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Opinión - Nos están destrozando la vida. Por Rosa María Artal
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Pikara Magazine es una revista digital que practica un periodismo con enfoque feminista, crítico, transgresor y disfrutón. Abrimos este espacio en eldiario.es para invitar a sus lectoras y lectores a debatir sobre los temas que nos interesan, nos conciernen, nos inquietan.

El carné de maricón

Comunidad LGBTI salvadoreña exige espacios culturales y de sana convivencia

Bárbara G. Vilariño

Ay, pillines del clikcbait… Cómo explotáis la mariconez para conseguir un sueldo con la gorra. Desde que el rojerío desbordó el amarillo de nuestra bandera no paran de ocuparse puestos de trabajo con profesionales que forman parte de grupos de presión. Ya saben: mujeres, personas con diversidad funcional… ¡hasta mariquitas y bolleras! ¿Qué será lo siguiente? ¿Salvaguardar a los rubios de ojos azules frente al moreno español? ¡Vienen a robarnos nuestros trabajos! ¡Solo “el mejor” puede merecer su puesto! ¿Nadie piensa en la meritocracia, esencia muy y mucho española?

Pero no se alteren, por suerte algo cala del discurso de Vox y de la sangre renovada de Casado. Este descalabro cuesta abajo pudo frenarse gracias a sentencias ejemplarizantes como la anulación de un concurso municipal “en el que se puntuaba por no ser heterosexual” (según recogía el objetivísimo y reflexivo titular del sexto diario más leído de España)“en el que se puntuaba por no ser heterosexual. Pero si los mariquitas, las bolleras y los transformistas (que ya me lío con el resto de siglas de ese singular número Pi de la diversidad sexual) están integradísimos. ¡Que se casan y todo! ¿Qué necesidad tendrán de priorizarse en un concurso público? ¿Nadie piensa en los heterosexuales?

Modo ironía off. Porque miren, para una vez en esta vida que me daban puntos por ser bollera… ¡Van y me los quitan en mi cara! No, de verdad: que modo ironía off. Aplaudo la intención de promocionar a un colectivo discriminado (con la armarización como minimísima violencia que se sufre en un entorno laboral distendido; otro día les cuento los chunguísimos). Esto tiene mayor sentido cuando se trata de licitar un espacio de atención a personas que sufren discriminación por su orientación sexual o su identidad de género, como era el caso. Pero claro, lo público tiene su burocracia, su papeleo… y eso de pedir una declaración jurada de ser bollera, como que no encaja, ¿no?

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Lo que tampoco encaja es que este requiebro -aunque naif- de la buena intención contra la res pública (porque efectivamente, el carné de bollera no lo tengo y no se puede jurar tu orientación sexual, escala de Kinsey mediante) no sirva a ese diario, o a cualquier otro que se haga eco del caso, de que el fondo de la cuestión radica en facilitar la integración laboral, especialmente cuando convivimos con discursos de odio institucionalizados y con discriminaciones que van desde lo sutil a lo indecente: “¿cómo va a hablar ante el cliente él, con esa pluma que tiene?” o expresiones como “el lobby rosa”. Por no hablar de la alta tasa de desempleo de las mujeres transexuales (37%)la alta tasa de desempleo de las mujeres transexuales, en caso de necesitar algo certificable ante jurado (al menos la transexualidad normativa, la avalada por el sistema sanitario mediante hormonación).

Que critiquemos el capitalismo atroz pero no defendamos la necesidad de favorecer el acceso al mercado laboral a quien puede enfrentarse a mayores barreras no perjudica solo a la empresa o a sus trabajadores. Nos toca hondo como sociedad, más cuando hablamos de un contrato avalado por el sistema público. Cómo insertar esa cuestión en la burocracia y en los formalismos excesivos de las instituciones públicas -y de paso, en el ADN individual- ya es otra batalla que no quita mérito al afán. Errores de principiante en política frente a errores permanentes como sociedad. Me quedo con la espita que prende la mecha.

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