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Abolir la heterosexualidad para seguir vivas
Martes a la noche. Entro a Twitter. Roll down. Nada interesante, seguimos con el shock de las elecciones. Voy a Facebook. Roll down. Hostia, no puede ser. Bueno, qué narices, claro que puede ser, como cada día. Leo bien el titular: “Una madre se suicida en Madrid tras difundirse un vídeo sexual suyo en su trabajo en Iveco”.
Vale, primero, ¿una madre? ¿Solo era madre esa persona? El sistema en orden. Por cierto, tiene nombre: Verónica. Sigamos. “Se suicida tras difundirse un vídeo sexual suyo”. Entro a leer la noticia. Bien, recapitulemos: una mujer se graba un vídeo con connotaciones sexuales, lo comparte en un espacio de intimidad con alguien y continúa con su vida; 5 años más tarde el vídeo reaparece no se sabe muy bien de dónde y sus compañeros de trabajo -porque el vídeo no circula solo- lo comparten entre ellos hasta conseguir que la gran mayoría de la plantilla de 2.500 personas de la empresa (en torno al 80% hombres, según podemos extraer de este comunicado que hacía la propia empresa en marzo de este año) en la que trabaja lo vean; el señalamiento, las risas, los cuchicheos, la presión pueden con ella y sufre un episodio de ansiedad; el vídeo llega a su actual marido y, al enterarse, se suicida.
Menudo enfado pillé. Rabia, impotencia, desolación. Es que tiene razón Irantzu Varela, “es una guerra”. Cientos de mensajes de mujeres* indignadas y entristecidas circulan en diferentes direcciones en todas las redes sociales y foros posibles: “rabia y pena siento hoy. DEP”, “un despropósito”, “tiene que ser una mente pervertida, truculenta, retorcida, malvada, destructiva, la que comparte un vídeo sexual de una mujer, madre, esposa, hasta llevarla al suicidio”, “noticias como esta ratifican que el mundo es un lugar de mierda”… También se pueden encontrar comentarios de algunos hombres, “los aliados”, comprando el discurso de algunas feministas que han sabido adelantar que no se trata de un suicidio sino de un asesinato machista.
Pero, más allá de opiniones y reacciones viscerales, a las cuales tenemos pleno derecho porque la rabia es también una herramienta para la autodefensa y la sanación, es importante señalar, como ha hecho la abogada feminista Violeta Assiego en Twitter, las cuestiones legales que intervienen en el caso.
Lo resume muy bien: “1. TODOS los compañeros que hayan difundido el vídeo de contenido privado son presuntos autores de un delito con penas de hasta 5 años cárcel según el Título X, 'Delitos contra la intimidad, el derecho a la propia imagen e inviolabilidad del domicilio’”; y 2. La empresa es responsable de garantizar la seguridad y la salud de sus trabajadoras y trabajadores, y podría conllevar responsabilidades penales si “no tiene establecidos modelos de organización y gestión que incluyan medidas de vigilancia y control idóneas para prevenir estos delitos; y/o conocía los hechos”.
El art.197.7 CP establece que “será castigado con una pena de prisión de tres meses a un año o multa de seis a doce meses el que, sin autorización de la persona afectada, difunda, revele o ceda a terceros imágenes o grabaciones audiovisuales de aquélla que hubiera obtenido con su anuencia en un domicilio o en cualquier otro lugar fuera del alcance de la mirada de terceros, cuando la divulgación menoscabe gravemente la intimidad personal de esa persona”. Por su parte, el fiscal Pedro Díaz Torrejón realizó en 2017 un trabajo sobre el tratamiento penal del sexting en el que contemplaba los delitos derivados.
