Pikara Magazine es una revista digital que practica un periodismo con enfoque feminista, crítico, transgresor y disfrutón. Abrimos este espacio en eldiario.es para invitar a sus lectoras y lectores a debatir sobre los temas que nos interesan, nos conciernen, nos inquietan.
De los buzones a las urnas
Resulta que las mujeres también votamos. En las elecciones que se celebrarán el 24 de mayo, 34.634.572 personas de nacionalidad española podrán ejercer su derecho a elegir una papeleta. Hay una tendencia a creer que el porcentaje de mujeres y hombres viene a ser igual, o muy parecido. Pero ellas constituyen el 51,6% del censo frente al 48,4% de ellos. Esto es, una diferencia de casi tres puntos. Dicho así, podría considerarse casi una minucia, pero traducido en votos son más de un millón cien mil papeletas. Todas ellas en mano de mujer. Ese millón y pico es el equivalente, por ejemplo, a la totalidad de chicas de 25 a 29 años. O al número de mujeres de 65 a 69 años.
Las estadísticas del censo dan datos como mínimo curiosos. Sabe usted que las franjas de edad van de cinco en cinco años. Pues bien, los hombres son mayoría en buena parte de ellas. En concreto, hay más votantes hombres hasta los 54 años. A partir de ahí, ellas suman y suman, hasta el punto de que el colectivo de las personas de 85 años o más es abrumadoramente femenino: Medio millón más de ancianas que de viejecitos. Dicho de otra forma, solamente una de cada tres personas mayores es varón.
Con datos así, es sorprendente el poco interés que tienen los problemas de las mujeres para quienes ejercen la política y aspiran a ocupar una concejalía o a presidir los plenos municipales. Como norma general, los partidos políticos recogen algún apartado referido a la igualdad en sus programas. Puro adorno. Como quien a la boda invita a ese incómodo familiar porque no hacerlo requiere más esfuerzo que mandarle la tarjeta y arriesgarse a que acepte. Y sí, cuando se aproximan comicios, solamente en estas vísperas, los partidos envían a nuestros buzones folletos con sus propuestas. En ellas, necesariamente harán alguna referencia a los tres grandes problemas que más afectan a las mujeres: la conciliación, el empleo y la violencia machista.
En los partidos tradicionales, en los hegemónicos, en los que mandan quienes siempre han mandado, no florecen las ideas feministas. Raramente se siembran y, si llegan a germinar, los procedimientos de asignación de tareas y de toma de decisiones actúan como la más implacable de las podadoras. La organización y funcionamiento de las formaciones políticas rara vez tiene en cuenta la situación de desigualdad de mujeres y hombres en la sociedad y, por ende, en sus estructuras.
El primer problema es que los políticos siguen haciendo las cosas como siempre las han hecho. Mal, podría añadir, pero no es muy preciso porque a ellos les va de maravilla con esos procedimientos. Ya desde pequeñitos ocupan la mayor parte del patio de la escuela empezando por el centro, y las niñas, las futuras políticas, se quedan en las bandas, en la periferia. Ellos, los militantes, no solamente hablan más, es que además lo hacen más alto, toman la palabra en primer lugar, interrumpen a sus compañeras y sus intervenciones son más largas. Cuando ellas se quejan, las miran así, como de lado, con un gesto que está a medio camino entre la incredulidad y un “Qué dice esta mosquita muerta”.
Una de las peores cosas que puede decir un conmilitón es que él trata a los compañeros y compañeras igual, porque si trata a todos con el mismo rasero es porque ni percibe las desigualdades. Que las hay. Y muchas. Y todo de boquilla, porque a la hora de decidir, sucede lo que reconocía Pablo Iglesias recientemente: Se votan entre ellos porque se prefieren, porque eligen de entre los suyos, porque se lo montan para aparecer siempre en primera línea, porque ocupan los puestos centrales, no solo del patio, también de las fotos. Y estas pequeñas cosillas solamente se enmiendan cuando hay reflexión, cuando los colectivos analizan los procesos, detectan sus inercias y problemas y los corrigen. Dicho de otro modo, las organizaciones políticas, o no, que no reflexionan sobre los procesos tienden a reproducirlos siempre. Y en ellos las mujeres tienen poca cabida.
De esas reuniones de militantes, de esas agrupaciones locales, surgen las personas que lideran las organizaciones y que son llamadas a formar parte de las listas electorales, que por fuerza han de ser paritarias. Y me va a permitir la franqueza: Cuando una organización política tiene pocas posibilidades de lograr puestos, ellos caballerosamente les flanquean el paso a ellas para que ocupen los primeros puestos del listado. Cuanto menos poder o menor presupuesto, menos resistencias encontrarán ellas para ascender. Y si no lo cree, tienda usted una miradita al panorama político y cuente las presidentas y las carteras ministeriales con nombre de mujer, el número de alcaldes y el tamaño de las poblaciones.
En las sociedades democráticas el voto tiene valor cuando se emite, pero lo hace efectivo quien lo recibe. Si sabe, si quiere, puede administrarlo sin dar la espalda a los problemas de la mayoría, que son mujeres y sufren la desigualdad.
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Resulta que las mujeres también votamos. En las elecciones que se celebrarán el 24 de mayo, 34.634.572 personas de nacionalidad española podrán ejercer su derecho a elegir una papeleta. Hay una tendencia a creer que el porcentaje de mujeres y hombres viene a ser igual, o muy parecido. Pero ellas constituyen el 51,6% del censo frente al 48,4% de ellos. Esto es, una diferencia de casi tres puntos. Dicho así, podría considerarse casi una minucia, pero traducido en votos son más de un millón cien mil papeletas. Todas ellas en mano de mujer. Ese millón y pico es el equivalente, por ejemplo, a la totalidad de chicas de 25 a 29 años. O al número de mujeres de 65 a 69 años.
Las estadísticas del censo dan datos como mínimo curiosos. Sabe usted que las franjas de edad van de cinco en cinco años. Pues bien, los hombres son mayoría en buena parte de ellas. En concreto, hay más votantes hombres hasta los 54 años. A partir de ahí, ellas suman y suman, hasta el punto de que el colectivo de las personas de 85 años o más es abrumadoramente femenino: Medio millón más de ancianas que de viejecitos. Dicho de otra forma, solamente una de cada tres personas mayores es varón.