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Pikara Magazine es una revista digital que practica un periodismo con enfoque feminista, crítico, transgresor y disfrutón. Abrimos este espacio en eldiario.es para invitar a sus lectoras y lectores a debatir sobre los temas que nos interesan, nos conciernen, nos inquietan.

La crisis de consentimiento sexual, crisis de consentimiento en general

Ilustración de Señora Milton para www.pikaramagazine.com

Shaina Joy Machlus

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Siempre decía “caballo” en lugar de “cebolla” y viceversa. También decía “palmecitos” en lugar de “palomitas” de maíz. Acostumbraba a decir “estoy excitada” en lugar de “estoy emocionada”, lo que generó algunas situaciones particularmente interesantes. Se podría pensar que es extraño comenzar un artículo sobre consentimiento rememorando mi aprendizaje del castellano. Pero aquí estoy. Vine a España pensando que después de haber visto a la Sra. Washington, mi paciente maestra de español en secundaria, enumerar las reglas del idioma en una pizarra, sería capaz de hablarlo. Como habrás adivinado, esta hipótesis resultó ser errónea. De hecho, en realidad, no pude hablar castellano hasta que empecé a aprenderlo y usarlo intencionalmente todos los días.

Ahora que tenemos una metáfora adecuada, pasemos a la parte del consentimiento. El consentimiento es el arte de llegar a un acuerdo mutuo y entusiasta a través de la comunicación. Mi pasión por el consentimiento surge de haber visto una y otra vez que practicarlo conduce a una sociedad más libre y más justa. Últimamente (y con mucho retraso), una forma específica de consentimiento, el consentimiento sexual, se ha ganado titulares en conversaciones sobre cómo terminar con la violencia sexual. El consentimiento sexual es la práctica ancestral de recibir un “sí” entusiasta antes, durante y después de participar en cualquier tipo de actividad sexual con una o más personas. El consentimiento sexual es una parte necesaria de cualquier experiencia sexual porque cualquier cosa excepto un “sí” claro y entusiasta es violación.

A pesar de que las pautas para el consentimiento sexual parecen bastante sencillas, resulta que es un poco como mi español: la gente parece entender los conceptos involucrados pero luego no los pone en práctica. Estudios y estudios muestran que el consentimiento sexual es infrautilizado y mal entendido. Sus críticos señalan esto como una prueba de que no funciona para prevenir la violencia sexual. Vale la pena señalar aquí que la mayoría de la oposición al consentimiento sexual (“¡Arruina el ambiente!”; “¿Qué será lo siguiente, firmar contratos antes de tener relaciones sexuales?” ;“¡Hay tantas zonas grises!”) proviene de hombres cis. También vale la pena señalar que la gran mayoría de las personas que cometen violaciones son hombres cis.

Aquí viene mi segunda y última hipótesis en este artículo: lo que impide que la mayoría de las personas utilicen el consentimiento sexual no tiene nada que ver con su efectividad práctica. El único problema del consentimiento sexual es que no podemos esperar que la gente comience a usarlo por arte de magia en una sociedad que descuida el uso del consentimiento en la vida cotidiana en general. De forma similar a cómo tuve que poner en práctica mi castellano a diario, para que el consentimiento sexual funcione, debe estar profundamente arraigado en nuestra cultura cotidiana (obsérvese aquí un énfasis en la cultura y no en las leyes porque creo que las personas y su cultura deben dictar las leyes y no al contrario), lo que significa que es de vital importancia usarlo fuera de situaciones sexuales.

¿Cómo se usa el consentimiento en nuestro día a día? Me alegra que me hagas esta pregunta.

Reconsiderando cómo y por qué nos comunicamos Tanto en situaciones sexuales como no sexuales, el consentimiento le da la vuelta a las dinámicas de poder que se dan en la comunicación tradicional: el poder pasa a la persona preguntada, no a la que pregunta. El consentimiento diario dicta que es responsabilidad de quien hace las preguntas esforzarse para que éstas conduzcan a una comprensión completa de la persona o personas interrogadas. Menos preguntas de “sí/no” y más preguntas de “cómo”. No solo “¿puedo tocarte?”, sino “¿cómo te gusta que te toquen?”. O no solo “¿necesitas ayuda?”, sino “¿cómo puedo ayudarte?”.

Además de formular la cuestión, el consentimiento nos enseña que el objetivo de la comunicación no es el de buscar una respuesta determinada, ya que un “sí” dado bajo coacción o cualquier tipo de presión no es un verdadero “sí”. Pedimos saber la respuesta genuina y de esta manera recibir un “no” es tan bueno como obtener un “sí”. Imagina un mundo en el que todas las personas se sintiesen empoderadas para decir “no” sin temor a las consecuencias. Lo cual, no por casualidad, nos lleva a la próxima lección importante que el consentimiento tiene que ofrecer: una respuesta auténtica requiere un entorno en el que cualquier persona o personas se sientan cómodas expresándose con sinceridad.

