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Los cuidados en los tiempos de la pandemia

Hace mucho que se hacía necesario el escarmiento al capitalismo. La putada (sí, he dicho putada) es que se está llevando por delante a mucha gente, a las personas más débiles. Lo triste es que las personas que más sufren este encierro son las que tienen las casas más pequeñas, las que viven en los pisos más baratos, las que viven con la violencia al cerrar la puerta.

Hablo de escarmiento, pero no digo que nadie merezca sufrimiento, ni encierro, ni dolor, ni enfermedad. Digo que, como sociedad, como grupo humano que permitimos la inercia del sistema (lo sé; estamos demasiado ocupadas apagando nuestros pequeños fuegos personales), nos está tocando comernos la deriva del capitalismo y sus cenizas. Sorpresa: no funciona. Sorpresa: solo funciona para los que siempre ganan en este casino de finanzas y rentabilidad. Pierde el planeta, pierden las personas vulnerables y pierden las que soportan el peso de los cuidados por sueldos de miseria.

Hace mucho que las feministas, de uno y otro lado, de aquella y esta corriente, coincidimos en una premisa: es fundamental poner la vida en el centro. Hoy, la realidad nos da la razón. Hoy, vemos que los cuidados de las criaturas ocupan tanto espacio y tiempo que nos dejan desarmadas si tenemos que sostenerlos mientras teletrabajamos. Comprobamos la importancia de su educación; el amor que les debemos por tantas horas dedicadas a ser rentables y eficaces; el poco espacio que dedicamos a lo fundamental, lo crucial, lo verdaderamente importante. Ahora vemos el tiempo que no les dedicamos y que merecen. Digo criaturas, pero se puede cambiar por amigas, familia, animales que acompañan, vecinas.

Hoy vemos que las personas mayores han sido encerradas, en muchos casos, en espacios privatizados. Es decir, espacios que buscan beneficio y rentabilidad y no bienestar para las personas. Lanzados a manos del capital, muchos de nuestros mayores han muerto solos en sus camas mientras el miedo hacía que todo el mundo pusiera pies en polvorosa. Mayores que sobrevivieron a una guerra, a su cruenta posguerra, a una dictadura, que criaron y pelearon por derechos que hoy vemos esfumarse entre las llamas de nuestras necesidades creadas. Consume más, trabaja más, necesitas más. Si tienes más, serás más feliz y para ello trabaja, trabaja, trabaja.

Cómo nos gusta lo privado hasta que la vida está en juego de verdad. Entonces los seguros médicos cierran la puerta y pedimos impuestos para salvar la sanidad pública, que ha sido asesinada a puñaladas de dejadez y recortes ante la impasible mirada de muchas personas. ¡Total! ¡Yo tengo un seguro privado!

Ay, la vida, qué importante y qué poco le importa al capital.

Hoy solo quiero brindar por la vida. La vida de las que limpian y no cobrarán, la vida de las que no tenían contrato. La vida de las que están en casa con su agresor, la vida de las que viven con tres hijos y son mujeres migradas y me escriben para decirme que quieren ayudar. Dios, que lección. ¿Y tú quieres ayudar a esta sociedad que lleva años llamándote “mora de mierda”? La vida de las que viven en unos metros cuadrados, en un piso interior y se pasarán meses sin poder darle formación escolar a sus hijas e hijos porque no, no todos tenemos wifi, ni fibra, ni impresora láser, ni canales por cable. La vida de las y los vendedores ambulantes que viven escapando. ¿De qué estarán comiendo? La vida de las autónomas precarizadas que esta sociedad de la competición y el autoempleo ha martirizado: si te va mal es por que no peleas demasiado, porque no te pareces a las tazas del puto Mr Wonderfull.

La vida de quienes entran en urgencias y encuentran un hospital absolutamente atestado y sin medios suficientes. Cómo nos acordamos de la sanidad pública cuando hace falta, como de Santa Bárbara cuando llueve.