Aquí no parece haber debate: es delito. Pero bueno, y después, ¿qué? El consentimiento ha sido viciado, la seguridad ha sido destruida y ella se ha suicidado porque casi 2.500 personas han jugado a violar su intimidad. Recuerdo de nuevo a Assiego en un reportaje que yo misma realicé para Pikara Magazine. En él, la abogada recordaba que “la cárcel, por sí sola, no resocializa”. Y, en este caso, lo que seguro que no va a hacer es devolverle la vida a Verónica. Se trata de un asesinato que va más allá de la mera cuestión física. Se trata de un asesinato sociocultural, un suicidio avalado por un sistema cultural que les dice a las mujeres que “no hay que enviar esos vídeos, porque los hombres no somos capaces de tener algo así y no enseñarlo”. Esas son las palabras de un señor que asesina a animales a cambio de dinero. Y la traducción es muy compleja y muy simple al mismo tiempo: Las mujeres decentes -recordando a las brujas porno de Virginie Despentes-, las “niñitas modelo, angelitos del hogar y buenas madres” están “formateadas para evitar entrar en contacto con (su) lado salvaje”, con su sexualidad, y para no expresar nunca su deseo si no es para satisfacer el del hombre que tiene enfrente. “Nuestras sexualidades nos ponen en peligro”, recordaba Despentes hablando del porno, “reconocerlas (y mucho más exponerlas) es quizá experimentarlas y toda experiencia sexual para una mujer conduce a su exclusión del grupo”. Como le ha ocurrido a Verónica.
¿Y qué tendrá esto que ver, Andrea? Te estás yendo del tema. Me estoy yendo, pero me estoy yendo AL tema. Hasta los años 50, como relata Despentes en su Teoría King Kong, “el deseo femenino estuvo silenciado”, y ahora que tal cosa se le hace cada vez más difícil al heteropatriarcado, se expone sin consentimiento para coartarlo, para controlarlo, para amputarlo. Ahora que no pueden destruir nuestro deseo, intentan que sea nuestro deseo el que nos destruya a nosotras. Y el objetivo es el de siempre: que cedamos el espacio, que nos retiremos a casa, a ser buenas mujeres, mujeres decentes, para que el sistema no se rompa.
Queda confirmado lo que decía Despentes (aunque ella lo hacía en relación al porno): “filmar el sexo no es anodino (…). El descubrimiento del material pornográfico está asociado para los hombres con un recuerdo agradable, constructivo de su masculinidad”. Tachán. Los hombres son tal cosa en función de lo que puedan o no hacer con los cuerpos de las mujeres. El progre aliado de Carlos Bardem salía en Twitter con que “Fran Rivera es la demostración de que ser un machote no tiene nada que ver con ser un hombre, uno de verdad”. Otra versión de hombre más, que me recuerda al “un hombre de verdad no pega a una mujer”, no en público, claro.
Tenemos que asumir que vídeos como el que esa “mujer indecente” se hizo despiertan en los hombres un deseo que no deja lugar para el autocontrol, para el respeto a la dignidad de la otra persona. Y claro, a partir de ese conocimiento, es responsabilidad nuestra que eso suceda o no suceda. Nótese la ironía. El discurso del terror sexual que ya analizó maravillosamente Nerea Barjola estudiando la cobertura mediática del caso Alcàsser: cede el espacio, que no es tuyo.
Podemos considerar lo de Verónica un asesinato machista, pero también podemos hilar un poquito más fino: es violencia digital machista que acaba en asesinato. Con la colonización que los aparatos electrónicos y demás herramientas digitales han protagonizado en nuestras vidas, conceptos como intimidad, consentimiento y seguridad han sido despedazados casi sin que nos diéramos cuenta. ¿Cuántas y cuántos de vosotros habéis hecho alguna vez una captura de pantalla de una conversación privada? ¿Cuántas y cuántos de vosotras habéis compartido esa captura con otra persona ajena a la conversación? ¿Cuántas habéis subido a redes sociales imágenes y vídeos de otras personas sin preguntarles siquiera si querían ser fotografiadas o grabadas? ¿Acaso tenemos asumido que, en un contexto en el que los aparatos electrónicos y las redes sociales están tan presentes en nuestro día a día, nuestras vidas privadas no lo son en absoluto y no tenemos control ni poder de decisión sobre ello? Y en el caso específico de las mujeres, ¿tenemos que asumir y aceptar que, tras siglos de lucha por, entre otras cosas, nuestro derecho a disfrutar libremente de nuestra sexualidad, el sistema ha reconducido el control sobre nuestros cuerpos a través de las mismas herramientas que nos han servido en muchos casos para lograr esa liberación?