Comprender e identificar privilegios

Al tratar de crear este ambiente seguro que permita aflorar el consentimiento, es obligatorio considerar las dinámicas de poder y las opresiones en nuestra sociedad. Para que una persona dé una respuesta 100% libre de presión, todo el mundo debería tener la misma cantidad de libertad. Dado que sabemos que los sistemas de opresión como la supremacía blanca, el patriarcado cis hetero, el capitalismo, el colonialismo, el capacitismo, etc... impiden la libertad, es nuestra responsabilidad ser muy conscientes de estos sistemas y de cómo afectan a otros y a nosotros mismos. ¿Nos beneficiamos de ellos o nos afectan negativamente? Los privilegios son las ventajas o derechos que los sistemas opresivos otorgan a las personas en base a agrupaciones e identidades construidas socialmente como la raza, la sexualidad, el género/sexo, la clase, etc. El privilegio puede verse como lo opuesto a la opresión. El concepto de privilegio fue creado por el sociólogo e historiador norteamericano W.E.B. Du Bois.

Para saber cómo afecta el poder a las relaciones diarias a escala macro y micro, el consentimiento requiere que estudiemos constantemente la opresión y el privilegio. Debemos hacer preguntas difíciles y reflexionar sobre nuestras propias identidades y la historia de nuestras familias. ¿Cómo nuestra sexualidad, género, etc., facilitan o dificultan nuestra vida? ¿Cuáles son los sistemas existentes que dificultan o refuerzan nuestro acceso a la libertad? Tenemos que aprender sobre la opresión de aquellas personas que la han experimentado pero debemos hacerlo en nuestro propio tiempo, sin obligar a aquellos que más experimentan la opresión a realizar trabajos gratuitos. Debemos unirnos a grupos y talleres que tomen medidas contra la opresión. Hay que reconocer el privilegio dando un paso atrás para ceder el protagonismo a las personas marginadas y así reforzar sus voces.

El proceso del consentimiento es una especie de bucle infinito en el que todo el mundo comprueba constantemente que se esté creando un espacio seguro donde las personas sean libres de expresarse. Identifica estructuras de poder para saber quién necesita escuchar más y a quién se le debe dar más espacio para hablar, cuándo y cómo hacer preguntas y cómo escuchar la respuesta sin tomártela como un ataque personal. Y, por supuesto, nunca, nunca asumas o actúes antes de preguntar.

El peligroso juego de asumir y simplificar

A pesar de lo que pueda sugerir el éxito salvaje de la cultura del meme, no hay nada simple en el ser humano. Quizás sea exactamente esto, la gran complejidad y la astronómica diversidad de la humanidad, lo que nos asusta y nos manda hacer grandes suposiciones, simplificaciones y estereotipos sobre nosotros y los demás. La desventaja de hacer suposiciones es, por supuesto, que le quita a la persona la libertad de dar forma a sus propias decisiones. El consentimiento dice que antes de cualquier acción debemos hacer muchas preguntas, escuchar atentamente y aceptar la respuesta. Consentimiento sexual significa nunca asumir que alguien quiere hacer algo sexual contigo por lo que lleve puesto, o porque suba a tu apartamento, porque tenga ciertos genitales, etc. (la lista es larga). Nuestra tendencia a hacer suposiciones en situaciones sexuales se deriva de nuestra inclinación a hacerlo constantemente en situaciones no sexuales, como asumir el género de alguien sin preguntar, asumir que alguien necesita ayuda debido a su físico, asumir la nacionalidad de alguien debido a su raza, etc. (esta lista es también muy larga). Eso significa que hay una línea directa entre asumir, por ejemplo, el sexo/género de alguien y suponer que una persona quiera tener relaciones sexuales; ambas son violaciones del consentimiento. El consentimiento exige que tomemos nota activamente de las suposiciones que hacemos o las que se hicieron sobre nosotros y reflexionemos sobre los orígenes de estos estereotipos. Una vez que seamos conscientes de qué estereotipos están más fuertemente grabados en nuestras ideas sobre identidades particulares, debemos cuestionarlos. El consentimiento nos enseña a dar a los demás la oportunidad de expresar sus identidades propias y reales haciendo preguntas sobre ellos mismos y sus preferencias, para dejar de buscar que sean de una manera determinada y abrirnos para comprender cuán hermosas y diversas son las personas.

Tenemos trabajo que hacer

En mi trabajo actual, me encuentro garabateando obsesivamente mensajes sobre consentimiento sexual en todas y cada una de las superficies disponibles. Como la estoica Sra. Washington, escribo y reescribo las reglas. Subrayo dos veces el título “Consentimiento” con la esperanza de ilustrar la necesidad de una cultura sólida del consentimiento diario. Pero sé que hay teoría y hay práctica y después de haber vuelto del mercado muchos días sin cebolla ni palomitas de maíz, sé que sin práctica la teoría es inútil.

Por lo tanto, aunque me encanten las iniciativas en torno al consentimiento sexual (y vamos si me encantan), sé que no tienen ninguna posibilidad de echar raíces hasta que se siembren las semillas del consentimiento en los niveles más profundos de la estructura de nuestra sociedad. Trabajo en el que debemos profundizar con nuestras propias manos. Debemos crear una educación para personas de todas las edades en torno no solo al consentimiento sexual, sino al consentimiento en general. Y más inmediatamente, debemos responsabilizarnos de hacer mejores preguntas y escuchar las respuestas, comprender el privilegio y la opresión y no hacer suposiciones y simplificaciones excesivas. Nunca rehuiré decir que la tarea de terminar con la violación debe recaer fuertemente en la población que más comete esta violencia: los hombres cis. Sin embargo, cuando se trata de consentimiento en general, no hay mejor momento que el presente para que todos pasemos de la palabra a la acción.

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