La vida de las que no pueden pasear a sus recién nacidos, la vida de los niños acogidos que no pueden ver a sus familias, la vida de las personas que no van a cobrar, la vida de los niños y niñas que están sufriendo más que nunca la violencia en sus casas, la que no se ve, la que se escucha y se permite, la que nadie denuncia. Hoy me acuerdo de las niñas y niños con autismo que reciben insultos de los “policías de balcón”. La vida de quienes no tienen casa en la que quedarse, ni puerta que cerrar, ni ducha que les salve del virus.

Y el planeta, paradojas, respira con nuestra quietud. Nos dicen que está el bosque en llamas y miramos para otro lado, pero si se nos quema el felpudo... qué rápido reaccionamos.

Menudo cuadro. Menuda imagen de mierda nos devuelve el espejo. Qué sociedad tan fea tenemos y qué bonita sería si empezamos a trazar estrategias de solidaridad, de ayuda mutua, de ecología, de feminismo aterrizado en el día a día. De cuidar cuando hay que cuidar. Y también hay reflejos bonitos. Que sí. La solidaridad, los aplausos, las sanitarias y sanitarios, las limpiadoras, las cuidadoras, la imaginación de la gente, las buenas intenciones, los memes divertidos, las canciones, la infancia y sus lecciones de paciencia, la red de voluntariado en los barrios..

La vida de cada una de las personas que se han ido por culpa del coronavirus valía lo mismo. Lloremos a cada una de ellas con las personas que no han podido abrazarse. Que no se sientan solas. Ojalá este jodido bicho nos enseñe al menos eso. Ojalá sepamos construir una sociedad nueva partiendo de esa premisa: todas las vidas cuentan. Sí, la vida y su cuidado valía más de lo que ustedes pensaban, señores del IBEX, señores privatizadores, señores del dinero, del poder, de las cosas que no se tocan y no se comen y no valen nada. Nada. Porque lo único que vale es la vida, la música, la alegría, el teatro, el cine, la filosofía, la huerta, el árbol, el bosque y el mar. Lo que vale es la ciencia, el fonendoscopio, la fregona, los guantes y los libros. Lo que vale no son sus sucios fondos de inversión ni especular con la salud, con las vacunas, con los hospitales.

Resulta que es cansado cuidar a las criaturas y tiene mucho valor, también enseñar matemáticas, planchar, lavar ropa, doblar, hacer de comer, limpiar el culo, cambiar un pañal, dar abrazos, reconfortar con ternura, hacer la compra, vestir al abuelo y llevarle la compra a las vecinas. También cuesta mucho agacharse, como decía mi abuelo Avelino, para “pañar las patatas”.

Abuelita: Yo sé que tienes miedo, pero tranquila que de esta salimos. Ojalá, Elisa de mi corazón, mujer de mujeres, luchadora, dulce, madre de cuatro, cuidadora, migrante y obrera, salgamos de esta y salgamos mejores.

Eso quiero pensar y, por eso, cuando podamos salir de casa, lucharemos. Por eso, lo primero que voy a hacer al salir de esta casa es correr a verte, abuela. Aunque sea desde abajo, desde el portal. Aunque sea para agitar la mano y tiraros muchos besos, abuela, como hacía cada semana puntualmente después de esas tardes juntos hasta que ya no podíamos salir. Tardes de café, queso y galletas que ahora son el mayor de mis anhelos, mi tesoro más preciado.

10 contenidos sobre el COVID19 con perspectiva feminista:

Hace mucho que se hacía necesario el escarmiento al capitalismo. La putada (sí, he dicho putada) es que se está llevando por delante a mucha gente, a las personas más débiles. Lo triste es que las personas que más sufren este encierro son las que tienen las casas más pequeñas, las que viven en los pisos más baratos, las que viven con la violencia al cerrar la puerta.

Hablo de escarmiento, pero no digo que nadie merezca sufrimiento, ni encierro, ni dolor, ni enfermedad. Digo que, como sociedad, como grupo humano que permitimos la inercia del sistema (lo sé; estamos demasiado ocupadas apagando nuestros pequeños fuegos personales), nos está tocando comernos la deriva del capitalismo y sus cenizas. Sorpresa: no funciona. Sorpresa: solo funciona para los que siempre ganan en este casino de finanzas y rentabilidad. Pierde el planeta, pierden las personas vulnerables y pierden las que soportan el peso de los cuidados por sueldos de miseria.