En muchos sentidos, el fenómeno de Vox sigue siendo un misterio. Se trata de un proyecto político aún en proceso de construcción y con una desconcertante desorientación estratégica. En ocasiones, sus líderes aspiran a ser el referente español de la derecha radical populista y buscan romper las lógicas clásicas de la política española apelando a cuestiones como la inmigración, el anti-feminismo o el rechazo a los colectivos LGTBI. Sin embargo, en otras ocasiones, Vox parece actuar como una simple facción o escisión radical del PP o como un viejo partido de una derecha ultra nostálgica más preocupada por articular el nacionalismo clásico de confrontación centro-periferia que por activar un discurso nacionalista xenófobo de “los españoles primero”.
La estrategia de Vox está lejos de ser clara. Y en mi opinión se debe a que sus líderes viven atrapados en una disyuntiva entre lo que les pide la razón y lo que les dicta el corazón. Por un lado, racionalmente, son conscientes de que la estrategia que deben perseguir es sumarse a la ola populista de derecha radical que recorre medio mundo y dar la batalla cultural sin complejos, caiga quien caiga. Pero, por otro lado, no pueden evitar sentirse emocionalmente vinculados al PP y se sienten incapaces de romper los lazos que les unen. Por lo general, Vox es un partido cómodo con la política de bloques, dócil con el PP y que vive sorprendentemente mal cualquier desplante o ataque que venga de algún dirigente de las filas populares.
En resumen, entre los líderes de Vox, la razón les aconseja apostar por la batalla cultural, pero su corazón les impide ser excesivamente combativos con el PP. De hecho, la actualidad política de esta semana nos está brindando esa contradicción de forma muy gráfica. El lunes la agenda quedaba monopolizada por un Vox que apostaba por agitar la política española con el tema del aborto. Sin embargo, a medida que han ido pasando los días, sus líderes han bajado la intensidad de su ataque, temerosos, de nuevo, de tensar demasiado sus relaciones con los populares.
Esta particular lucha entre la razón y el corazón que padecen los líderes de Vox representa un lastre electoral y limita su potencial de crecimiento. Pero no cabe descartar que en un futuro lleguen nuevos liderazgos que sepan resolver esta contradicción. En este sentido, si finalmente Vox apostara definitivamente por dar la batalla cultural, ¿qué forma tomaría? ¿Qué temas (xenofobia, anti-feminismo, aborto, etc.) tendrían una mayor probabilidad de ser activados?
Hace unos meses, diseñamos desde EsadeEcPol y la Universidad Carlos III de Madrid una encuesta sobre polarización en España (aquí se puede leer algunas conclusiones acerca del cambio climático). En esta encuesta mirábamos las opiniones de los ciudadanos y dónde ubicaban a los partidos en distintos temas relevantes. De nuestra encuesta se desprendía una conclusión clara: no todos los temas de corte “cultural” o moral tienen la misma capacidad de implantarse en la batalla política en nuestro país. Por un lado, existe un consenso en aceptar los derechos LGTBI, no solo entre la izquierda sino también entre los votantes de centro y derecha. En cambio, lo opuesto ocurre con respecto al rechazo a la inmigración. En ese caso sí observamos una gran disparidad de opiniones entre izquierda y derecha. De hecho, entre los votantes conservadores la animadversión a la entrada de inmigrantes es generalizada (véase el Gráfico 1).
Además, es muy interesante constatar que los votantes de Vox perciben un sistema de partidos altamente polarizado en cuanto a la cuestión inmigratoria, pero no en lo que se refiere a la adopción LGTBI. En este segundo tema, los votantes de extrema derecha no parecen observar diferencias relevantes entre los partidos. La ciencia política suele considerar que la percepción de polarización es un motor indispensable para que un tema acabe siendo influyente en las urnas. Los datos indican que ese sería el caso de temas como el de la inmigración, pero no en otros como por ejemplo la adopción LGTBI (véase el Gráfico 2). No dispongo de datos sobre la cuestión del aborto, aunque, si me permiten la especulación, mi impresión es que éste se encuentra más cerca de la adopción LGTBI que de la inmigración.
En resumen, creo que en España existen las bases para que se pueda consolidar con fuerza una derecha radical populista sin complejos. Si esto acaba ocurriendo, es posible que la xenofobia y el anti-feminismo copen la agenda pública con más intensidad que cuestiones morales como los derechos LGTBI o el aborto. Es cierto que por ahora Vox no ha sido capaz de salir de su desorientación estratégica, pero sería ingenuo pensar que esto será siempre así. No hay que descartar que, a base de ensayo y error, algún líder de Vox (u alguna formación aún por llegar) acabe por aprender qué teclas deben tocarse para que suene de forma nítida la música de la batalla cultural.
En muchos sentidos, el fenómeno de Vox sigue siendo un misterio. Se trata de un proyecto político aún en proceso de construcción y con una desconcertante desorientación estratégica. En ocasiones, sus líderes aspiran a ser el referente español de la derecha radical populista y buscan romper las lógicas clásicas de la política española apelando a cuestiones como la inmigración, el anti-feminismo o el rechazo a los colectivos LGTBI. Sin embargo, en otras ocasiones, Vox parece actuar como una simple facción o escisión radical del PP o como un viejo partido de una derecha ultra nostálgica más preocupada por articular el nacionalismo clásico de confrontación centro-periferia que por activar un discurso nacionalista xenófobo de “los españoles primero”.
La estrategia de Vox está lejos de ser clara. Y en mi opinión se debe a que sus líderes viven atrapados en una disyuntiva entre lo que les pide la razón y lo que les dicta el corazón. Por un lado, racionalmente, son conscientes de que la estrategia que deben perseguir es sumarse a la ola populista de derecha radical que recorre medio mundo y dar la batalla cultural sin complejos, caiga quien caiga. Pero, por otro lado, no pueden evitar sentirse emocionalmente vinculados al PP y se sienten incapaces de romper los lazos que les unen. Por lo general, Vox es un partido cómodo con la política de bloques, dócil con el PP y que vive sorprendentemente mal cualquier desplante o ataque que venga de algún dirigente de las filas populares.