de los analistas se divide hoy en dos grandes grupos: aquellos que creen que la pandemia de la COVID-19 lo va a cambiar casi todo (cómo trabajamos, consumimos, nos comunicamos, amamos o votamos, entre muchos otros ámbitos); y aquellos que piensan que lo va a cambiar todo. Como muchos de los más fervientes creyentes en la transformación radical de la sociedad que se nos viene encima son los mismos que, hasta bien entrada la epidemia, seguían considerando que el principal problema era la histeria social, mofándose del uso de mascarillas, permitidme que sea un poco escéptico.
No creo que el coronavirus cambie las grandes tendencias globales, pero sí creo que acelerará algunas. En particular, me temo que agudice la erosión de la democracia que estamos viendo en todo el mundo desde la crisis de 2009. En una década, las democracias libres han pasado de representar el 54% de los países del mundo al 49% - según el último informe del V-DEM Institute.
Lo podemos ver en el gráfico 1, que muestra la calidad de la democracia liberal en 2009 y 2019. Si tu país está por encima de la diagonal, ha mejorado tu democracia. Es el caso de Túnez, Armenia, Ecuador, Gambia y muchos otros más. Pero, si estás por debajo, tu democracia ha empeorado. Algunos países han sufrido deterioros pequeños, casi cosméticos, como Suecia o España. Otros, más importantes, como EEUU, República Checa, Croacia o Rumanía. Y en otros muchos, la democracia ha retrocedido de forma significativa, como en India, Brasil, Polonia o Hungría. Esta última ya no es técnicamente una democracia. Es decir, la Unión Europea ha dejado de ser un club exclusivo para democracias.
Gráfico 1. Democracia liberal en el mundo en 2009 y 2019
Fuente: V-DEM Institute. Democracy Report 2020.
En el mundo, las dictaduras están avanzando más que las democracias. Mientras que, en estos momentos, unos 600 millones de personas viven en países donde se ganan libertades, unos 2.600 millones residen en naciones donde se están perdiendo esas libertades. Es cierto que, junto a unos líderes autoritarios que acumulan más y más poderes y recortan más y más libertades, el año 2019 ha supuesto también un récord en cuanto a resistencia popular contra los dictadores. Nunca ha habido tantos movimientos pro-democracia sobre la faz de la tierra como el año pasado. Y, sin embargo, son insuficientes, dados los ingentes recursos económicos y tecnológicos de los que disponen los césares de hoy en día para controlar y domar a sus poblaciones.
Los expertos que llevan tiempo advirtiendo sobre esta “ola de autoritarismo” expresan ahora el temor a que, con las oportunidades para acumular poder en los ejecutivos que propicia la crisis del coronavirus, esta ola se convierta en un tsunami. Dentro de la UE, varios países, y sobre todo Eslovaquia, Hungría y Polonia, han adoptado legislaciones que, amén de concentrar poderes extraordinarios en el ejecutivo, recortan la libertad de prensa y de expresión de los ciudadanos.
La democracia en España no está en peligro. Según todos los indicadores internacionales, los aspectos formales – la garantía de libertades individuales, así como la existencia de elecciones libres y competitivas – mantienen buena salud. Pero los elementos informales – un clima de tolerancia del adversario político y una autocontención de los gobernantes al tomar medidas legales, pero percibidas como ilegítimas, las características que, de acuerdo a Steven Levitsky y Daniel Ziblatt, sostienen las democracias a largo plazo – no atraviesan un buen momento. Y ya antes de la COVID-19. Como vemos en el gráfico 2, el respeto a los contraargumentos de los oponentes políticos ha caído notablemente en España, de acuerdo con los expertos preguntados por el V-DEM Institute. Antes de la crisis financiera, el clima político en España no se distinguía del de democracias punteras, como Holanda o Suecia. Hoy, en cambio, estamos mucho más polarizados.
Gráfico 2. Respeto a los contraargumentos políticos en España, Holanda y Suecia
Fuente: V-DEM Institute dataset.
¿Iremos a peor en el futuro? No lo sabemos, pero los signos no son halagüeños. El gobierno de la nación mantiene una actitud de desconfianza hacia los partidos de la oposición, así como hacia sus (teóricos) socios parlamentarios y hacia el conjunto de la población española, tomando decisiones de forma unilateral, sin negociación y con escasa transparencia. La oposición no está mejor, utilizando de forma oportunista toda ocasión que puede para sacar rédito electoral.
Por un lado, hay motivos para la esperanza. En Europa occidental, no parece de momento que los movimientos populistas anti-democráticos estén aprovechando la situación para crecer. De España a los países nórdicos, pasando por Alemania, la ultraderecha no despega en las encuestas. En muchos casos, se ha revertido su tendencia al alza.
Por otro lado, hay razones para la preocupación. En algunos países se imponen los políticos con perfil moderado e inclinados a los pactos transversales, independientemente de su color político, pues los hay socialdemócratas (Mete Frederikssen en Dinamarca), liberales (Macron en Francia) o conservadores (Merkel en Alemania). Son, es verdad, políticos más bien aburridos, gestores, hombres y mujeres del traje gris. Los nuestros son más entretenidos: copan constantemente las portadas con sus ocurrencias y sus fotos. Nos abrasan con declaraciones interminables y tuits subidos de tono. Es justo lo contrario a lo que necesitamos ahora para salir de la crisis y para evitar que la democracia se contagie del virus como ocurre en tantos otros países del mundo.