Hostia, es que es muy fuerte. El Patriarcado, ese sistema cultural impregnado en cada uno de los cerebros que habitan la Tierra que jerarquiza la sociedad por roles, ha reservado siempre para las mujeres el papel de sumisión, de devoción, de servidumbre, de satisfacción del deseo de los hombres, esa otra categoría para la que está reservado el sillón de los privilegios a todos los niveles. Y no podemos perder de vista que ese rol solo se sostiene ligado a la heterosexualidad. A la heterosexualidad como régimen político que, a través de “sus imágenes —películas, fotos de revistas, carteles publicitarios en las paredes de las ciudades— constituyen un discurso, y este discurso, que cubre nuestro mundo con sus signos, tiene un sentido: significa que las mujeres están dominadas”, como decía Monique Wittig en su libro El pensamiento heterosexual.
La sociedad, efectivamente, está fundada por la heterosexualidad. Y con ella las fórmulas de relación, las dinámicas de comportamiento, la construcción de nuestros deseos y aspiraciones, la orientación de nuestros proyectos vitales. La heterosexualidad, como recordaba Andrea Momoitio en su blog, “es la principal herramienta del sistema patriarcal para perpetuarse”, para perpetuar la violencia contra las mujeres, para justificar que nos invisibilicen, nos agredan, nos violen, nos maten. Y “el engranaje, el mecanismo” de esa herramienta, está encarnada “en mi padre, en mi hermano, y en todos vuestros maridos”, apuntaba. Lo está, además, “porque les queremos”. Y, como de alguna manera proponía Momoitio, ¿por qué no dejamos de follarnos al enemigo? ¿Por qué no dejamos de follarnos -y por tanto engrasar- el engranaje del sistema que permite que se nos invisibilice, se nos agreda, se nos viole y se nos mate? Yo también pienso, compañera, que “la autonomía de las mujeres y nuestra liberación es incompatible con la heterosexualidad” en tanto que sistema opresor de jerarquización de la sociedad. Que “la heterosexualidad es una de las principales razones por las que el sistema patriarcal sigue indemne” y que hay que poner en valor el carácter “subversivo y político de no follarse al enemigo”.
Y aquí hago me detengo un instante para no desoír a todas aquellas mujeres que están seguras de no desear, ni plantearse hacerlo nunca, a otras mujeres*. La artista y activista feminista María Llopis escribía en Twitter, a raíz de la noticia, que en internet hay disponible un vídeo suyo teniendo sexo: “Se lo dedico a todas las mujeres que follan, para que nadie nos pueda humillar por ser seres sexuales. Sí, yo follo y me grabo en vídeo, ¿qué pasa? ¿Te molesta? Que te follen”. Empoderarnos a través de nuestra sexualidad, crear estrategias de autodefensa y exponernos libremente pero también construyendo mecanismos de seguridad es, bueno, otra recetita válida.
Verónica no se ha suicidado por nada, ni por poca cosa. Y es posible -nunca lo sabremos ya-, que otros factores personales pudieran intervenir en su decisión. Pero es prácticamente innegable que el hombre que rompió el espacio de intimidad creado en su día, todos y cada uno de los compañeros que difundieron el vídeo que grabó creyendo ser libre, y la empresa que no quiso reaccionar, son responsables de la situación de violencia que sufrió los últimos días. ¿Que hay mujeres que también amenazan con compartir vídeos de ti follando? Claro, pero no podemos perder de vista que es una dinámica estrechamente ligada a y provocada por la heteronormatividad. Porque el amor romántico y toda la toxicidad que de él emana se construyó de la mano de la heterosexualidad y de los imaginarios que ella construye a su alrededor. A Verónica la ha matado la heteronormatividad, el heteropatriarcado.
No es una guerra contra los hombres, es un mensaje al sistema cultural: no vamos a funcionar como nos dices, vamos a romperlo todo y a reconstruirlo de otra forma. Salgámonos de la heterosexualidad, hagamos reflexión sobre cómo se construye nuestro deseo y sobre cómo nos relacionamos con nuestro entorno y con las personas que nos rodean, y volvamos al juego de las relaciones personales construyendo en positivo.
Que encarcelen a toda la plantilla de Iveco si quieren. Hasta que lo abolamos el régimen heterosexual, seguiremos estando todas amenazadas de muerte.
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